Usar productos esenciales de
higiene femenina es una quimera para miles de prisioneras. En Guatemala y
Zambia las reclusas no reciben almohadillas gratuitas, ni jabón. En ese país
africano deben usar agua sucia para asearse, las sábanas están infestadas de
piojos y en vez de uniformes se cubren con harapos. ¿Un infierno? Nada
comparable con las cárceles en Sri Lanka, donde además de ratas en celdas
hirvientes, como promedio 75 presas comparten dos baños con frecuencia fuera de
servicio.
El número de mujeres encarceladas
se ha duplicado desde inicios de este siglo. Ese desproporcionado incremento
agudiza la crisis en los sistemas penitenciarios, que no suelen adaptarse a las
necesidades especiales de la población carcelaria femenina. El entorno hostil
que empuja a muchas tras las rejas empeora al interior de las prisiones, donde
el abuso y la violación de los derechos humanos constituyen lugares comunes.
Origen y destino: violencia: El camino hacia la prisión
comienza con uno de los incontables actos de violencia de género que marcan la
vida de las mujeres. Los abusos pueden suceder antes, durante y después del
paso por el centro de reclusión. La ocurrencia de episodios violentos
constituye una realidad para muchas presas a nivel mundial, confirmó en 2013 Rashida
Manjoo, Relatora Especial sobre violencia contra las mujeres, sus causas y
consecuencias.
Una investigación realizada por
el Instituto Danés Contra la
Tortura (DIGNITY) en cárceles de cinco países –Albania,
Guatemala, Jordania, Filipinas y Zambia—ilustra los maltratos que sufren las
reclusas. El estudio ha publicado una serie de reportajes con testimonios de
prisioneras humilladas por sus celadores; aisladas para obligarlas a tener sexo
por comida, productos de higiene femenina o información del exterior; sometidas
a abusivos procedimientos disciplinarios como los cacheos, que en algunos casos
llegan hasta la búsqueda dentro de los órganos genitales, incluso durante el
período menstrual.
El número de mujeres en prisión
ha aumentado a un ritmo superior al crecimiento demográfico en todos los
continentes, menos África (Lwp Kommunikáció - Flickr)
Otras historias recogidas por la
relatora de Naciones Unidas denunciaron las violaciones sexuales cometidas por
reclusos y guardianes, la prostitución forzada y el uso de uniformes
degradantes, para satisfacer el apetito sexual de las autoridades del
penitenciario.
“Las mujeres en prisión son
observadas y puestas bajo vigilancia de manera rutinaria”, señala Manjoo. “Hay
reportes sobre custodios que miran a las mujeres desnudas mientras estas se
desvisten, se bañan, usan las instalaciones sanitarias o durante exámenes
médicos”, describe el texto de la funcionaria.
El peligro es aún mayor en los
centros de detención de la policía. En 2009 el relator especial de la ONU denunció el caso de una
adolescente brasileña, arrestada bajo acusaciones de haber cometido un robo
menor, que fue retenida durante 26 días en un calabozo junto a 20 presos
adultos. La joven fue violada en repetidas ocasiones por sus compañeros de
celda.
El reporte de DIGNITY también
recogió testimonios en Zambia sobre la coerción sexual en estaciones de
policía. Las mujeres deben someterse a los deseos de sus captores si quieren
comer, contactar a sus familiares o, incluso, acceder a los servicios sanitarios.
El número de mujeres en prisión
ha aumentado a un ritmo superior al crecimiento demográfico en todos los
continentes, menos África (Lwp Kommunikáció - Flickr)
Otras historias recogidas por la
relatora de Naciones Unidas denunciaron las violaciones sexuales cometidas por
reclusos y guardianes, la prostitución forzada y el uso de uniformes
degradantes, para satisfacer el apetito sexual de las autoridades del
penitenciario.
“Las mujeres en prisión son
observadas y puestas bajo vigilancia de manera rutinaria”, señala Manjoo. “Hay
reportes sobre custodios que miran a las mujeres desnudas mientras estas se
desvisten, se bañan, usan las instalaciones sanitarias o durante exámenes
médicos”, describe el texto de la funcionaria.
El peligro es aún mayor en los centros
de detención de la policía. En 2009 el relator especial de la ONU denunció el caso de una
adolescente brasileña, arrestada bajo acusaciones de haber cometido un robo
menor, que fue retenida durante 26 días en un calabozo junto a 20 presos
adultos. La joven fue violada en repetidas ocasiones por sus compañeros de
celda.
El reporte de DIGNITY también
recogió testimonios en Zambia sobre la coerción sexual en estaciones de
policía. Las mujeres deben someterse a los deseos de sus captores si quieren
comer, contactar a sus familiares o, incluso, acceder a los servicios
sanitarios.
Alrededor de 205.000 mujeres
guardan prisión en Estados Unidos, más que en cualquier otro país (WFIU Public
Radio - Flickr)
Una de las conclusiones del
estudio de DIGNITY es “la urgente necesidad de que las cárceles y los centros
de detención cuenten con un marco de salud con perspectiva de género”. Este
último término, tan de moda en los discursos políticamente correctos, significa
concretamente atender a necesidades específicas como la menstruación, la
menopausia, la atención ginecológica y el cuidado de las embarazadas, entre
otros temas de salud sexual femenina.
Las mujeres encarceladas cometen
más actos de automutilación e intentos de suicidio que sus pares varones. Ellas
expresan de esa manera su frustración, mientras los hombres recurren en mayor
medida a la violencia física y los motines. Una investigación realizada en
Inglaterra y Gales reveló que la tasa de suicidios entre las ex reclusas era 36
veces mayor que en el resto de la población. Pero los servicios de salud mental
constituyen la excepción en las prisiones femeninas.
Más de 700.000 mujeres cumplen condenas de prisión, de
acuerdo con datos del Institute for Criminal Policy Research, con sede en
Londres. Esa cifra se ha disparado desde comienzos de la centuria, notablemente
en países latinoamericanos como Guatemala, El Salvador, Brasil y Colombia. En
la región El Salvador exhibe la mayor tasa de convictas por 100.000 habitantes,
45,9. Alrededor de 300.000 latinoamericanas viven tras las rejas
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