Al aun oficial José de San Martín le bastaron nueve meses
para conocer, cortejar y desposar a una de las niñas más codiciadas de la
ciudad. "Esa mujer me ha mirado para toda la vida", dijo, entre
suspiros, el apuesto oficial cuando, en casa de los Escalada, vio por primera
vez a Remedios, la flor más codiciada de los salones porteños. Después, todo
fue muy rápido y se casaron el 12 de noviembre de 1812. Ella no había cumplido
aún los 15, algo usual para la época.
Corría ya el año de 1814. El tiempo que pasaron en Cuyo fue el
mejor de sus vidas como pareja. El único, en realidad. Allí convivieron; él
organizaba un ejército casi de la nada y ella lo ayudaba, donando y
recolectando joyas. Y lo más importante, concibieron una hija a la que le
pusieron Mercedes Tomasa. Pero como las cosas
buenas suelen durar poco, muy pronto aquello tocó a su fin: el guerrero volvió
a marcharse.
El reencuentro se produjo cuando él, cargado de gloria por sus proezas en Chile, repasó la montaña para verlas. Pero las cosas no salieron como ella esperaba: la ilusión de una vida tranquila al lado del ser amado se desvaneció en el aire como una pompa de jabón.
Entretanto, a Remedios los pulmones le jugaron una mala
pasada y se le declaró una cruel enfermedad. Tan cruel que cuando decidió que
lo mejor era regresar a Buenos Aires, a su carruaje, a cierta distancia, le
seguía otro que cargaba un ataúd. Por si se moría durante el largo viaje.
Puede parecer exagerado, pero en aquel tiempo la tuberculosis
no entendía de razones.
El triste final. Entretanto, el reloj seguía corriendo y la salud de Remedios empeoraba por horas. Pese a todo, ni un solo día dejó ella de pensar en él, y le siguió escribiendo, pidiéndole que corriese a su encuentro. Hasta que no pudo más y, la fría mañana del 3 de agosto de 1823 expiró en su lecho de enferma con apenas 25 años cumplidos. El cuadro era desolador; nadie podía contener las lágrimas, ora de llanto, ora de impotencia, frente a aquella escena de muerte temprana.
El triste final. Entretanto, el reloj seguía corriendo y la salud de Remedios empeoraba por horas. Pese a todo, ni un solo día dejó ella de pensar en él, y le siguió escribiendo, pidiéndole que corriese a su encuentro. Hasta que no pudo más y, la fría mañana del 3 de agosto de 1823 expiró en su lecho de enferma con apenas 25 años cumplidos. El cuadro era desolador; nadie podía contener las lágrimas, ora de llanto, ora de impotencia, frente a aquella escena de muerte temprana.
Él General volvió pocos meses después. Estuvo en Buenos Aires
el tiempo suficiente para visitar la tumba de su esposa en el cementerio de La Recoleta y hacer grabar la
lápida que aún la cubre con las palabras que le brotaron del alma: "Aquí
yace Remedios de Escalada, esposa y amiga del general San Martín". Y para
recoger a su hija, Merceditas, que había cumplido 7 años.
El 10 de febrero de 1824, los
dos, San Martín y la pequeña niña, partieron para no volver.
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