martes, 9 de octubre de 2018

Un estudio realizada en la Universidad de Pennsylvania determinó la relación que existe entre el comportamiento agresivo y antisocial en niños/niñas y el omega-3


University of Pennsylvania. Incorporar Omega-3, vitaminas y suplementos en la dieta de los infantes con agresividad extrema podría reducir sus problemas de comportamiento en el corto plazo, especialmente si son impulsivos o emocionales, de acuerdo al estudio realizado por investigadores de la Universidad de Pennsylvania, y publicado en la Journal of Child Psychology and Psychiatry.
Adrian Raine, profesor de Criminología, Psiquiatría y Psicología en la Universidad Richard Perry ha dedicado su carrera a observar como el funcionamiento biológico del cerebro afecta el comportamiento antisocial. Él se ha enfocado en entender estas acciones y aprender como modificarlas, ya sea un caso benigno como el actuar de un niño o algo extremo, como un homicida.

"¿Cómo cambias el cerebro para hacer a la gente mejor?", se preguntó. "¿Cómo podemos mejorar el funcionamiento del cerebro para así mejorar el comportamiento?".
Estas preguntas formaron la fundación para trabajo que Raine armó previamente con adolescentes en la isla africana de Mauricio. En un control de prueba aleatorio, un grupo recibió suplementos con omega-3 durante seis meses, mientras que otro no. Quienes consumieron aceite de pescado efectivamente mostraron una disminución en su agresividad y comportamiento antisocial.

"Ese fue el punto de partida", afirmó. "Estaba muy excitado con los resultados que publicamos a partir de ahí".
Sin embargo, la isla de Mauricio posee un clima tropical y una cultura distinta a la de Estados Unidos, por lo cual Raine, profesor de Penn Integrates Knowledge, decidió realizar una nueva versión del estudio en Philadelphia, para así apuntar a resultados más amplios en aplicabilidad. Para aquello, se juntó con Therese Richmond, profesora de Enfermería en Andrea B. Laporte y decano adjunta para Investigación e Innovación, y varios otros, como Rose Cheney de la Perelman School de Medicina y Jill Portnoy del Departamento de Criminología en la Escuela de Artes y Ciencias.
El estudio aleatorio realizado en Philadelphia contempló a 290 infantes de 11 y 12 años con un historial de violencia y los dividió en cuatro grupos: el primero recibió omega-3 en forma de jugo, así como también multivitaminas y calcio por tres meses. Por el mismo periodo de tiempo, el segundo grupo se sometió a una terapia conductual cognitiva -CBT por sus siglas en inglés-, la cual incluía citas una vez a la semana de una hora, con el tiempo dividido en el niño, el adulto responsable y ambos juntos.
"Las sesiones se enfocaron en la relación entre pensamientos, sentimientos y comportamiento, y también la práctica de acciones alternativas que el niño podía realizar en pos de lidiar con situaciones difíciles en vez de reaccionar emocionalmente", explicó Richmond, quién supervisó la prueba clínica. "Ayuda a los infantes a armar una 'caja de herramientas' de formas en las cuales interactuar con el resto. Por ejemplo, si estoy enojado, ¿cómo debo controlar esta rabia en vez de utilizar la fuerza física?". Todos los participantes tenían tareas para la casa también.
El tercer grupo en estudio tomó suplementos y participó de la CBT, y el cuarto recibió recursos e información con el objetivo de reducir su comportamiento agresivo. Exámenes de sangre al inicio y el final del experimento determinaron los niveles de omega-3 en cada niño.
"Inmediatamente después de los tres meses de intervención nutricional rica en omega-3, encontramos una reducción en los reportes de conducta agresiva en los niños", afirmó Richmond. El equipo siguió a los participantes los 3 y 6 meses siguientes.
Para el primer check-in, los participantes que recibieron la combinación de omega-3 y CBT reportaron menos agresiones que el grupo de control y el que solo recibió terapia. Pero, al realizarse el último check-in, los efectos positivos se disiparon. Con esto, lo que aún queda en duda es si el uso continuado de este suplemento podría llevar a un cambio a largo plazo de la conducta del sujeto.
Hubieron otras pequeñas limitaciones en el estudio. Primero, el auto-reporte realizado por padres y niños no cuadró. Los infantes de 11 y 12 años en el grupo combinado de omega-3 y CBT notaron menos actitudes agresivas, pero sus padres señalaron que estas tendencias no habían cambiado. Por otro lado, algunos participantes abandonaron el experimento antes de que finalizara.
A pesar de estos contratiempos, Raine, Richmond y el resto de los investigadores afirmaron que la investigación había arrojado importantes conceptos. "Sin importar el programa que uses, ¿puede ayudar el omega-3 en tu tratamiento?", se preguntó Raine. ""Esto sugiere que si".
Y a pesar de que el trabajo responde algunas preguntas, también genera otras tantas nuevas, lo cual regresa a los investigadores a un punto más largo respecto a la conexión mente-acción: es complicado. "No podemos simplificar demasiado la complejidad del comportamiento antisocial. Hay muchas causas", sentenció Raine. "No es solo el cerebro. ¿Es una pieza del rompecabezas? Yo creo que si".

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