Al menos 800 millones de personas sufren hambre en el mundo. Por ello `Despertar antes de que sea demasiado tarde´ es un llamamiento pero, también, el título de un informe de la ONU en el que apunta hacia una de las claves para revertir esta situación: la agricultura ecológica a pequeña escala.
“Los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo necesitan un giro en el paradigma: de la revolución verde a una auténtica intensificación de la agricultura ecológica”. Así lo asegura la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, que señala además el camino para avanzar hacia la erradicación del hambre en el mundo: pasar de una agricultura industrial a un modelo basado en el desarrollo rural y en el protagonismo de la agricultura ecológica y local.
Mientras se lanzan estas propuestas que, aseguran los expertos, favorecerían la igualdad de acceso a los recursos y la mitigación del cambio climático, la realidad avanza por otros derroteros.
En ella, continúa la compra de tierras por multinacionales en los países subdesarrollados; las frutas y verduras siguen trasladándose kilómetros y kilómetros para llegar del campo a la mesa, con la consiguiente emisión de CO2, y sigue ganando músculo la apuesta por los alimentos transgénicos.
Esta alternativa, la de las semillas modificadas genéticamente, se promocionó durante mucho tiempo como la gran receta para luchar contra el hambre. Sin embargo, hoy son muchos los expertos, instituciones y organizaciones no gubernamentales que censuran esta tesis y aseguran que con los transgénicos no se paliará la hambruna a nivel global.
Frente a esta vía se abre paso la ecológica, en la que se dé prioridad a los pequeños agricultores y se refuerce la recuperación de métodos de cultivo tradicionales. Esta es la propuesta de Naciones Unidas que respaldan, además de la FAO, sesenta expertos independientes que apoyaron el informe. La agricultura orgánica puede alimentar al mundo, no es un sueño, es una realidad.
De imponerse esta línea, para lo que sería necesario un giro de 180 grados en la industria y en la política comercial internacional, se avanzaría hacia la soberanía alimentaria. Para ello, sin embargo, serían además necesarios apoyos a los campesinos, que enfrentan enormes dificultades para acceder a las semillas y para vender sus alimentos, para lo que este modelo primaría el mercado local.
De este modo, y como indica el informe de Naciones Unidas, se podría empezar a dar respuesta a las millones de personas que sufren inanición crónica en el mundo o a las que no llegan a este extremo, pero siguen estando mal alimentadas. De ellas, al menos 7 de cada 10 son, precisamente, pequeños agricultores y trabajadores agrícolas.
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