viernes, 11 de octubre de 2019

Que ocurre con la siembra y cultivo de arroz en Argentina-



A mitad de camino entre un cultivo intensivo y otro 
extensivo, el arroz enfrenta el desafío de sobrevivir en un escenario de “números finitos”. A costos que se ubican por encima de los valores históricos y precios que no despegan definen un presente inestable para esta actividad característica del noreste argentino,  se suma la falta de un precio de referencia o futuro, que agregue claridad y previsibilidad a una cadena donde la comercialización parece llevarse la mayor tajada.

¿Qué características definen hoy a la actividad arrocera en la Argentina? ¿Cómo es el presente de ese negocio que, décadas atrás, supo estar en manos de colonos? A continuación, una síntesis de su evolución y el panorama actual de la mano de Alejandro Socas, coordinador de la región CREA Litoral Norte, y de Gerardo Cerutti, asesor del CREA Avatí Î arrocero y especialista en la materia.
Sistema de producción
El arroz experimentó una transformación importante en las últimas décadas, tanto en lo que respecta al sistema productivo como a los actores que intervienen en la actividad.


El cultivo se siembra desde fines de agosto en el norte de Corrientes hasta el mes de noviembre en Entre Ríos, para ser cosechado entre fines de enero y abril, en el caso de los más tardíos. Como es sabido, permanece inundado entre 90 y 100 días de su ciclo productivo, lo que implica un consumo de agua importante. “Se lo siembra como un trigo, incluso con una máquina similar, y cuando llega al estadio de cuatro hojas se comienza a regar. Tradicionalmente se aplicaba una lámina de 15 centímetros, pero ahora con 5-7 centímetros alcanza. De todos modos, insume 1000 metros cúbicos de agua por hectárea”, enfatiza Cerutti.

Antiguamente, el riego se efectuaba a través de canales que traían el agua desde ríos o arroyos, lo que exponía el cultivo a posibles inundaciones; luego se pasó a un sistema que extraía el agua de pozos profundos (fundamentalmente en el centro-norte de Entre Ríos). Este sistema, que puede irrigar 40 a 100 hectáreas de arroz, sigue vigente, aunque limitado por sus altos costos. El modelo predominante en las principales zonas de cultivo es el riego con agua de represa, un sistema oriundo de Brasil desarrollado hace más de 30 años. 


“Se hace un dique y luego se irriga el cultivo a través de un sistema de bombeo (cuyo costo es considerablemente menor que el del bombeo de pozos profundos). Por lo general, las represas están dentro del establecimiento y permiten regar entre 300 y 5000 hectáreas de arroz”, explica Alejandro Socas.
Tal como ocurre en la agricultura tradicional, la actividad arrocera atraviesa un proceso de concentración creciente. De ser un cultivo primitivo, cultivado por pequeños productores y sus familias en las costas de ríos y arroyos, pasó a estar en manos de unas pocas empresas que están integradas con el resto de la cadena. “El mero productor de arroz ya casi no existe. De las 95.000 hectáreas cultivadas en Corrientes, solo el 10-15% es desarrollado por arroceros que venden su producción; todo lo demás está en manos de industriales. Esas empresas, que mantienen acuerdos con pequeños productores –a quienes en muchos casos financian– reciben el arroz en sus plantas de silo, lo acondicionan y lo exportan como arroz cáscara (casi como sale de la chacra), o bien lo procesan para venderlo como arroz blanco con o sin marca propia”, cuenta Socas.

Aunque un altísimo porcentaje del área sembrada permanece en manos de no más de 10 empresas, en muchos casos ocurre que estas no son las propietarias de la tierra. Hoy el 50% del arroz cultivado en la Argentina se produce en campos de terceros. “Habitualmente, el dueño del campo aporta la tierra, y a veces, también el agua, mientras que el arrocero pone el capital, el personal y se ocupa del manejo del cultivo”, asegura Cerutti.

Expectativas futuras
¿Cómo se imaginan el negocio en el futuro? Las pocas probabilidades de que ingresen nuevos actores a la actividad permiten suponer una superficie cultivada estable en el mediano a corto plazo. “En mi grupo, creo que se repetirá la misma superficie –unas 30.000 hectáreas– y que seguirá creciendo la aplicación de tecnología, aunque con mucha cautela, porque el precio sigue siendo bajo y cuesta mucho cubrir los costos”, explica Cerutti.
La pregunta obligada es por qué siguen haciendo arroz. Tal como ocurre con el tambo, desarmar una estructura arrocera y volver a armarla es complicado. Como también se dice en aquel sector: el que se va no vuelve. “Hay mucha gente que se ha especializado, con maquinaria exclusiva y toda una serie de costos fijos que impiden salir fácilmente de la actividad. El arroz no es para cualquiera”, concluye Cerruti convencido.

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