Para las 80 familias que viven en la localidad rural de Mogna, ubicada a 120 kilómetros de San Juan capital, la leña que les provee el bosque nativo es un recurso vital: cocinan, la utilizan para calefacción de sus viviendas y calientan agua. Allí no hay gas natural y el gas envasado es difícil conseguir. Por esta razón, la recolección de leña es una tarea doméstica ineludible que exige caminar grandes distancias y trasladar cargas de hasta 80 kilos en carretillas.
Como parte de un proceso de investigación en el que participaron las familias, técnicos del Instituto de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar (IPAF) Región Cuyo del INTA desarrollaron una cocina a leña eficiente que calienta, almacena agua y permite cocinar al mismo tiempo. Diseñado para instalarse en el interior de las viviendas sin contaminación de gases, el artefacto utiliza un 40 % menos de leña que el fogón abierto y permite cocinar con mayor comodidad.
“La leña es el combustible más seguro del lugar y se quema en fogones abiertos construidos fuera de la vivienda y sin mayores reparos, en general. Las llamas y brasas sirven para calentar las ollas que contienen el alimento y también para calentar recipientes con agua, que luego se emplea para aseo personal, lavado de ropa, de vajilla, etc. Al mismo tiempo, las brasas producidas se colocan en braseros, unos recipientes metálicos que se ponen dentro de las viviendas para calefacción”, describió Sebastián Sosa, investigador del IPAF Cuyo.
En esta línea, el investigador señaló que la leña es la principal fuente de energía segura y accesible para las familias de Mogna. Sin gas natural y con acceso limitado al gas envasado, la localidad –ubicada a 120 kilómetros de la ciudad de San Juan– está incluida dentro de la red de distribución de energía eléctrica desde mediados de los ’80, pero el servicio registra habituales cortes de energía por períodos prolongados y variaciones de tensión eléctrica.
Diseñado para instalarse en el interior de las viviendas sin contaminación de gases, el artefacto utiliza un 40 % menos de leña que el fogón abierto y permite cocinar con mayor comodidad.
Técnicamente, el prototipo es una cocina a leña de mampostería de eficiencia mejorada, que se acopla a un sistema de calentamiento y almacenaje de agua. De sencilla construcción y con materiales disponibles en la zona, puede instalarse en el interior de las viviendas sin riesgo de contaminación de gases y tiene un diseño que favorece la ergonometría.
En este sentido, Sosa indicó: “De los dos diseños trabajados con los productores, este artefacto reveló las potencialidades más interesantes tanto para la comunidad como para nosotros, debido a que permite un mayor aprovechamiento de la energía calórica liberada al resolver dos tareas básicas al mismo tiempo, cocinar alimentos y calentar agua”.
La posibilidad de cocinar con mayor comodidad y bajo techo es una ventaja reconocida por las mujeres de Mogna, quienes deben cocinar a la intemperie en cuchillas o agachadas, con bajas temperaturas en invierno y muy elevadas en verano –propias del ambiente árido–. Además de la comida, generalmente se ocupan de la recolección de la leña.
Al igual que el fogón abierto tradicional, el prototipo se caracteriza por la multifuncionalidad y se ajusta a la estrategia de vida de la comunidad de “resolver más de una tarea con un solo fuego”, destacó Sosa.
La posibilidad de cocinar con mayor comodidad y bajo techo es una ventaja reconocida por las mujeres de Mogna, quienes deben cocinar a la intemperie en cuchillas o agachadas, con bajas temperaturas en invierno y muy elevadas en verano.
Gracias al financiamiento del programa ProHuerta, que llevan a cabo el INTA y el Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación, en 2018 se compraron los materiales para la fabricación de 25 artefactos, cuya construcción está en manos de algunos albañiles y un herrero de la comunidad, quienes fueron capacitados por los técnicos del INTA. Actualmente, se avanza en la construcción e instalación de las cocinas en los hogares de los productores.
De acuerdo con Sosa, “las experiencias adquiridas durante la construcción de los prototipos y de los artefactos financiados por ProHuerta, nos permitieron esbozar una metodología de trabajo que combina –de manera creativa– la investigación y la extensión con resultados promisorios para la mejora de la calidad de vida de los productores familiares que viven en contextos de déficits energéticos y de alta vulnerabilidad social”.
Junto con Sosa, el equipo de investigadores del INTA que trabajó en la experiencia estuvo integrado por Ana Karol, Yanina Rodriguez, Mario Cañadas, Nicolás Serafini, Natalia Silva, Mariana Laura Allasino, Juan Pablo Alberghini y Paula Aguilera.
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