lunes, 27 de enero de 2020

Trastorno por juego de azar, la Psicología y la Neurociencia han avanzado en la comprensión de los efectos. -Cada vez mas jóvenes involucrados-


Ya en 1953, el psicólogo americano B. F. Skinner se refería a los efectos paradójicos de la incertidumbre sobre el comportamiento. Cuando una actividad es recompensada de forma intermitente e impredecible, las personas y los animales podemos llegar a practicar esa actividad con una frecuencia e intensidad tal que sus costes acaban excediendo sus posibles beneficios.

Desde entonces, la Psicología y la Neurociencia han avanzado en la comprensión de los efectos que ciertos programas de reforzamiento tienen sobre nuestro comportamiento, y han confluido en concluir que algunos de ellos pueden acabar convirtiendo una conducta inicialmente lúdica en una conducta adictiva, que escapa al control del individuo y que puede tener consecuencias graves sobre su salud mental y física.
Los juegos de azar son un ejemplo paradigmático. Administran recompensas con un alto grado de incertidumbre, casi siempre producen acumulación de pérdidas, y aun así existen en casi todas las culturas.

El trastorno por juego de azar:


En todas ellas, el juego atrapa a un porcentaje de personas que cumplirían los criterios para ser diagnosticados con el problema mental actualmente conocido como trastorno por juego de azar (anteriormente denominado ludopatía o juego patológico).
Es más, los juegos de azar han evolucionado culturalmente para incorporar características estructurales –las características intrínsecas del diseño del dispositivo o medio de juego– que incrementan ese potencial adictivo.

Funciona de forma similar a las drogas psicoactivas

Estas características tienen la capacidad de hackear un sistema de aprendizaje que evolucionó biológicamente para potenciar la curiosidad y la perseverancia en entornos de escasez e incertidumbre. La antropología del juego ha puesto de manifiesto que la especie humana ha ido descubriendo y modelando el juego de azar de forma similar a como ha hecho con las drogas psicoactivas.
Como ocurre con esas sustancias, desarrollar un trastorno adictivo requiere exponerse al agente adictivo. Oferta y acceso al juego están, por tanto, relacionados con la incidencia del problema, como también lo están los factores que incitan a seguir jugando una vez que ya se ha comenzado.
Es cierto que la prevalencia del trastorno por juego es relativamente baja, y no muy diferente de algunos otros trastornos mentales graves (aproximadamente, el 1 %), pero esa pequeña fracción juega de forma suficientemente intensa como para generar una proporción muy considerable del gasto global en juego de azar.

Manipulaciones dirigidas a jóvenes y adolescentes

Dicha habilidad para ganar, a su vez, se vincula a la propia valía, la competencia y la inteligencia, vinculación que viene reforzada por modelos de éxito. De nuevo, todas estas manipulaciones son especialmente eficaces entre jóvenes y adolescentes, quienes se encuentran en una etapa de su desarrollo en la que son constitucionalmente más sensibles a este tipo de motivos y más propensos a asumir riesgos.
La regulación sobre juego se enfrenta, pues, a un reto complejo. Por una parte, debe atender a la evidencia sobre los efectos nocivos del prohibicionismo indiscriminado. Por otra, debe ser mucho más eficaz en la protección de los colectivos vulnerables, especialmente menores de edad y personas con un perfil de jugador de riesgo o exjugadores patológicos.
La protección de estos últimos, sobre la que existe una literatura amplia, requiere:
-la eliminación del marketing directo al que frecuentemente se ven sometidos,
-implementar políticas de autoexclusión con controles adecuados,
-evitar el uso de señuelos (por ejemplo, alcohol barato) e
-identificar y limitar las características estructurales de los dispositivos de juego que incrementan su potencial adictivo.

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