Un estudio
de la FAUBA en
la Patagonia argentina encontró
que reemplazar la vegetación natural por plantaciones
de pino ponderosa es
útil para secuestrar carbono de la atmósfera,
pero modifica drásticamente el
funcionamiento de los ecosistemas.
El dióxido de carbono (CO2) es un gas con efecto
invernadero, largamente responsable del calentamiento global. Con el objetivo
de disminuir el creciente efecto invernadero, muchos países estimulan el uso de forestaciones como
herramienta de mitigación de este gas.
“La idea fue entender qué impacto tienen las plantaciones de pino en la
Patagonia, en comparación con áreas de vegetación natural. Por eso comencé a estudiar
cómo se modificaban la fijación y la liberación de carbono en la vegetación y
en los suelos, y qué implicancias tenían para los ecosistemas esos cambios
eventuales en el balance de carbono. Investigamos
forestaciones con pino en distintos sitios de Neuquén”,
explicó Patricia Araujo, quien
realizó este trabajo como parte de su doctorado en la Escuela para Graduados de
la FAUBA, bajo la dirección de Amy Austin,
investigadora del Conicet en
el instituto IFEVA-FAUBA y coautora de la publicación.
El
experimento se realizó en Neuquén, donde llueven desde
“Comprobamos
que reemplazar la vegetación natural por plantaciones de pino tiene efectos
marcados. En todo el gradiente, la producción de madera de
las forestaciones siempre fue mayor que la de las áreas naturales;
incluso, hasta ocho veces más alta en el extremo árido. Además, la descomposición de la hojarasca fue mucho más lenta en las áreas con
pino, en comparación con las intactas, lo que hace que
quede un grueso ‘colchón’ de mantillo sobre el suelo”, concluyó la
investigadora.
Araujo también estudió
el balance de carbono en los suelos en el gradiente. Para su sorpresa, aun
cuando las forestaciones poseían una cantidad elevada de carbono en la madera y
hojarasca, los primeros centímetros del suelo en las plantaciones
y en las áreas naturales presentaron cantidades similares de este
elemento. Dicho de otro modo, el carbono que ‘ganan’ las forestaciones no se está
incorporando al suelo. Estos resultados, publicados en la revista Forest
Ecology and Management, sugieren que forestar con pino ponderosa estaría inhibiendo el
ciclo del carbono.
Si bien la
idea de plantar árboles resulta atractiva, la actividad podría desarrollar efectos no deseados sobre el ecosistema del lugar.
Según
Amy Austin, uno de los problemas que surgen al usar esta práctica tiene que ver
con “la naturaleza misma del almacenaje de carbono en la madera y en la
hojarasca, ya que, a diferencia del suelo, se trata de compartimentos transitorios y vulnerables. Distintos
disturbios como los incendios, por
ejemplo, pueden hacer que este carbono vuelva como
CO2 a la atmósfera, cuando lo deseable es que quede
secuestrado en el ecosistema por mucho tiempo”.
Respecto
de la mitigación de dióxido y la biodiversidad,
la investigadora expresó: “Al establecer las plantaciones tienen lugar impactos
inesperados en el funcionamiento de los ecosistemas. Si la única moneda
que estamos mirando es la cantidad de carbono secuestrado, nos estamos
olvidando de muchos otros cambios, más allá de la biodiversidad.
Debemos entender cómo se modifican los procesos que controlan las entradas y
las salidas de ese carbono en los sistemas. Realizar el balance de
carbono es la única forma razonable de implementar este tipo de proyectos”.
“En
la Patagonia demostramos que los resultados de
esta práctica son muy dependientes de las especies y del lugar donde se implanten.
Quizás plantar árboles sirva para calmar nuestras conciencias en relación con
las emisiones a la atmósfera de gases con efecto invernadero, pero hay que
tener mucho cuidado, sobre todo cuando actualmente se están
promoviendo las forestaciones en todo el planeta”, cerró Austin.
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