Por
qué los niños crecen convirtiéndose en buenas o malas personas? Cómo puede un
joven de una familia aparentemente adecuada convertirse en un delincuente
común? Aun cuando algunos estudiosos del tema han afirmado que las personas son
ante todo producto del ambiente en que se crían, mientras que otros aseguran
que son los factores genéticos los que predominan, hoy en día hay un consenso
bastante generalizado en el sentido de que tanto del medio en que crece como su
genética son responsables del desarrollo mental y del comportamiento del
individuo. De tal manera que tanto el uno como el otro son determinantes en la
conducta y por ende en el destino de una persona.
Excepto
cuando hay algún factor adverso no detectado (generalmente de tipo neurológico)
que sea la causa de un comportamiento antisocial, por lo general un niño normal
no se desvía solo porque su genética le trazó tal destino. Sin embargo, cuando
se trata de encontrar la causa para los problemas de muchachos que han crecido
en un hogar aparentemente normal, a menudo se culpa de ello a sus genes.
Pero la genética no es la única
responsable. El primer obstáculo cuando un hijo empieza a presentar problemas
de carácter o de conducta, es que los padres no queremos aceptar que algo anda
mal y nos quedamos esperando a que milagrosamente se corrija, culpando del
asunto a su naturaleza o a su suerte.
Aun cuando los menores criados en
hogares estables y unidos tienen buenas posibilidades de salir adelante como
hombres de bien, si los padres no estamos muy alertas, ciertas características
innatas de temperamento de un niño sumadas al malestar general del mundo
actual, pueden ser suficientes para poner en camino a un hijo trastornado o
delincuente.
Para que un hogar ofrezca un
ambiente realmente sano y equilibrado, que pueda impedir que los hijos se dañen
, se necesita mucho más que unos padres responsables, que se comprendan y que
estén dedicados a proveerle lo mejor a su familia.
Criar niños con la garantía de que
llegarán a ser personas correctas exige que los padres estemos totalmente
involucrados en la vida de ellos para darnos cuenta de todo lo que les ocurre,
y que seamos lo suficientemente comprometidos para dedicarles todo el esfuerzo
que precisan, lo suficientemente valientes para reconocer nuestras fallas y
rectificarlas, lo suficientemente generosos para aceptarlos como son y no como
quisiéramos que fueran, lo suficientemente honestos para aceptar que no todo lo
que hacemos es perfecto, lo suficientemente humildes para buscar y aceptar
ayuda cuando se precisa y lo suficientemente interesados en nuestros hijos para
darle a la familia una absoluta prioridad.
La familia es la empresa en la que los
hijos se forman y por lo mismo es un medio de trascendental influencia en su
personalidad y conducta. Así como las empresas organizadas con directivos
diligentes y comprometidos dan buenos resultados, las familias con padres
igualmente consagrados dan buenos frutos.
Un mal empresario no es solamente
el que hace malos negocios, sino el que no está lo suficientemente atento para
evitar que otros los hagan, así como un mal padre no es solo el que se
desentiende de las necesidades de su familia, sino el que no vela sin descanso
para protegerlos de circunstancias que los pueden afectar adversamente.
Es decir, al igual que ninguna empresa
triunfa cuando sus dueños le invierten mucho capital pero poca injerencia
personal, una familia tampoco puede tener éxito produciendo buenas personas
cuando los padres le invierten mucho dinero y trabajo, pero insuficiente
dedicación al hogar y a cada uno de sus hijos.
Recordemos que si bien los padres no
somos los responsables por todo lo malo que les ocurre a los hijos, sí somos
los que contamos con todos los recursos para sacarlos triunfalmente adelante.
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