martes, 2 de marzo de 2021

Si la ENVIDIA es humana, por que causa tanto daño al envidioso/a o al envidiado. ¿Qué dicen los psicólogos y psiquiatras?

 

Lo que más y mejor caracteriza a la verdadera envidia es el deseo de que el otro, el envidiado, no tenga lo que tiene, de que no sea verdad que lo tenga, de que no sea cierto su éxito o no sea tanta como parece su riqueza material.

 

 


Si le molesta que promocionen o le suban el sueldo a una compañera de trabajo, si sufre porque a un colega le dan un premio o le aceptan un importante proyecto, si no le gusta que los hijos de sus parientes saquen buenas notas, o que su amiga vaya siempre elegantemente vestida, si le inquieta que su compañero tenga una pareja guapa y atractiva, si le quita el sueño que el equipo de fútbol de su vecino gane un campeonato, o que su partido político, el de él, gane las elecciones, si le ocurre todo o alguna de esas y otras parecidas cosas, es muy posible que lo que usted tenga sea envidia, envidia pura y dura.

Pero la envidia no es desear lo que tienen los demás, cosa bastante natural, sobre todo cuando uno tiene poco. Lo que más y mejor caracteriza a la verdadera envidia es el deseo de que el otro, el envidiado, no tenga lo que tiene, de que no sea verdad que lo tenga, de que no sea cierto su éxito o no sea tanta como parece su riqueza material. La verdadera envidia se centra imaginativamente en el otro, en el envidiado, más que en uno mismo. La envidia se lleva solo por dentro, en la intimidad subjetiva, pues su manifestación podría parecer y sentirse como una declaración de inferioridad.



El envidiado, por su parte, muchas veces ni se entera de que lo es, siendo el envidioso el que verdaderamente lo pasa mal. La envidia puede ser más fuerte y corrosiva cuando se genera de arriba abajo, es decir, cuando es el superior quien envidia al inferior, una envidia que puede agravarse cuando el inferior es más joven, o más listo, o más guapo. Envidias de ese tipo se dan especialmente en el trabajo y en todas las relaciones sociales jerarquizadas. Verse superado por un inferior es siempre muy doloroso, salvo en las situaciones en que el superior pueda atribuirse todo o parte del éxito y atributos del subordinado.

La proximidad puede ser también un factor altamente potenciador de la envidia. Se ha dicho, no sin falta de razón, que la envidia del amigo puede ser peor que el odio del enemigo. Al primer ministro británico Winston Churchill se le atribuye una frase lapidaria muy relevante, que viene al caso: “En la vida hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido”. Es una sentencia que arroja luz particularmente sobre la envidia proximal, la que nos producen los éxitos de los propios compañeros y que puede a veces hacer conspicuamente más deseable el éxito de los adversarios que el propio si lo protagonizan compañeros o colegas a los que envidiamos.



Aunque no siempre ocurre, ese tipo de envidia entre próximos, cuando tiene lugar, sea en la política, en el trabajo o en cualquier ambiente social de connotación competitiva se hace necesario tener en cuenta que las felicitaciones o el comportamiento hipócrita de los amigos o compañeros puede no ser más que una tapadera de su envidioso sentimiento. Cuando ese tipo de envidia tiene lugar en la familia, particularmente entre hermanos, puede resultar altamente dolorosa y corrosiva, mucho más siempre para el envidioso que para el envidiado. Cuando, por ejemplo, los padres no justifican bien el reparto desigual de su herencia entre sus hijos, lo peor que pueden estar haciendo es generar grandes dosis de envidia y de rencor entre ellos, la peor de las herencias, en definitiva.

Cómo reaccionamos a la envidia

La envidia benigna, la que solemos considerar sana, al igual que la admiración, puede motivar a mejorar uno mismo, pero la envidia maligna se relaciona con la deshonestidad y con la conducta inmoral, y a lo que tiende siempre es a derrotar y a hacer caer al envidiado. Es una inagotable y permanente fuente de hostilidad hacia el envidiado. Cuando envidiamos tratamos de convencernos a nosotros mismos de que no es tanto lo que tiene el envidiado, es decir, tratamos de infravalorar sus logros o su éxito. “En realidad su trabajo no es tan bueno, pues los hay mejores”, o “no es tan inteligente como parece” o “no es tanto lo que le tocó en la lotería y pronto se lo gastará”, o “su novio en realidad no es tan guapo como dicen”, entre otras muchas sentencias y consideraciones de similar naturaleza que podemos argüir tratando siempre de aliviar la propia envidia. Podemos también quejarnos, hipócritamente, de que el envidiado lo que vende es humo, cuando lo que de verdad no nos gustaría es que vendiera fuego. Si conseguimos convencernos de lo que decimos, lo cual muchas veces no es más que engañarnos a nosotros mismos, nos sentimos mejor.

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