viernes, 9 de abril de 2021

Ser fanáticos no nos hace mejores seres humanos, casi siempre nos hace los peores o las peores-

 

El mundo padece una dosis terrible de fanatismo que está impulsando a los mejores exponentes de la irracionalidad a la cúspide de los altares donde se consagran a los hombres como dioses. La presencia de liderazgos mesiánicos y profundamente populistas no es un hecho reservado para los países pobres, en desarrollo o del eje sur-sur, muy por el contrario, hemos sido testigos globales de como naciones proclamadas desarrolladas caen de forma tan rápida bajo el control de estos modelos destructivos que proclaman la verdad absoluta.



La última década ha traído al escenario político global, eventos e ideas que se pensaban superadas, movimientos y liderazgos que se creían casi en extinción y sin ningún poder de convocatoria. Sin embargo, todo ha sorprendido –especialmente a la lógica– y muchos espacios han sido tomados por la insensatez, desde quienes vuelven para proclamar en alta voz la superioridad racial frente a otros como si las secuelas de la II Guerra Mundial no existieran, pasando por los que armados de su creencia religiosa pretenden imponer su dogma por medio de la fuerza, la sangre y las balas (tal como lo siguen intentando los talibanes en territorios afganos) porque no conciben ni aceptan distorsiones a lo que entienden debe ser el mundo y deben ser las expresiones de la humanidad, hasta llegar a quienes por simples razones de tendencias o preferencias sexuales llegan al extremo de legalizar el absurdo, prohibiendo un hecho tan histórico como la homosexualidad, negando toda razón y derechos a las justas demandas de los movimientos LGBT del planeta, esos mismos que en pleno 2021 cuelgan a las personas por considerarlas “aberraciones inaceptables” y no se dan cuenta que en su proceder pierden toda conciencia de humanidad.

El presente ofrece un planeta que vive episodios donde naciones enteras están siendo sometidas por el radicalismo, que incluso es superior a la permanente discusión de los extremismos de derecha o de izquierda (porque en conjunto todos son parte de un mismo intento de esclavizar las conciencias y de imponer su ley por derecho que se creen divinos) donde se erigen nuevas banderas de nacionalismos y patriotismos, dogmas divinos, destinos históricos y violencia de grandeza. Naciones que se pensaban libres y que hoy vuelven a caer bajo el mando de irresponsables que solo saben destruir las almas y promover el odio, naciones que hoy comienzan a ser las alarmas del mundo.

Pero nada de esto está sucediendo de forma espontánea, la razón del resurgir de los extremos está en la propia incapacidad que tienen los modelos de poder para adaptarse a los profundos cambios que está viviendo la humanidad, está en los modelos de representación que no sirven para promover respuestas, se encuentran en las demandas cada vez más complejas y específicas que no pueden tener respuestas formales, están en los enormes niveles de conciencia e información que hoy se tienen y que chocan contra cualquier rigidez institucional incapaz y mucho más contra la rigidez mental.

El reto es gigante y lo mejor es que estos episodios de naciones llevadas a estas locuras son minoría, todavía queda una mayoría real y con poder para promover los cambios necesarios, para incentivar la adaptabilidad, para ponerse en vanguardia y proponer un camino de racionalidad, lógica, inclusión y reconocimiento de la complejidad. Todavía queda un mundo que mayoritariamente seguirá luchando contra estas aberraciones.

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