lunes, 30 de agosto de 2021

Alemania: entre el desmantelamiento de la energía nuclear y el aumento del carbón.

 

En marzo de 2011, un terremoto y tsunami en la costa noreste de Japón desencadenó uno de los accidentes más graves (el otro fue el de Chernóbil en 1986) de reactores nucleares de uso civil. El hecho de que un accidente como este se hubiese producido en un país como Japón, que se supone cuenta con controles estrictos de seguridad para este tipo de actividades, fue una desagradable sorpresa en el mundo de la energía nuclear. En Alemania, un país que tiene una larga tradición de protesta anti-nuclear, sirvió como desencadenante para un cambio radical en la política energética del país.



Pocos días después de la catástrofe, el Gobierno de Angela Merkel ordenó el cierre de los tres reactores más antiguos del país, situados en el estado de Baden-Würrtemberg, y anunció que Alemania comenzaría a desmantelar gradualmente sus plantas nucleares hasta eliminar por completo el uso de esta fuente energética en 2022. Ocho reactores más, de los diecisiete que operaban en el país, fueron desactivados ese mismo año.

Esta drástica actitud antinuclear del Gobierno alemán -al punto de que hoy día esto no es tema de controversia ni de debates parlamentarios- no ha dejado de sorprender a los observadores internacionales que no entienden cómo un país económicamente poderoso como Alemania es capaz de renunciar a una fuente energética clave de estos años, en cuya infraestructura se invirtieron miles de millones de euros. Ningún otro país nuclear ha expresado interés en seguir los pasos de Alemania. Incluso el Japón continúa con ahínco sus programas de energía atómica. Estos países prefieren pensar que lo de Fukushima fue nada más una catástrofe natural.

La actitud alemana tiene una explicación: en ningún otro país la población se ha expresado tan críticamente a este respecto como en Alemania. El movimiento antinuclear data de comienzos de los años setenta con la oposición a la instalación de una planta nuclear en Whyl, cerca de la frontera francesa. La protesta, que encontró una fuerte represión policial, fue exitosa porque los planes para esa central serían desechados unos años después. Desde entonces -y tras numerosas acciones de rechazo contra nuevas centrales y la instalación de sitios para almacenar los desechos radioactivos- se fue generando una especie de compromiso antinuclear en la sociedad alemana, que también ha servido para darle impulso a las energías renovables que hoy muestran a Alemania como un ejemplo internacional en la lucha contra el calentamiento global. Un aspecto clave de la protesta es que no era solamente un movimiento de activistas, estudiantes y académicos, sino que supo involucrar desde el principio a diferentes sectores de la sociedad civil, como organizaciones eclesiásticas, agricultores y población local. Además de que, durante los años de la guerra fría, el temor a lo nuclear estaba asociado a la bomba. La ubicación geográfica de Alemania en la frontera entre el este y el oeste de Europa, entre dos ideologías en pugna, ambas con armas atómicas, jugó también un rol.

Este movimiento antinuclear condujo a la formación del Partido Verde alemán (Die Grünen), que es hoy día una fuerza política de peso en Alemania, y sin duda el partido ecologista más importante del mundo. El abandono de los programas nucleares era, pues, una vieja ambición de los Verdes y de los socialdemócratas desde hacía años. Pero tuvo que suceder el desastre de Fukushima para que el Gobierno alemán, que en ese momento estaba constituido por una coalición de la que hacían parte los socialdemócratas, se resolviera a dar ese paso.

Un paso drástico que el Gobierno presentó entonces como una 'revolución energética', Energiewende, cuyo objetivo era abandonar gradualmente tanto lo nuclear como los combustibles fósiles y poner el acento en la generación de energía solar y eólica.

Pero, si bien por el lado de lo nuclear se ha cumplido la promesa, no se puede decir lo mismo en el caso de los fósiles.

Regreso al carbón

La consecuencia inesperada de la disminución de la energía nuclear ha sido el aumento del carbón. Hoy Alemania es el país de Europa occidental que más se sirve del carbón como fuente energética. Aunque las instalaciones de energía renovables han aumentado, de igual modo lo han hecho las plantas de carbón marrón (lignito) y negro.

Mientras que el Gobierno alemán sigue presentándose en los escenarios internacionales como comprometido con los planes de reducción en un 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero en 2020, y en un 80% en 2050, la realidad en 2019 es la de un incremento en el uso del carbón en el país. En parte, un efecto colateral indeseado de la reducción de la energía nuclear. (Ver gráfica de desarrollo de la energía renovable en Alemania 1990-2015 en galería de imágenes al final del artículo).

Aunque es cierto que Alemania ha hecho una enorme inversión para aumentar su infraestructura de energías renovables (véase el gráfico arriba) -lo que no es poca cosa en el caso de la energía solar en un país en donde no brilla el sol todos los días- todavía está lejos de alcanzar la expansión necesaria para producir el porcentaje necesario de energía limpia que garantice el cumplimiento con los acuerdos de París. Hasta 2017, este sector creció considerablemente. Pero aún no se han resuelto desafíos tecnológicos como el transporte de energía eólica generada en el norte a los estados del sur del país; o el almacenamiento efectivo de la energía producida a partir de fuentes renovables para darle un mejor uso y en horarios más convenientes. Debido a ello, el crecimiento de las renovables está hoy estancado.

Transitar de una forma de energía a otra es un proceso altamente costoso. En ese traspaso, el carbón (el combustible fósil más sucio) ha resultado ser la salida más rentable. En contravía con lo anunciado en la Energiewende, el Gobierno ha apoyado la construcción de nuevas centrales de combustión de carbón, aduciendo que las nueva centrales eléctricas de carbón y gas que reemplazarán a la viejas, son más modernas y eficientes. Alemania ha construido en años recientes 23 nuevas centrales eléctricas de carbón. el resultado es que un amplio porcentaje (casi 50%) de la generación de electricidad está hoy en manos del carbón negro, el lignito y el gas (como se aprecia en el gráfico en galería de imágenes, que muestra las cifras totales de producción de energía en el país).

Hay una contradicción evidente entre anunciar una reducción del CO2 y sin embargo construir nuevas plantas de carbón que, aunque sean más limpias que las anteriores, van a seguir emitiendo anualmente millones de toneladas de dióxido de carbono en la atmósfera, como han hecho notar las organizaciones ambientalistas y el partido Verde. Estas alegan que se han invertido millones de euros en el sector equivocado. Esa inversión ha podido dirigirse a modernizar la tecnología de las renovables.

Mientras tanto, los planes de desmantelamiento de las plantas nucleares (un proyecto también muy costoso, entre otras cosas porque las empresas están exigiendo miles de millones de euros en compensación por estos cierres) han seguido su curso. En este momento operan en Alemania solo siete plantas nucleares, y se espera cumplir el plazo de 2022 para cerrarlas.

El caso de Alemania es representativo de lo complicado que puede ser implementar una política energética que busque sustituir de manera efectiva las fuentes fósiles por las renovables, con el fin de reducir sustancialmente las emisiones de dióxido de carbono. Sobre todo cuando, como es el caso alemán, se ha renunciado a la energía nuclear que no genera CO2 (aunque sí desechos radioactivos altamente nocivos para los cuales hasta ahora ningún país ha encontrado una verdadera solución), por lo cual, en principio es apta para ayudar a combatir el cambio climático. Ahora Alemania, en comparación con otros países de la Unión Europea (que no han cerrados sus centrales nucleares) se encuentra en la incómoda situación de no apoyar en la práctica (sí lo hacen en la retórica) los planes de la (casi) total descarbonización del bloque europeo para 2050, de acuerdo con la estrategia de limitación del calentamiento global según los acuerdos de París.

Por eso, en Alemania, si puedes apagar la luz cuando sales del cuarto, apágala. Cuarenta por ciento de la luz que da ese bombillo proviene del carbón.

Este artículo ha utilizado información de diferentes medios de prensa alemanes, particularmente, Deutsche Welle y Der Spiegel, y de las organizaciones Greenpeace y Energytransition.org.

 

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