En marzo de 2011, un
terremoto y tsunami en la costa noreste de Japón desencadenó uno de los accidentes más graves (el otro fue el
de Chernóbil en 1986) de reactores nucleares de uso civil. El hecho de que un
accidente como este se hubiese producido en un país como Japón, que se supone
cuenta con controles estrictos de seguridad para este tipo de actividades, fue
una desagradable sorpresa en el mundo de la energía nuclear. En Alemania, un
país que tiene una larga tradición de protesta anti-nuclear, sirvió como
desencadenante para un cambio radical en la política energética del país.
Pocos días después de la catástrofe, el Gobierno de
Angela Merkel ordenó el cierre de los tres reactores más antiguos del país,
situados en el estado de Baden-Würrtemberg, y anunció que Alemania comenzaría a
desmantelar gradualmente sus plantas nucleares hasta eliminar por completo el
uso de esta fuente energética en 2022. Ocho reactores más, de los diecisiete
que operaban en el país, fueron desactivados ese mismo año.
Esta drástica actitud antinuclear del Gobierno
alemán -al punto de que hoy día esto no es tema de controversia ni de debates
parlamentarios- no ha dejado de sorprender a los observadores internacionales
que no entienden cómo un país económicamente poderoso como Alemania es capaz de
renunciar a una fuente energética clave de estos años, en cuya infraestructura
se invirtieron miles de millones de euros. Ningún otro país nuclear ha
expresado interés en seguir los pasos de Alemania. Incluso el Japón continúa
con ahínco sus programas de energía atómica. Estos países prefieren pensar que
lo de Fukushima fue nada más una catástrofe natural.
La actitud alemana tiene una explicación: en ningún
otro país la población se ha expresado tan críticamente a este respecto como en
Alemania. El movimiento antinuclear data de
comienzos de los años setenta con la oposición a la instalación de una planta nuclear en
Whyl, cerca de la frontera francesa. La protesta, que encontró una
fuerte represión policial, fue exitosa porque los planes para esa central
serían desechados unos años después. Desde entonces -y tras numerosas acciones
de rechazo contra nuevas centrales y la instalación de sitios para almacenar
los desechos radioactivos- se fue generando una especie de compromiso
antinuclear en la sociedad alemana, que también ha servido para darle impulso a
las energías renovables que hoy muestran a Alemania como un ejemplo internacional
en la lucha contra el calentamiento global. Un aspecto clave de la protesta es
que no era solamente un movimiento de activistas, estudiantes y académicos,
sino que supo involucrar desde el principio a diferentes sectores de la
sociedad civil, como organizaciones eclesiásticas, agricultores y población
local. Además de que, durante los años de la guerra fría, el temor a lo nuclear
estaba asociado a la bomba. La ubicación geográfica de Alemania en la frontera
entre el este y el oeste de Europa, entre dos ideologías en pugna, ambas con
armas atómicas, jugó también un rol.
Este movimiento antinuclear condujo a la formación
del Partido Verde alemán
(Die Grünen), que es hoy día una fuerza
política de peso en Alemania, y sin duda el partido ecologista más importante
del mundo. El abandono de los programas nucleares era, pues, una vieja ambición
de los Verdes y de los socialdemócratas
desde hacía años. Pero tuvo que suceder el desastre de Fukushima para que el
Gobierno alemán, que en ese momento estaba constituido por una coalición de la
que hacían parte los socialdemócratas, se resolviera a dar ese paso.
Un paso drástico que el
Gobierno presentó entonces como una 'revolución energética', Energiewende, cuyo objetivo era abandonar gradualmente tanto
lo nuclear como los combustibles fósiles y poner el acento en la generación de
energía solar y eólica.
Pero, si bien por el lado de lo nuclear se ha
cumplido la promesa, no se puede decir lo mismo en el caso de los fósiles.
Regreso al carbón
La consecuencia inesperada de la disminución de la
energía nuclear ha sido el aumento del carbón. Hoy Alemania es el país de
Europa occidental que más se sirve del carbón como fuente energética. Aunque
las instalaciones de energía renovables han aumentado, de igual modo lo han
hecho las plantas de carbón marrón (lignito) y negro.
Mientras que el Gobierno alemán sigue presentándose
en los escenarios internacionales como comprometido con
los planes de reducción en un 40% de las emisiones de gases de
efecto invernadero en 2020, y en un 80% en 2050, la realidad en 2019 es la de
un incremento en el uso del carbón en el país. En parte, un efecto colateral
indeseado de la reducción de la energía nuclear. (Ver gráfica de desarrollo de
la energía renovable en Alemania 1990-2015 en galería de imágenes al final del
artículo).
Aunque es cierto que Alemania ha hecho una enorme
inversión para aumentar su infraestructura de energías renovables (véase el
gráfico arriba) -lo que no es poca cosa en el caso de la energía solar en un
país en donde no brilla el sol todos los días- todavía está lejos de alcanzar
la expansión necesaria para producir el porcentaje necesario de energía limpia
que garantice el cumplimiento con los acuerdos de París. Hasta 2017, este
sector creció considerablemente. Pero aún no se han resuelto desafíos
tecnológicos como el transporte de energía eólica generada en el norte a los
estados del sur del país; o el almacenamiento efectivo de la energía
producida a partir de fuentes renovables para darle un mejor uso y en
horarios más convenientes. Debido a ello, el crecimiento de las renovables está
hoy estancado.
Transitar de una forma de energía a otra es un
proceso altamente costoso. En ese traspaso, el carbón (el combustible fósil más
sucio) ha resultado ser la salida más rentable. En contravía con lo anunciado
en la Energiewende, el Gobierno ha apoyado la
construcción de nuevas centrales de combustión de carbón, aduciendo que las
nueva centrales eléctricas de carbón y gas que reemplazarán a la viejas, son
más modernas y eficientes. Alemania ha construido en años recientes 23 nuevas
centrales eléctricas de carbón. el resultado es que un amplio porcentaje
(casi 50%) de la generación de electricidad está hoy en manos del carbón negro,
el lignito y el gas (como se aprecia en el gráfico en galería de imágenes,
que muestra las cifras totales de producción de energía en el país).
Hay una contradicción evidente entre anunciar una
reducción del CO2 y sin embargo construir nuevas plantas de carbón que, aunque
sean más limpias que las anteriores, van a seguir emitiendo anualmente millones
de toneladas de dióxido de carbono en la atmósfera, como han hecho notar las
organizaciones ambientalistas y el partido Verde. Estas
alegan que se han invertido millones de euros en el sector equivocado. Esa
inversión ha podido dirigirse a modernizar la tecnología de las renovables.
Mientras tanto, los planes de
desmantelamiento de las plantas nucleares (un proyecto también
muy costoso, entre otras cosas porque las empresas están exigiendo miles de
millones de euros en compensación por estos cierres) han seguido su curso. En
este momento operan en Alemania solo siete plantas nucleares, y se espera
cumplir el plazo de 2022 para cerrarlas.
El caso de Alemania es representativo de lo
complicado que puede ser implementar una política energética que busque
sustituir de manera efectiva las fuentes fósiles por las renovables, con el fin
de reducir sustancialmente las emisiones de dióxido de carbono. Sobre todo
cuando, como es el caso alemán, se ha renunciado a la energía nuclear que no
genera CO2 (aunque sí desechos radioactivos altamente nocivos para los cuales
hasta ahora ningún país ha encontrado una verdadera solución), por lo cual, en
principio es apta para ayudar a combatir el cambio climático. Ahora Alemania,
en comparación con otros países de la Unión Europea (que no han cerrados sus
centrales nucleares) se encuentra en la incómoda situación de no apoyar en
la práctica (sí lo hacen en la retórica) los planes de la
(casi) total descarbonización del bloque europeo para 2050, de acuerdo con la
estrategia de limitación del calentamiento global según los acuerdos de París.
Por eso, en Alemania, si puedes apagar la luz
cuando sales del cuarto, apágala. Cuarenta por ciento de la luz que da ese
bombillo proviene del carbón.
Este artículo ha
utilizado información de diferentes medios de prensa alemanes, particularmente,
Deutsche Welle y Der Spiegel, y de las organizaciones Greenpeace y
Energytransition.org.
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