En
las montañas de Albania viven todavía las últimas mujeres convertidas
socialmente en hombres según un código ancestral que en una sociedad patriarcal les permitía asumir todas las atribuciones de un verdadero varón.
Una
de ellas es Qamile Stema, que se convirtió en Qamil, su equivalente masculino,
que sigue usando hoy. La hija pequeña entre ocho hermanas juró por voluntad
propia hace casi ocho décadas que nunca se casaría, y que permanecería virgen
hasta el fin de su vida.
«Hice este
sacrificio por mi mamá que se quedó sola porque mi padre murió muy joven y ella
tenía que criarnos a nosotras», confesó Qamile a Efe desde su humilde casa en
la aldea de Barganesh, a unos
Qamile,
que tiene ahora 88 años, ocupó el lugar de su padre, se cortó el pelo, se
despojó del vestido y se vistió con la indumentaria «brekushe» (pantalones
negros anchos, chaleco, camisa y gorra blanca), típica de los hombres de la
región de Kruja.
Lo único que resulta
extraño en el conjunto es la pistola que solía
meterse en la cintura para protegerse de una posible agresión.
Bajo vigilancia:
Éstas
eran algunas de las obligaciones impuestas por 12 hombres llamados garantes,
cuya misión era vigilar el cumplimiento del juramento que las vírgenes habían
hecho ante ellos, explicó a Efe el profesor de etnografía Mark Tirta.
Las
mujeres se convertían en hombres no sólo cuando faltaban varones en casa, sino
también en caso de rechazo al novio que les había escogido el padre.
Mediante
esta conversión, las vírgenes gozaban de más libertades en una sociedad rural
patriarcal que despreciaba el papel de la mujer, aunque no implicaba
convertirse en homosexuales, dijo Tirta.
Este
fenómeno social, del que aún existen unas veinte representantes en todo el
país, tiene sus raíces en el código medieval de Lek Dukagjini, que rigió la
vida social y económica de los montañeses albaneses católicos y musulmanes
entre los siglos XV y XIX.
Qamile recuerda con
nostalgia las largas charlas entre humo de tabaco en compañía de los hombres,
cómo llevaba a pastar a las cabras, la temporada de producción de raki
(aguardiente), los rezos con los hombres los viernes en la mezquita, momentos
que nunca habría podido saborear siendo una simple mujer.
Cuando
se le pregunta si se ha puesto alguna vez el delantal para lavar los platos
responde con humor: «yo no soy una mujer». Se muestra satisfecha con su vida de
hombre, al declarar que no se ha peleado nunca con ellos. «Me han tratado como
a un hermano y no son cotillas como las mujeres», dice riéndose.
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