Los
psicólogos evolucionistas llevan siglos indagando en la cuestión de qué es lo
que hace felices a las personas. Y bueno, algunas pistas hemos sacado en claro
después de tantos años. Se sabe que el ejercicio reduce la ansiedad y
ayuda a relajarse. Conocemos que reducir el uso de las redes sociales mejora el
bienestar emocional o que la naturaleza y el sol nos hace
estar más alegres. ¿Y la compañía? Todo el mundo
(o casi) dirá que también.
¿Entonces qué hay de aquel
chico que se sentaba solo para leer en una esquina del comedor del instituto?
¿Acaso él elegía no ser feliz? O quizás sí era más feliz de ese modo. Incluso
simplemente era más inteligente y no necesitaba la aceptación de nadie a su
alrededor para vivir su vida.
Cuanto
más inteligente, más solitario.
Es lo que sugiere una investigación fascinante publicada en el British
Journal of Psychology. Los psicólogos evolucionistas Satoshi
Kanazawa y Norman Li llevaron a cabo una encuesta a 15.197 personas entre las
edades de 18 y 28 para conocer la relación entre la satisfacción con la vida,
la inteligencia y la salud.
Del estudio concluyeron que
las personas que viven en áreas más densamente pobladas tienden a reportar
menos satisfacción con su vida en general. Es decir, cuanto mayor es la
densidad de población del entorno, menos felices. También que cuantas más
interacciones sociales tiene una persona con amigos cercanos, mayor es su
felicidad autoinformada. Pero hubo una gran excepción. Para las personas más
inteligentes, estas correlaciones se redujeron o incluso se
invirtieron. Cuando las personas inteligentes pasan más tiempo con
sus amigos, son menos felices.
La explicación. Suena duro, sí. Los autores explican estos
hallazgos con la "teoría de la felicidad de la sabana", aclarando
cuán diferente es nuestro mundo al de nuestros antepasados de la era del Pleistoceno. ¿De qué se trata? La teoría de la felicidad de la sabana es
la idea de que la satisfacción con la vida no solo está determinada por lo que
está sucediendo en el presente, sino que también está influenciada por las
formas en que nuestros antepasados reaccionaban en el pasado. Básicamente que
las cosas que hacían felices a nuestros ancestros de la sabana africana —como
vivir en entornos rurales cerca de tribus cazadoras y recolectoras— nos siguen
haciendo felices en la actualidad.
La
psicología evolutiva sostiene que, al igual que cualquier otro órgano, el
cerebro humano ha sido diseñado y adaptado a las condiciones de un entorno
ancestral. Por lo tanto, nuestros cerebros pueden tener problemas para
comprender y lidiar con situaciones que son exclusivas del presente.
Y
nos relacionamos diferente. Los
dos factores que más difieren entre la vida ancestral y la moderna son la
densidad de población y la frecuencia con la que los humanos socializan con
amigos. Hoy, la mayoría de nosotros estamos rodeados de más personas y pasamos más tiempo con amigos que
nuestros antepasados. Pero no los excepcionalmente inteligentes. Los autores
argumentan que las personas menos inteligentes se ven afectadas por la teoría
de la sabana más que las personas altamente inteligentes.
"En general, es más
probable que las personas más inteligentes tengan preferencias y valores
'antinaturales' que nuestros antepasados no tenían", explicaban los autores.
¿Y qué tiene ver
esto con la soledad? Se
cree que la inteligencia ha evolucionado como un mecanismo psicológico para
resolver problemas novedosos, el tipo de desafíos que no eran parte habitual de
la vida. Para nuestros antepasados, el contacto frecuente con amigos y aliados
fue una necesidad que les permitió sobrevivir y reproducirse. Sin embargo, ser
muy inteligente significaba que era más probable que un individuo pudiera resolver problemas sin la ayuda
de otra persona, lo que a su vez disminuía la importancia de sus
amistades. Los resultados de la encuesta también
revelaban
que las personas más inteligentes eran menos propensas a sentir que se
beneficiaban de las amistades.
Hoy en día, seguimos siendo
criaturas sociales, un reflejo de esa dependencia temprana en grupos sociales
muy unidos. La vida humana típica ha cambiado rápidamente desde entonces. En la
sabana no teníamos coches ni iPhones ni comida procesada y es muy posible que
nuestra biología no haya podido evolucionar lo suficientemente rápido para
mantenerse al día. Como tal, puede haber un "desajuste" entre cómo
nuestros cerebros y cuerpos están diseñados y el mundo en el que la mayoría de
nosotros vivimos ahora. Si se es más inteligente y más capaz de adaptarse a las
cosas, es posible que resulte más fácil conciliar las predisposiciones
evolutivas con el mundo moderno.
¿Amistad
vs felicidad? Si a
alguien aún no le ha quedado clara la explicación del estudio, quizás la visión de Carol Graham, una
investigadora de la Brookings Institution que estudia la economía de la
felicidad, le sea útil: "Los hallazgos aquí sugieren (y no es de extrañar)
que aquellos con más inteligencia y la capacidad de usarla tienen menos
probabilidades de pasar tanto tiempo socializando porque están enfocados en
algún otro objetivo a más largo plazo".
Solo tienes que pensar en
un médico que intenta curar el cáncer o un escritor que trabaja en la obra
maestra del siglo XXI. En la medida en que la interacción social frecuente
resta valor a la búsqueda de estos objetivos y puede afectar negativamente su
satisfacción general con la vida.
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