Mientras
que todos hemos escuchado hablar en algún momento del problema de la
superpoblación, resulta que hay cada vez más demógrafos discutiendo las cifras
de Naciones Unidas. ¿Y si todo es mentira? ¿Y si lo que señalaran las estadísticas es, en realidad, que el mundo
se va a quedar vacío?
Decía el viejo Malthus que toda la historia de la humanidad
es una lucha a navaja entre el miedo y el instinto. Si ganaba el miedo a la
miseria, a la pobreza y al hambre, todo bien. Si, en cambio, al hombre le
"arrastra su instinto, la población crece más que los medios de
subsistencia" y el resultado la catástrofe, la guerra y las hambrunas. Lo
que ocurre es que Malthus se equivocaba.
Por
eso las cifras de la ONU son un problema; porque si echamos la vista atrás, son
creíbles. En los últimos 200 años, la
población ha crecido como nunca hubiéramos podido imaginar y,
sin embargo, si falta comida en alguna parte del mundo no es porque no se pueda
producir. Aunque los límites físicos y medioambientales de la Tierra son
finitos, hemos resultado ser bichos muy resistentes.
Aunque la confianza vana en
el progreso es peligrosa, las grandes políticas internacionales van encaminadas
a prepararnos para la superpoblación. Pero, ¿y si estuviéramos mirando mal los
datos? "La población mundial nunca llegará a los nueve mil millones de
personas. Alcanzará un máximo de 8 mil millones en 2040, y luego
disminuirá”, explicaba en The Guardian Jørgen Randers, un demógrafo noruego
conocido por sus trabajos sobre superpoblación. No es una opinión aislada, cada
vez hay más expertos que señalan que las alarmas de sobrepoblación igual estaban equivocadas.
El modelo de Naciones Unidas tiene, básicamente, tres grandes
parámetros: las tasas de fertilidad, las tasas de migración y las tasas de
mortalidad. Hay muchas cosas que no están contempladas dentro de esos modelos
como la educación femenina o las tasas de
urbanización. El motivo es sencillo: en principio, toda estas
cosas deberían verse en reflejadas en las tres tasas básicas y sí, es cierto.
El
problema es que sin modelos precisos sobre cómo funciona la demografía, no
podemos entender la estructura de las tendencias (ni cuándo van a cambiar). Por
ejemplo, la tasa de natalidad en Filipinas es muy parecida a la que había en
los años 60 en EEUU. Podríamos concluir que la transición demográfica sigue su
recorrido normal; es decir, más desarrollo es igual a menos natalidad. Así
es. El detalle está en el ritmo.
El problema es que mientras EEUU tardó 160 años de
pasar de 3.7 hijos por familia a 2.7, Filipinas lo ha hecho en 15 años. Con los
análisis de la ONU no podemos entender bien por qué el mundo se acerca tan
rápido hacia cifras compatibles con el invierno demográfico. El caso más claro
es África donde las cifras llevan años bajando sistemáticamente.
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