A pesar de que forma parte de la región
más desigual del planeta, América del Sur ha conseguido inmunizar a más gente
gracias a una combinación de factores culturales, necesidades económicas y
golpes de realidad.
Las primeras noticias aparecieron en diciembre: América del Sur, con sus malabares diplomáticos y presupuestarios para acceder a las vacunas, sus tasas alevosas de mortalidad por covid, sus cuarentenas eternas y su polarización, se había posicionado en el primer lugar del mundo en porcentaje de población total vacunada, un puesto que sigue manteniendo hasta estos días.
Según las
estadísticas de Our World in Data actualizadas al 5 de enero, Sudamérica tiene un 76% de
personas vacunadas con al menos una dosis y un 64% con el esquema completo, por
encima de Europa (66% y 62%) y de Estados Unidos (74% y 62%), por utilizar como
ejemplos una región y un país que aventajan largamente al Cono Sur en
disponibilidad y acceso a las vacunas.
¿Qué sucedió para que la región que tiene el país con mayor cantidad de
fallecidos por habitante a causa de la pandemia —Perú— y el segundo con mayor
cantidad de muertes en total —Brasil— (cuyo presidente ha llegado a decir que
si la vacuna “te convierte en un caimán, es problema tuyo”), se volviera el
líder global en vacunación? La pregunta misma contiene parte de la respuesta.
El temor por los estragos que el coronavirus ha causado en la región, mucho más
concreto y potente que cualquier discurso conspiranoico antivacunas, no basta
para explicar el avance en la inmunización de sociedades que han tenido que
vencer obstáculos económicos, geográficos y estructurales para llegar a los
brazos de sus ciudadanos.
Aunque la respuesta es múltiple y varía de país a país, también es
posible rastrear factores comunes en la región, sobre todo históricos, como la
existencia de una arraigada cultura de vacunación o las raíces de sistemas
sanitarios que, por más frágiles y debilitados que hayan llegado a la pandemia,
aún conservan una vocación de servicio público e infraestructuras que pudieron
ser reactivadas parcialmente al servicio de la vacunación. Y también la
necesidad de subsistir en economías con altísimos índices de informalidad. Un
factor que, en realidad, podría considerarse coyuntural e histórico a la vez:
el hábito y la necesidad de subsistir. Estas son las claves que han llevado a
algunos de los principales países de la región a alcanzar tan buenos
porcentajes: Argentina: la tradición y la
Sputnik
Argentina ha aplicado casi 78 millones de vacunas contra el coronavirus, la segunda mayor cifra de Sudamérica después de Brasil. El 84% de la población tiene al menos una dosis, el 72,9% tiene dos y un 14% ya ha recibido una tercera de refuerzo. Los movimientos antivacunas son minoritarios en el país y no están organizados. Aunque al Gobierno le ha costado llegar al 16% que aún no se ha vacunado, los altos porcentajes de aplicación tienen que ver con una arraigada cultura sanitaria. Los bebés reciben su primera vacuna minutos después de nacidos; cuando crecen, no pueden ingresar al sistema educativo si no presentan el carnet que demuestra que tiene las dosis obligatorias aplicadas. “Tenemos un calendario de vacunación de los más completos de América Latina”, explica una fuente del Gobierno argentino.
“La vacunación es algo que la población de
nuestro país tiene incorporada culturalmente. Además de eso, el antecedente de
la gripe N1H1 también sirvió como experiencia para introducir en el calendario
normal de vacunación algo fuera de lo normal”, como las dosis contra la
covid-19.
Fuente Diario El País: NAIARA GALARRAGA GORTÁZA RFEDERICO RIVAS MOLINASANTIAGO TORRADO JACQUELINE FOWKS ROCÍO MONTES.
São Paulo / Buenos Aires / Bogotá / Lima /
Santiago -
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