Las infecciones de transmisión sexual (ITS)
constituyen un grave problema de salud pública. Así lo establece la
Organización Mundial de la Salud (OMS) en sus últimas comunicaciones mientras
pone el foco su erradicación hacia 2030.
El esfuerzo está puesto en
el compromiso de los Estados miembro para frenar las infecciones que pueden
producirse en encuentros sexuales y acabar con las enfermedades asociadas,
empleando recursos para la prevención, diagnóstico precoz y tratamiento de estas.
Sin embargo, en tanto se
trazan estrategias internacionales para el manejo y abordaje de las ITS, la
realidad sigue siendo que los casos van en aumento. Por arrojar un dato, según la OMS,
cada día se contagian en el mundo más de un millón de personas de alguna
infección de este tipo.
En España las cifras no son
mucho más alentadoras. De acuerdo con la Red Nacional de Vigilancia
Epidemiológica (RENAVE), la incidencia de infecciones como la gonorrea, la
sífilis o la infección por Chlamydia trachomatis muestran una tendencia
ascendente. Las dos primeras desde el año 2000 y la chlamydia desde 2016
(Unidad de vigilancia de VIH, ITS y hepatitis B y C, 2021).
Por otra parte, el Plan de Prevención y
Control de la infección por el VIH y las ITS publicado en 2021 nos
dice que no solo hay un aumento de los contagios, sino que la población
mayormente afectada es aquella con edades que oscilan entre los 25 y 34 años.
Según estos datos, es
característico también que el patrón de contagio por sexo refleje que sean los
varones quienes más lo hacen, exceptuando la infección por chlamydia, donde el
porcentaje de mujeres alcanza el 54,4 %. Claro que los datos segregados de
esta manera nos hablan solo de población cissexual,
omitiendo una realidad más amplia y diversa que incluye a las personas trans,
lo que nos deja algunos ángulos muertos en los análisis relacionados con las
relaciones de género.
¿Cómo podemos prevenir
las ITS?
Sabemos que las ITS pueden
prevenirse, en la mayoría de los casos, con el correcto uso de métodos barrera
(los preservativos peniano-vaginal o las barreras de látex) en función del tipo
de práctica sexual que se realice, así como con un control habitual del estado
serológico y de la salud en general.
Sin embargo, es preciso
detenerse en la manera en que se aborda la prevención porque, a juzgar por los
datos, hay algo que no está funcionando. Una cuestión clave desde nuestro punto
de vista es que la ausencia de la implantación de la educación sexual integral
(ESI) en países como España.
La UNESCO (2018) ha
expuesto de manera sistematizada la evidencia científica sobre el impacto de la
ESI en la salud sexual. En este sentido se ha pronunciado el
Comisionado de Derechos Humanos del Consejo de Europa (2020), que
afirma contundentemente que “las investigaciones llevadas a cabo a nivel
nacional e internacional han demostrado los beneficios de una educación sexual
integral, entre los que se incluyen: una iniciación sexual tardía, una
reducción en la toma de riesgos, un mayor uso de anticonceptivos, y mejores
actitudes relacionadas con la salud sexual y reproductiva”.
La necesidad de la ESI
también se reconoce en la Agenda 2030 para el
Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas como uno de sus
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) con la finalidad de garantizar el
derecho a la ESI desde edades tempranas, promoviendo información rigurosa,
científica y veraz, que habilite a las personas en su autoconocimiento,
autopercepción y expresión para vivir vidas más satisfactorias.
La dimensión sexual sabemos que es una condición
inherente del ser humano y que su atención y educación es un derecho no
garantizado en la actualidad en el Estado español. La sexología nos ofrece un
marco disciplinar científico y una práctica profesional capacitada para
desarrollar la ESI. Pero también sabemos que es necesario un marco
interdisciplinar.
En este sentido,
consideramos fundamentales las aportaciones provenientes de las ciencias
sociales, que nos permiten atender la complejidad de la experiencia sexual
humana en diversidad de contextos sociales y culturales, un aspecto que se
insta a tener en cuenta en la ESI.
Con esto, también queremos
hacer hincapié en la importancia de desvincular la atención y educación de la
sexualidad de lo meramente biológico ya que la salud sexual no se reduce a
estos aspectos, sino que los integra y trasciende. Eso nos lleva directamente a
la cuestión de que para prevenir las ITS no basta con saber qué métodos
utilizar: también necesitamos atender los encuentros sexuales desde un marco
más amplio.
Nos referimos a los
condicionamientos sociales y culturales que pueden desanimar o inhibir su uso,
las relaciones de género y cómo pueden influir en las estrategias y habilidades
de negociación, las diversas prácticas sexuales que pueden darse en un
encuentro o las expectativas en torno a los modelos normativos de erótica,
entre otras cuestiones.
Como pone en evidencia la UNESCO
(2018), “la salud sexual y reproductiva abarca las dimensiones del
bienestar físicos, emocional, mental y social en relación con la sexualidad; no
se trata solamente de la ausencia de enfermedad, disfunción o debilidad”.
Además, toca repensar las
formas en las que en muchas ocasiones se trabaja la prevención. Parafraseando
al catedrático de psicología Félix López, es momento de analizar de qué modelo
de educación sexual venimos y, lo que desde nuestro punto de vista es más
importante, hacia qué modelo de educación sexual queremos ir.
En definitiva, consideramos
que cualquier reflexión sobre la salud sexual debe pasar ineludiblemente por
instaurar la ESI desde edades tempranas en nuestro país. Esto es clave para
garantizar los derechos sexuales y facilitar a todas las personas la
oportunidad de vivir sus cuerpos, su sexualidad y su erótica de la manera más
satisfactoria, más plena y libre posible.
Este artículo ha sido escrito en coautoría con Cleia Montesdeoca,
Graduada en Enfermería y Máster Universitario en Sexología, Educación Sexual y
Asesoramiento Sexológico.
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