Cuenta Tomás Guido en sus memorias «En estas circunstancias el señor Don Manuel Belgrano, mayor
del regimiento de Patricios, que vestido de uniforme escuchaba la discusión en
la sala contigua, reclinado en un sofá, casi postrado por largas vigilias
observando la indecisión de sus amigos, púsose de pie súbitamente y a paso
acelerado y con el rostro encendido por el fuego de sangre generosa entró al
comedor de la casa del señor Rodríguez Peña y lanzando una mirada en derredor
de sí, y poniendo la mano derecha sobre la cruz de su espada dijo: «Juro a la
patria y a mis compañeros, que si a las tres de la tarde del día inmediato el
virrey no hubiese renunciado, a fe de caballero, yo le derribaré con mis armas.»
Por la noche una delegación encabezada por Castelli
y Saavedra se presentó en la casa de Cisneros con cara de pocos amigos y logró
su renuncia. La Junta quedó disuelta y se convocó nuevamente al Cabildo para la
mañana siguiente.
Así recuerda Cisneros sus
últimas horas en el poder:
«En aquella misma noche, al celebrarse la primera sesión o acta del Gobierno, se me informó por alguno de los vocales que alguna parte del pueblo no estaba satisfecho con que yo obtuviese el mando de las armas, que pedía mi absoluta separación y que todavía permanecía en el peligro de conmoción, como que en el cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos, y esto era lo que llamaban pueblo, (..).
Yo no consentí que el
gobierno de las armas se entregase como se solicitaba al teniente coronel de
Milicias Urbanas Don Cornelio de Saavedra, arrebatándose de las manos de un
general que en todo tiempo las habría conservado y defendido con honor y quien
V.M las había confiado como a su virrey y capitán general de estas provincias,
y antes de condescender con semejante pretensión, convine con todos los vocales
en renunciar los empleos y que el cabildo proveyese de gobierno.»
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