Después de una lucha de años (que incluyó un largo asilo en la embajada
de Ecuador en Londres y una abierta traición de su ex presidente Lenin Moreno)
la ¿justicia? británica ha habilitado la extradición de Julián Assange, el
creador de la célebre Wiki Leaks, quien tendrá apenas quince días para apelar
una sentencia que lo llevará de por vida a una muy estricta cárcel de los
Estado Unidos.
Su
delito es conocido en todo el mundo: en su condición de periodista haber dado a
conocer centenares de miles de documentos oficiales (del gobierno
norteamericano), muchos de los cuales prueban las atrocidades cometidas por las
tropas americanas en las guerras que desatara su país, especialmente en Irak y
Afganistán. Por arte de magia y conveniencia el establishment yanqui convirtió
aquello que surgiera de investigaciones periodísticas en tareas de espionaje y
reclamó por parte de su gobierno una justicia muy parecida a la venganza. Las
investigaciones por parte de organismos y sectores que apoyan al periodista
pusieron al descubierto que entre las posibilidades consideradas por el
gobierno de los EE.UU. estaba la del asesinato.
La autorización para extraditar a este hombre destruido por la
injusticia y el aislamiento pasible, según dicen las pericias, de un suicidio
cercano, demuestra al menos dos cosas; en principio destruye el mito de la
inalterable justicia británica, tenida como ejemplo por la mayoría de los
países occidentales. En segundo lugar expone, sin ninguna duda, la condición de
las llamadas "democracias occidentales" como furgón de cola de los
Estados Unidos en toda acción que el país del norte estime como vital a sus
intereses. Esa condición, que ya se había evidenciado en la guerra de Ucrania,
queda refrendada por este hecho, menor aunque más significativo.
Lo tremendo del caso es que
las investigaciones de Assange también habían evidenciado el espionaje
norteamericano a otros países aliados (ante alguno de los cuales se disculpó,
caso de Alemania) pero ninguno de ellos llevó los posibles reclamos al nivel
estadounidense. Es que los informes de Assange hacen literalmente trizas el
presunto ejercicio de los derechos humanos por las tropas, y esto sin
distinción sobre, sexo, condición y edad de los afectados. Al defender sus
informaciones el mismo Assange fue claro y elocuente: pidió a quienes
accedieron a los documentos que, buscador mediante, se refirieran a la palabra "amputaciones", que con su cantidad y
condición trascenderían el horror que denunciaban.
De que semejante prueba era real lo demuestra el hecho que ni siquiera
los grandes medios informativos del mundo, diarios especialmente, pudieron
ignorar el tema y rebatir las razones de Assange.
Con
increíble hipocresía, a contramano del movimiento mundial en pro del periodista
y sabiendo que su destino podría ser una cárcel y un tratamiento capaz de
volverlo loco, el ministerio del Interior británico ha dicho que "Tampoco
que la extradición sea incompatible con sus derechos humanos, como el derecho a
un juicio justo y a la libertad de expresión, y que mientras esté en Estados
Unidos vaya a ser tratado de manera apropiada, como en lo referido a su
salud".
Quienes
analizan el suceso señalan que no se precisa una gran lucidez para compartir el
criterio de tantísimas personas, sintetizado en que lo acaecido es "un
suceso negro para la libertad de prensa y un mensaje escalofriante a los
periodistas de todo el mundo"
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