A pico y pala, trabajando a más de
En ese contexto, el presidente Hipólito
Yrigoyen se propuso emprender una obra gigantesca: un
servicio que permitiera la salida de los minerales de la Puna de Atacama,
además de otras cargas exportables, a través de Antofagasta,la ciudad portuaria
de Chile. Sin que estuviera en los planes de sus ejecutores, el
ramal terminó convirtiéndose en una importante actividad económica para la
provincia de Salta: la del turismo.
El interés por crear una línea ferroviaria que
uniera la Argentina y Chile, a través de la cordillera de los Andes, se
relacionaba "con el gran crecimiento de la explotación del salitre y el
concomitante crecimiento de la demanda de alimentos para la población que
migraba hacia esa región del norte argentino, la cual podía convertirse y, en
parte ya lo era, en el gran almacén del desierto", señala Alejandro
Benedetti, investigador y académico de la Universidad de Buenos Aires. En 1906, un artículo periodístico enumeraba los
productos que Salta podría exportar si contase con un ferrocarril:
"harina, azúcar, carne, maderas, tejidos y otros alimentos".
Los primeros debates y propuestas para construir
esta línea férrea arrancaron en 1880, aunque por diversas circunstancias
económicas y políticas se fue concretando por tramos, con varias interrupciones
y modificaciones en el trazado. En consecuencia, también fue cambiando de
nombre: Huaytiquina, Ferrocarril a Socompa, Ferrocarril Salta-Antofagasta o
Antofagasta-Salta, Trasandino del Norte, Ramal C-14 y, finalmente, Tren
a las Nubes. Demoró 27 años en inaugurarse completamente.
Recién en 1905 se sancionó una ley (la
4683) en el país, que dio impulso al estudio de las obras. Definir la traza más
adecuada llevó su tiempo, tanto para acordar cuestiones técnicas ajustadas a
una ruta que debía abrirse paso entre montañas, como para contemplar que en
buena parte del tendido había que trabajar a más de
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