SIDA: Nuevos medicamentos podrían
ayudar a poner fin a la epidemia de sida, pero los elevados precios y los
monopolios podrían dejar al margen a los más humildes.
Los autores son
directores ejecutivos adjuntos del Programa Conjunto de las Naciones Unidas
sobre el VIH/sida (ONUSIDA)
Tenemos buenas
noticias: hay todo un catálogo de medicamentos innovadores para prevenir y
tratar el VIH, denominados «de acción prolongada», porque se pueden tomar cada
varios meses en vez de a diario, y ya están en pleno desarrollo. Si, al
ponerlos en marcha, estuvieran disponibles a gran escala, podrían ayudar a
salvar muchas vidas y a acabar con la pandemia de sida.
Pero
traemos malas noticias: con su trayectoria actual, la mayor parte de las
personas que los necesitan no podrán obtenerlos pronto, porque sus elevados
precios y los monopolios dejarán al margen a los ciudadanos de los países de
renta media y baja. Ahí nos dirigimos, de nuevo.
ONUSIDA
ha reunido a algunos de los mejores científicos e investigadores del mundo. Han
destacado que ya se encuentran disponibles disponibles los medicamentos de
acción prolongada para la prevención: una inyección cada varios meses que protege de
forma muy eficaz frente a la transmisión del VIH. EE. UU. ya los ha aprobado y
la Organización Mundial de la Salud (OMS) los está analizando.
Y,
a corto plazo, se desarrollarán además nuevas medicinas muy interesantes para
el tratamiento de
acción prolongada, que podrían facilitar en gran medida que las personas
siguieran en tratamiento contra el VIH durante toda su vida, incluso cuando
esta les dificulta el acceso a las pastillas a diario.
Se
necesitan especialmente nuevas herramientas de prevención del VIH como
profilaxis pre-exposición (PPrE) de acción prolongada para luchar contra la
pandemia que estamos viviendo. En 2020, un año para el que el mundo tenía como
objetivo conjunto reducir las nuevas infecciones por debajo de 500 000, hubo en
realidad 1,5 millones; y en demasiadas comunidades están aumentando las nuevas
infecciones por el VIH.
La PPrE inyectable de
acción prolongada podría ayudar a satisfacer las cruciales necesidades en
materia de prevención del VIH de aquellos que presentan el mayor riesgo de
infectarse por el VIH del mundo, sobre todo, aquellos cuyas vidas, logística y
contextos legales dificultan el acceso y la toma de PPrE oral.
Esto
incluye a las personas que se enfrentan a la discriminación, entre ellas, los
hombres homosexuales, las personas transgénero, los trabajadores sexuales, y
las personas que consumen drogas en África, Asia, América Latina y el Caribe, y
Europa Oriental. Las jóvenes africanas, que se enfrentan a riesgos mucho
mayores que los de los hombres de su edad, también necesitan nuevas opciones de
prevención del VIH.
Los
estudios demuestran que son muchas las personas que quieren una opción de
acción prolongada y, de hecho, se estima que 74 millones de personas de todo el
mundo utilizan inyecciones de acción prolongada para evitar el embarazo. Los
minuciosos estudios que se presentaron en la Conferencia sobre Retrovirus e
Infecciones Oportunistas (CROI) mostraron que la PPrE de acción prolongada
puede evitar que se produzca un mayor número de nuevas infecciones que tomar
pastillas a diario.
Si
la OMS respalda su uso y cuando lo haga, el mundo debería apresurarse para
garantizar su disponibilidad a gran escala. La mejor manera de asegurar que
esta ciencia innovadora se traduce en un verdadero cambio mundial es garantizando
su disponibilidad para todo el que la elija.
Los
Estados miembros de la ONU acordaron una nueva Declaración política sobre el
VIH y el sida el año pasado, que establece el ambicioso objetivo de garantizar
el acceso a la PPrE a 11 millones de personas para 2025. Para que esto
sea posible, los gobiernos y las instituciones que tengan que hacer compras a
gran escala necesitarán hacerlo a un precio que se puedan permitir.
Ahora
mismo, en EE.UU., la PPrE de acción prolongada cuesta decenas de miles de
dólares. Pero los miembros del Comité de Asesoría Científica y Técnica de
ONUSIDA (STAC) calculan que la PPrE de acción prolongada se puede fabricar de
manera económica, a decenas de dólares, en vez de decenas de miles. Sería
posible reducir los precios asegurando, a la vez, beneficios para los
productores.
En
cuanto al tratamiento, la ciencia también está evolucionando rápidamente y
promete que hay tecnología en camino que podría conllevar grandes
transformaciones. El año pasado, 28,2 millones de personas recibían tratamiento
contra el VIH. Esto supone que las personas que viven con el VIH se toman más
de 10 mil millones de veces al año.
Pero
hay otras 10 millones de personas más que todavía necesitan acceso al
tratamiento del VIH. Si pudieran elegir entre una pastilla que durase una
semana o una inyección que durase meses, sería mucho más fácil que muchas
personas pudieran comenzar y mantener el tratamiento, lo que salvaría vidas y
frenaría la transmisión del VIH.
Una
barrera estructural clave que pone en peligro el acceso generalizado es que la
producción de estas medicinas está hasta ahora monopolizada por un pequeño
número de empresas que tienen sus sedes en un grupo reducido de países; esto
mantiene los precios en alza y limita (y concentra) el suministro. Sabemos por
experiencia (por los primeros ARV, la segunda generación de ARV, y con las
vacunas y medicinas contra la COVID-19) que esta barrera solo puede superarse a
través de la intervención.
Cuando
estuvo disponible por primera vez el tratamiento para el VIH a finales de los
90, los monopolios de ARV hacían que el precio estuviera por encima de 10 000 $
por persona al año, un precio que estaba fuera del alcance de los millones de
personas que vivían con el VIH.
Como
consecuencia, más de 12 millones de africanos han fallecido. El uso masivo de
antirretrovíricos para eliminar el sida no apareció hasta que los países de
renta media y baja se enfrentaron a la presión y se desencadenó la competencia
en el desarrollo de genéricos, y cuando la sociedad civil mundial presionó a
los gobiernos y empresas occidentales para que dejasen de bloquearlos.
Esa
experiencia llevó a que el mundo dijese que jamás se volvería a excluir a los
países en desarrollo del acceso a tecnología médica que salva vidas. Sin
embargo, la crisis de la COVID-19 se ha vuelto a abordar de la misma manera
discriminatoria y mortal, y se ha negado a África el acceso a suficientes
vacunas.
Tal
y como se ha actuado hasta el momento, parece que la historia se repetirá con
nuevos medicamentos contra el VIH. Pueden pasar años antes de que algunos
nuevos medicamentos, ya disponibles en Nueva York o Londres, lleguen a las
personas que los necesitan en Manila, Freetown, Maputo, Sao Paolo y Puerto
Príncipe.
Hay
una alternativa disponible que aseguraría que la ciencia se tradujese en
repercusiones. Los fabricantes de medicamentos contra el VIH pueden fijar
precios asequibles para los países de renta media y baja. Para que esta
solución funcione a largo plazo se necesita que se produzcan genéricos en estos
países.
Para
lograr esto, hay que eliminar los monopolios. La agrupación de patentes y la
transferencia proactiva de tecnología pueden hacer posible que un amplio grupo
de fabricantes en África, Asia y América Latina produzcan antirretrovíricos de
acción prolongada a un bajo coste. Esta debe ser una práctica estandarizada, y
el intercambio de información puede empezar incluso antes de que se apruebe su
uso.
El
precio y la producción local no son los únicos obstáculos para asegurar el uso
efectivo. Algunos sistemas de salud pública necesitan apoyo mundial para poder
adquirir materias primas, gestionar la logística y el almacenamiento, dotar de
formación para que haya un suministro eficaz, y para hacer partícipe a la
comunidad y así asegurar la demanda y el conocimiento de los tratamientos para
que estos no desaparezcan. El Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el
VIH/sida y nuestros socios respaldan todas estas causas.
A
partir de la acción de emergencia frente al COVID-19, tenemos que terminar con
las desigualdades de acceso a todas las tecnologías
sanitarias. Para eso hay que impulsar a la ciencia y hacer que llegue a todos,
así como invertir en la innovación sanitaria y tratarla como a un bien público mundial.
Para
frenar las pandemias de hoy y prevenir las de mañana es necesario dejar de
monopolizar información sobre tecnología sanitaria que puede salvar vidas, y en
su lugar compartirla a nivel mundial. Necesitamos que se reformen las normas de
protección de la propiedad intelectual que han fallado al mundo en estas
pandemias, para que así el acceso a los avances científicos esenciales no
dependa del pasaporte o los medios económicos de los que disponga una persona.
Necesitamos
que los gobiernos utilicen su poder para obligar al intercambio de ciencia y
tecnología para luchar contra las pandemias, y para forzar a las empresas y
países a usar los mecanismos de la OMS. Necesitamos diferenciar entre los
incentivos a la innovación y los monopolios de fabricación. Estos restringen el
suministro, perpetúan los precios no asequibles, aumentan las desigualdades, y
se ha demostrado que son un motor poco fiable para la innovación, especialmente
para aquellos problemas de salud que afectan sobre todo a las personas que
viven en la pobreza.
Tenemos
que invertir en la creación de capacidad de producción sanitaria en todo el
mundo. Tenemos que dar prioridad a la inversión en universidades y otras
instituciones de investigación públicas para mejorar nuestra capacidad técnica
de desarrollar tecnología médica para todos.
Se
puede poner fin a la epidemia de sida. A la pandemia de COVID-
El
acceso equitativo mundial a la tecnología que lucha contra las pandemias no se
puede regir exclusivamente por las reglas del mercado. Depende de las políticas
y la praxis. No se puede esperar a que los medicamentos se hayan distribuido a
gran escala en los países ricos para elaborar estas políticas. El proceso ha de
acelerarse.
Los
líderes de redes de la sociedad civil, sobre todo aquellos que viven con el VIH
o que pertenecen a grupo de población clave, hacen un llamamiento para que
actuemos ahora: hay que asegurar el acceso mundial a tecnología innovadora
relativa al VIH. Podemos y deberíamos hacerlo.
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