Esta
mañana el Papa Francisco participó en la Apertura de la sesión plenaria del VII
Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales en el Palacio de la
Paz y de la Reconciliación en Kazajistán.
Durante
el encuentro, el Santo Padre pronunció un discurso donde recordó que todos
estamos “en camino hacia la misma meta celestial”.
A
continuación el texto completo del discurso:
Señor
Presidente,
Hermanos
y hermanas:
Permítanme
que me dirija a ustedes con estas palabras directas y familiares. De esta manera
deseo saludarlos, Líderes religiosos y Autoridades, miembros del Cuerpo
diplomático y de las Organizaciones internacionales, Representantes de
instituciones académicas y culturales, de la sociedad civil y de diversas
organizaciones no gubernamentales, en nombre de esa fraternidad que nos une a
todos, como hijos e hijas del mismo cielo.
Ante el misterio del infinito que nos sobrepasa y nos atrae,
las religiones nos recuerdan que somos criaturas; no somos omnipotentes, sino
hombres y mujeres en camino hacia la misma meta celestial. La condición de
criaturas que compartimos instaura así una comunión, una auténtica fraternidad.
Nos recuerda que el sentido de la vida no puede reducirse a nuestros intereses
personales, sino que se inscribe en la hermandad que nos caracteriza. Sólo
crecemos con los demás y gracias a los demás. Queridos Líderes y Representantes
de las religiones mundiales y tradicionales, nos encontramos en una tierra
transitada a lo largo de los siglos por grandes caravanas. En estos lugares,
también por medio de la antigua ruta de la seda, se han entretejido muchas
historias, ideas, creencias y esperanzas. Que Kazajistán pueda ser una vez más
tierra de encuentro entre quienes están distanciados. Que pueda abrir una nueva
ruta de encuentro, basada en las relaciones humanas: el respeto, la honestidad
del diálogo, el valor imprescindible de cada uno, la colaboración; un camino
para recorrer juntos hacia la paz.
yer tomé prestada la imagen del dombra; quisiera hoy asociar al instrumento musical una voz, la del poeta más célebre del país, padre de su literatura moderna, el educador y compositor que a menudo se representa precisamente junto al dombra. Abai (1845-1904), como se lo conoce popularmente, nos ha dejado escritos impregnados de religiosidad, en los que se refleja lo mejor del espíritu de este pueblo, una sapiencia armoniosa, que desea la paz y la busca interrogándose con humildad, anhelando una sabiduría digna del hombre, nunca encerrada en visiones limitadas y estrechas, sino dispuesta a dejarse inspirar por múltiples experiencias.
Abai nos provoca con una pregunta imperecedera: «¿Cuál es la belleza de la vida, si no se va en profundidad?» (Poesía, 1898). Otro poeta se preguntaba el sentido de la existencia, poniendo en labios de un pastor de estas inconmensurables tierras de Asia una pregunta igualmente esencial: «¿Adónde tiende este vagar mío, tan breve?» (G. LEOPARDI, Canto nocturno de un pastor errante de Asia). Interrogantes como este son los que suscitan la necesidad de la religión, y nos recuerdan que nosotros seres humanos no existimos para satisfacer intereses terrenos y para establecer relaciones de naturaleza meramente económica, sino para caminar juntos, como peregrinos con la mirada dirigida al cielo.
Necesitamos encontrar un sentido a las preguntas últimas, cultivar la espiritualidad; necesitamos, decía Abai, mantener «despierta el alma y clara la mente»
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