Es uno de los monumentos que llena el imaginario de los portugueses, no solo por la obra de arte en sí, sino por la exaltación del simbolismo nacional de la independencia después de la decisiva batalla de Aljubarrota, el 14 de agosto de 1385. La promesa del rey se cumplió, el sueño tomó cuerpo en piedra labrada y se elevó a los cielos como una oración.
En los tres años
posteriores a la batalla, Juan I de Portugal se encargó de la reorganización y
consolidación del reino, hasta que en 1388 dieron comienzo las obras del Real
Monasterio de Santa Maria da Vitória, no en el lugar exacto del enfrentamiento,
sino a pocos kilómetros de él. El trazado del monasterio se confió al maestro
Alfonso Domingues, quien asumió la dirección de las obras entre 1388 y 1402,
dejando configurado casi todo el templo –con la excepción de los sectores más
altos– y gran parte de la zona de los claustros.
Además del
templo, de líneas elegantes y una nave central que impresiona por su altura (
ya que muchos
arquitectos dudaron de su apoyo. Alfonso Domingues no vaciló en sus
convicciones y, una vez terminada la obra, se empeñó en permanecer sentado en
la sala durante varios días, al final de los cuales la tradición garantiza que
se dirigió a los presentes y pronunció la frase: «¡La bóveda no se
cayó, la bóveda no se caerá!».
Tras la muerte de
Alfonso Domingues en 1402, le correspondió al maestro Huguet proseguir la obra
hasta 1438, es decir, hasta el final del reinado de Juan I. Huguet completó la
remodelación impuesta por el propio Juan I en el proyecto inicial: la Capilla del Fundador, una capilla funeraria con un plano centrado de
notable técnica constructiva gótica –tan del gusto de
Huguet–, así como la ejecución de las coberturas y el rediseño de la mayoría de
los frontispicios.
Otros maestros se
sucedieron durante los reinados de Eduardo I, Alfonso V, Juan II, Manuel I y
Juan III. Desde el reinado de Juan II, el ritmo de las obras fue disminuyendo
hasta llegar a la suspensión casi total. Las llamadas Capillas
Imperfectas quedaron así sin terminar. Relegado al olvido,
el monasterio fue asaltado durante las Invasiones Francesas y la tumba de Juan
II, saqueada. Un incendio destruyó algunos anexos. La decadencia se acentuó a
principios del siglo XIX hasta el punto de que los sacerdotes y clérigos
abandonaron el lugar. Las primeras iniciativas para restaurar el monasterio
empezaron con el espíritu artístico de Fernando II en 1840, pero tuvieron poco
alcance.
La memoria, sin embargo,
no se agotó y el monasterio es hoy uno de los monumentos más visitados del
país. A apenas
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