martes, 13 de diciembre de 2022

CURIOSIDADES y CREENCIAS: La bella escultura de Lucifer (el diablo) que habita en una catedral gótica.

 

Como no era admisible una representación tan hermosa de Lucifer, la escultura fue desechada y reemplazada en 1848. Curiosamente, la nueva pieza también desbordaba inusitada belleza. Pero quizá ya era demasiado condenarla de nuevo, así que no corrió el mismo fin que su predecesora y ahí permanece hasta hoy, en la catedral de Lieja, en Bélgica.


 

Dedicado a San Pablo, este radiante recinto gótico está ornamentado, como suele ocurrir con las catedrales de aquella época, con un alegórico desfile de arte sacro, vitrales y figuras de santos. Sólo que a diferencia de otras, la de Lieja incluye un habitante que destaca por su atormentada hermosura. Se trata de El genio del mal (Le génie du mal), título que dio a esta representación lucifereana su autor, el escultor belga Guillaume Geefs.

Suponemos que la razón de comisionar una escultura de Lucifer, para alojarla dentro de una catedral, era aprovechar su sufrimiento, luego de su abismal caída, como recordatorio a favor de la continencia y la sumisión. De ahí lo problemático que resultaba que la pieza fulgurara con tal hermosura, y terminara indirectamente elogiando la concupiscencia.


 

Apenas unos cuantos detalles, aunque de simbolismo tajante, diferencian a la apolínea figura moldeada en mármol de aquellos seres que, en contraste, gozan del favor de Dios. Su tobillo derecho está abrazado por un grillete que lo encadena al suelo. Cerca de su pie, cuyos dedos evidencian uñas puntiagudas, yace una manzana mordida junto a un cetro truncado –mismo que termina en un motivo astral, refiriendo a la relación entre Lucifer y la “estrella de la mañana”. Las alas presumen una anatomía animalesca, similares a las de gárgolas o murciélagos. Finalmente, un par de cuernos asoma entre su cabello, alusión a la fisiología de Satán pero que también fue un recurso empleado en la tradición icono-religiosa para indicar puntos o rayos de luz.


 

En la figura de Lucifer convergen una miríada de facetas arquetípicas, mixtura que incluye, entre otras sustancias originarias, la rebeldía y la transgresión, la terrenalización de lo divino, el abismo, el castigo, la luz original y la belleza del misterio. Se trata de un personaje en esencia “encandilante” –a fin de cuentas su nombre significa “el portador de luz”– y la pieza de Lieja, su mármol impoluto y plausible anatomía, el encanto que en síntesis irradia, que trasciende credos o morales, así lo confirma.

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