5 de abril de 2023 / 9:40 a. m.
Ante miles de fieles
reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Papa Francisco afirmó que
la esperanza de Dios nace y renace en los “agujeros negros” de las heridas y
las decepciones de cada uno.
Haciendo un
diagnóstico sobre la falta de esperanza en el mundo de hoy, las desilusiones,
la indiferencia ante Dios y la sensación de que la Iglesia “no es como antes”,
el Papa lamentó que “también hoy la esperanza parece a veces sellada bajo la
piedra de la desconfianza”.
Tras resaltar que la
cruz de Cristo, en la que el Señor está lleno de heridas y dolor, no es el
final sino un nuevo inicio, el Santo Padre afirmó que “a esperanza de Dios
brota así, nace y renace en los agujeros negros de nuestras expectativas
decepcionadas; y esta, la esperanza verdadera, sin embargo, no decepciona
nunca”.
“Pensemos precisamente en la cruz: del terrible instrumento de
tortura Dios ha realizado el mayor signo del amor. Ese madero de muerte,
convertido en árbol de vida, nos recuerda que los inicios de Dios empiezan a
menudo en nuestros finales. Así Él ama obrar maravillas”.
¿Dónde está mi esperanza?
Luego
de animar a hacerse la pregunta sobre “¿dónde está mi esperanza?”, el Pontífice
destacó que “hace falta un poco de esperanza para ser sanados de la tristeza de
la que estamos enfermos, para ser sanados de la amargura con la que
contaminamos a la Iglesia y al mundo”.
En la cruz, continuó el Papa, Jesús ha sido humillado y
despojado de todo: “Él que tiene todo se deja privar de todo. Pero esa
humillación es el camino de la redención. Dios vence así sobre nuestras
apariencias”.
“A
nosotros, de hecho, nos cuesta ponernos al desnudo, decir la verdad: siempre
tratamos de cubrir la verdad porque no nos gusta; nos revestimos de
exterioridad que buscamos y cuidamos, con máscaras para camuflarnos y
mostrarnos mejor de lo que somos. Es un poco como la costumbre del maquillaje:
maquillaje interior, parecer mejor que los otros”.
“Y
Jesús despojado de todo nos recuerda que la esperanza renace diciendo la verdad
sobre nosotros —decir la verdad a uno mismo—, dejando caer los dobleces,
liberándonos de la pacífica convivencia con nuestras falsedades. A veces,
estamos tan acostumbrados a decirnos falsedades que convivimos con las
falsedades como si fueran la verdad y terminamos por envenenarnos con nuestras
falsedades”, continuó el Santo Padre.
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