lunes, 26 de junio de 2023

¿Seremos inmortales? Se han descubierto los secretos del ADN que hacen que un animal sea inmortal.

 

Hay animales que viven mucho tiempo, como las tortugas o las ballenas boreales. Otros parecen inmunes al cáncer, como los elefantes o el ratopín rasurado. Los hay que ni cortándoles la cabeza dejan de regenerarse, como las planarias. Hay incluso unos bichitos microscópicos, los tardígrados, que sobrevivirían a casi todos los cataclismos imaginables. Pero no hay otro animal que sea capaz de hacer lo que hacen algunas especies de medusas: una vez que llegan a la edad adulta pueden deshacer el camino, volviendo a ser jóvenes.



Ahora, investigadores de la Universidad de Oviedo han secuenciado su genoma, desvelando las claves para que sea biológicamente inmortal. Esto podría dar pistas para el envejecimiento y el deterioro celular en otras especies, como la humana.

La Turritopsis dohrnii es una pequeña medusa que se puede encontrar desde el Pacífico hasta el Caribe, pasando por el Mediterráneo. Pertenece a la familia ampliada de las anémonas y los corales. Muchas de las especies de este grupo tienen capacidades de regeneración celular que ya las quisieran los humanos. Pero la T. dohrnii va más allá. En condiciones normales, su ciclo vital se divide en cuatro partes: tras la unión de los gametos masculino y femenino aparece una larva o plánula.



Después se fija en el lecho marino como pólipo, igual que las anémonas. Pero mientras estas viven y mueren pegadas a la roca, los pólipos de la protomedusa se liberan como éfiras, la fase previa a la madurez sexual, que alcanzan ya como medusas. Estas se reproducen de forma sexual y vuelta a empezar. Pero si las condiciones no son normales, si se estresan por alguna amenaza ambiental, se dan la vuelta: tras reproducirse pueden regresar a las fases anteriores, volviendo a ser pólipos.

Además, por lo que sabe la ciencia, pueden repetir el proceso de forma indefinida, algo que no pueden otras medusas. Por eso se dice que son biológicamente inmortales. Obviamente, se las puede comer un depredador o caer en manos de un bañista, pero no mueren de viejas.



La capacidad de la T. dohrnii para rejuvenecer fue lo que llevó al equipo que dirige el científico Carlos López Otín en el Instituto Universitario de Oncología de la Universidad de Oviedo a estudiarla. No es la primera vez que su laboratorio escudriña en los genes de algún animal. En 2018 secuenciaron el genoma de George, último representante de las tortugas gigantes de las Galápagos, que murió hace una década tras vivir unos 100 años. También participaron en descifrar el código genético de la ballena boreal o el de otro ser también apodado inmortal, los tardígrados. Ahora, y en un trabajo solo de investigadores de distintos departamentos de la universidad ovetense, han secuenciado por primera vez el genoma de esta medusa y lo compararon el de una pariente cercana, la T. rubra, que sí es mortal. Sus resultados, publicados en la revista científica PNAS, muestran por qué se ha ganado el título de medusa inmortal.

El autor sénior de la investigación es López Otín que, como él dice, lleva 35 años investigando los mecanismos celulares del cáncer. “Lo que he aprendido en este tiempo es que las células pueden volverse egoístas, viajeras e inmortales. Entender el cáncer exige estudiar otros mecanismos y procesos de inmortalidad. De ahí nuestro interés en esta medusa”, apunta. Otra cosa que ha aprendido el catedrático es que “la inmortalidad es indeseable, el envejecimiento es inexorable, pero que la longevidad es extraordinariamente plástica y la T. dohrnii lleva esta plasticidad al límite”.

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