Aunque no lo parezca, la pasta de dientes lleva utilizándose desde hace muchos años. No debemos pensar que era la misma pasta de dientes que usamos en la actualidad, sino que su composición era el resultado de la mezcla de varios ingredientes naturales.
Se considera que las primeras pastas de dientes
aparecieron en el Antiguo Egipto (s.IV a.c). Los egipcios mezclaban pimienta,
sal pulverizada, hojas de menta y flores diversas, creando una pasta llamada clister. Además, para la fabricación de dicha pasta, utilizaban
materiales tan sorprendentes como uñas de buey, mirra, piedra pómez y cáscara
de huevo.
Los mayas empleaban sustancias de procedencia animal o vegetal. Una de sus técnicas más destacadas era recopilar raíces de Rauwolfia heterophyla Willad para frotarlas contra los dientes y así evitar la halitosis, las caries o otras molestias dentales. No solo prevenían problemas bucales sino que, en caso de infección y dolor agudo, usaban analgésicos dentales como el hollín pulverizado, la bilis de algunas ranas, diente de serpiente de cascabel o incluso las cenizas de una iguana quemada viva.
La cultura grecoromana utilizaba la orina humana para lavarse los dientes ya que se consideraba que el amoníaco tenía propiedades blanqueadoras y prevenía las caries. En cambio, los árabes en la Edad Media hacían uso de piedra pómez y de arenilla para mantener su higiene bucal aunque descubrieron que esta técnica producía alarmantes abrasiones en el esmalte dental.
No fue hasta finales del s.XVIII que, en Gran Bretaña, se comercializó el primer dentífrico presentándose en polvo o pasta envasado en cerámica. Y hasta 1896 no apareció la primera pasta en tubo, como la conocemos actualmente, gracias a Colgate.
Los orígenes de la pasta dental nos hacen pensar en la importancia que se ha dado a la higiene dental y el aspecto de la dentadura desde tiempos remotos. Y es que ya en la Antigüedad se tenía consciencia que sin una correcta prevención, las distintas repercusiones ocasionaban un gran malestar.
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