William-Adolphe Bouguereau fue un ejemplo de pintor academicista. Esto
conlleva, por un lado una actitud
conservadora ante el arte, y por otro el éxito entre la
burguesía francesa de la época.
Mientras Napoleón
III admiraba su pintura, artistas como Gauguin o Van Gogh la
ridiculizaban constantemente.
Muy prolífico, se le atribuyen unas 800 obras, a las que, pese a todo, no se le
pueden negar una gran pericia técnica.
De origen
pequeño-burgués (típico origen del artista contemporáneo), con 14 años se
inicia en el arte clásico y toma clases de dibujo con Louis Sage, discípulo
de Ingres. Su
padre no quería que el chaval fuera artista (otro cliché), pero al final su
talento es demasiado y consigue entrar en las instituciones francesas (École
des Beaux-Arts), donde comienza a trabajar y cobrar un salario digno.
Empieza a ganar también los típicos
concursos para artistas académicos, y con el tiempo Bouguereau acabará
siendo elegido miembro de la Academia
francesa de Bellas Artes, estableciéndose como el pintor más grande de Francia (según
los académicos… como sabemos, hay otros pintores subversivos que pasarían a la
historia con mayor gloria).
Su estilo es naturalista,
auto-complaciente, casi onanista. Bouguereau demuestra
continuamente su evidente dominio de las técnicas pictóricas academicistas (y
también de las claves sociales de la hipocresía burguesa). Bouguereau pinta
lo que el burgués quiere mirar: mujeres desnudas (a veces también hombres), que
disfrazadas como escenas mitológicas, suben tanto la inteligencia como la
líbido.
Lo cierto es
(según cuentan) Bouguereau era
un chulo. Muy
soberbio, atacó a todo aquel que se escapase del «arte oficial» comandado por
él. El pobre Cezanne sería diana
habitual de sus iras. Por ello la vanguardia del siglo XX lo consideró «maestro en la jerarquía de la
mediocridad y enemigo de todas las ideas progresistas».
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