Fuente, Clínica Psicológica de la
Universidad Diego Portales: Los envidiosos, que tienen una baja autoestima,
menosprecian los logros ajenos, los viven como una ofensa a su propio ego, la
envidia tiene muy mala reputación.
“Es considerada una de las emociones
más negativas. Resulta casi un insulto decirle a alguien que es envidioso o que
una persona se declare como tal, porque nuestra conciencia moral nos impide
reconocernos de esta forma”, escribió Virginia Urrutia, psicoanalista y docente
de la Universidad de Santiago de Chile (USACH).
Por lo
visto,"hay un desconocimiento, ya que la envidia no es un defecto de
algunos, sino una emoción universal, que se manifiesta espontáneamente en
ciertas situaciones".
El
diccionario de la RAE define la envidia como el “sentimiento de tristeza o
enojo que experimenta la persona que no tiene o desearía tener para sí sola
algo que otra posee”. También puede catalogarse como una “pasión malsana que
afecta más a quien la vive que a aquel que la despierta”.
Por otro
lado, según Albana Paganini, académica y directora de la Clínica Psicológica de
la Universidad Diego Portales (UDP), “puede ser un problema si la persona se
siente frustrada y no puede desarrollar su vida, se siente tomada por esa
amargura”.
Los ojos del
envidioso siempre están puestos afuera: en las alegrías, los logros o los
talentos de otro. En lugar de mirar en su interior y apreciar lo que es o lo
que tiene, se compara, por ejemplo, con su mejor amigo o con una compañera de
trabajo, y siempre sale perdiendo. “¡Qué injusto!”, se dice, “a él lo quieren
más, a ella la ascienden. Soy yo quien merece eso”. Pero, ¿qué hay detrás de
una persona envidiosa?
“Un dolor
intenso por la comparación entre lo que percibe y lo que tiene. Ese dolor es lo
que llamamos envidia y nos recuerda lo que no tenemos”, explica Urrutia. “Se
confunde con el odio, pero no es así, ya que en el odio puede haber placer,
sobre todo si se lleva a cabo una venganza que se cree reparatoria.”
“La envidia
nunca es placentera, porque pone a la persona en contacto con sensaciones de
inferioridad de forma directa”. Ocurre que los éxitos del otro le muestran su
propia incapacidad. “Alguien está realizando algo que yo deseo hacer o tener,
puedo sentir que no lo estoy logrando, porque no tengo recursos, y que nunca lo
voy a lograr”.
Cicerón, el
famoso escritor, orador y político romano, decía que “nadie que confía en sí,
envidia la virtud del otro”. Los envidiosos, que tienen una baja
autoestima, menosprecian los logros ajenos, los viven como una ofensa a su
propio ego.
Usualmente,
se trata de personas cercanas: familiares, amigos, parejas, colegas o con las
que existe una relación lujuriosa, como veremos más adelante. Desde una
perspectiva religiosa, la envidia es uno de los siete pecados capitales, pero
no hay que demonizarla: en el desarrollo humano forma parte de la ambivalencia
que constituye los vínculos con los otros.
“Hay una
idealización de las relaciones, como si los sujetos fueran armoniosos y, en realidad,
las relaciones están cruzadas por amor y odio, celos, rivalidad y envidia”,
matiza Paganini.
Además de
dolor, la envidia provoca en quien la siente ansiedad, hostilidad, rabia y
depresión. Y toma diferentes formas. En la etapa escolar, pueden ser las notas;
en la adolescencia, las conquistas amorosas; en la adultez, el éxito material,
laboral o familiar. Un artículo de la revista Psychology Today enumera Siete
razones por las que envidiamos a nuestros amigos (y viceversa): el dinero (un
amigo gana mucho y el otro vive al día), las relaciones (uno siempre está con
alguien; el otro, no), la fertilidad y los niños (una amiga se embaraza como si
nada, la otra lleva dos años en tratamiento), el atractivo físico (hasta los
40; en la mediana edad es “quién envejece mejor”), el peso (alguien con
sobrepeso frente a un amigo delgado), el éxito laboral (uno gana más plata o es
más reconocido) y las redes sociales (por las fotos que exhiben “felicidad”).
Formas
de hacer daño que tienen los envidiosos:
La envidia
puede ir desde una ironía, pasando por chismes que el envidioso esparce para
desprestigiar al envidiado, hasta algo gravísimo.
“A mí no me
gusta que me regalen flores, son como de funeral”, puede comentarle una mujer a
otra, que acaba de recibir un precioso bouquet. “Es una reacción típica del
envidioso.
“Hay una
negación, un desplazamiento, una violencia solapada”, enumera Urrutia. Otro
ejemplo, una amiga le presta un vestido o una cartera a otra y esta se los
devuelve manchados o con alguna falla. “Hay una rivalidad, algo infantil. Sale
con excusas como: ‘disculpa, se me cayó y se le hizo un raspón’. Hay un
elemento destructivo hacia el otro”. La competencia puede reflejarse,
igualmente, en que un tipo se vista como su cuñado o se compre el mismo auto.
“Una vez, el amigo de un conocido se construyó una casa en el campo que era
igual a la de él: los techos altos, las vigas, la decoración, todo”, cuenta la
psicóloga.
¿Qué pasa si
la envidia no se controla adecuadamente? “En la envidia destructiva,
la persona ve al otro como un obstáculo. Si esa envidia sigue creciendo puede
planificar cualquier cosa, incluso, la muerte. Esto, dependiendo de la
estructura de personalidad.
La envidia
patológica es típica en estructuras de personalidad narcisista y también en los
psicópatas. Los envidiosos patológicos se sienten súper amenazados y
angustiados por el éxito, la felicidad o la prosperidad de otros, porque
sienten que no pueden tener eso. Entonces, si no lo tienen, lo destruyen”.
La envidia
también tiene que ver con la “voracidad”, sostiene Urrutia. “Es voraz, en la
medida que aumenta esa emoción, ese sentimiento.
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