UNA PRUEBA MAS de que LOS HUMANOS
VIVIMOS de CASUALIDAD: La imagen que ilustra este posteo está sacada de
una vieja enciclopedia de 1958 que tengo en casa. Me encontré con esta
fotografía al buscar el significado de la palabra desinsectación. La foto sirve para ilustrar esta
palabra y va acompañada de un texo: «En la postguerra, este niño, refugiado en
Berlín, recibe una pulverización de DDT para preservarle del tifus y otras
enfermedades acarreadas por los insectos.»
La foto me impactó por dos motivos.
Primero, que al niño se le pulverizara DDT directamente sobre el cuerpo, ya que
se trata de un insecticida que fue prohibido debido a su impacto negativo sobre
el medio que comportó su uso extensivo desde mediados de la década de
1940. Segundo, la candidez que se desprende de la imagen sabiendo que hoy en
día esto sería una práctica impensable.
La mujer que pulveriza el insecticida
sobre el niño sonríe satisfecha con la certeza de que lo que está haciendo es
un gran bien. Y es cierto que estaba haciéndolo para la mentalidad de la época.
Europa había padecido desde el año 1939 una gran guerra. Un continente roto y
una población diezmada: movilizados a armas, refugiados, hambre, miseria,
pillaje, etc. Así pues, el DDT fue de gran ayuda para controlar enfermedades.
El DDT (dicloro-difenil-tricloroetano)
fue sintetizado por primera vez en 1874 por Othmar Zeildler, pero no
fue hasta 1939 que Paul Hermann Müller, de la empresa química Geigy de Suiza,
descubrió sus extraordinarias propiedades insecticidas. Este
descubrimiento le valió el Premio Nobel en 1948. Así que es fácil imaginar las
esperanzas que se pusieron en este insecticida que ha sido considerado el más
efectivo de todos cuantos han sido descubiertos. Fue a partir del año 1942
cuando se comercializó y se fabricó a gran escala. Las potencias occidentales
lo usaron durante la guerra en sus operaciones. Al principio fue considerado
secreto militar con el nombre en clave de G4. El primer gran éxito que se le
atribuye fue la drástica reducción de los piojos en Nápoles en 1944 cuando se
espolvoreó DDT sobre un millón de napolitanos para poner fin a un grave brote
de tifus.
Después
de la contienda comenzó su uso masivo gracias a la reducción de sus costes de
producción. En España se empieza a producir en 1945. Su éxito estimuló la
investigación de otros insecticidas organoclorados: el
hexaclorociclohexano y los derivados del ciclodieno como el eldrín, aldrín
y dieldrín. Su uso intensivo acarreó que aparecieran resistencias bien
pronto. En 1947 se registró en Italia la resistencia de moscas. Y hacia 1950 ya
había registrados unos cuantos casos más de resistencia.
En los años cincuenta se alcanzó su máximo de producción
con más de 100.000 toneladas anuales. A medida que su uso se extendía,
empezaron a saltar las alarmas. En 1962, Rachel Carson publicó el libro
‘Primavera Silenciosa’ donde advertía de las consecuencias catastróficas
para el medio ambiente si se seguía usando el DDT. A partir de este momento, se
formó una opinión contraria a su uso. Y en 1972 la EPA, la agencia de
protección medioambiental de los EUA, prohibió su uso en medio de una fuerte
polémica entre detractores y defensores. Su prohibición, más que un acto
científico, fue un acto político.
Su uso indiscriminado no solo mataba los insectos contra los cuales se luchaba, sino que afectaba también a sus depredadores y a animales beneficiosos para el hombre. También se empezaron a detectar numerosos casos de resistencia. A mediados de los años sesenta se encontraron las primeras pruebas de que altas concentraciones de DDE (Dicloro Difenil Dicloroeteno), compuesto producido al degradarse el DDT, se acumulaban en las aves y eso afectaba a su reproducción. El DDT contaminaba los alimentos y pasaba a la cadena trófica. Esta cadena es una pirámide, y cuanto más arriba se está, más DDT se acumula.
El hombre para bien
y para mal está en la cúspide. Este insecticida es altamente bioacumulable, ya
que es prácticamente insoluble al agua y, en cambio, muy soluble en las grasas.
Esto quiere decir que no se elimina por la orina y que se acumula en los
tejidos. Además de esto, es muy persistente y no se descompone fácilmente en
compuestos no tóxico. Según estudios, si un campo es rociado con DDT, al cabo
de 10 años se encontrará el 50 por 100. Por otra parte es extremadamente móvil.
El DDT se puede pegar al polvo y ser esparcido gracias al viento por medio
mundo.
Por
estas razones y por otras, el DDT fue prohibido en los EUA y cinco años más
tarde, en 1977, también lo fue en España. A pesar de esto, en nuestro país hasta
no hace mucho, se siguió usando el DDT en la fabricación del herbicida dicofol.
También se sabe que aunque la prohibición de su uso entró en 1977, se siguió
usando en el campo. Según alguien me explicó, en el sur de España se siguió
usando bastante y había un mercado negro que era el responsable de su
importación.
A partir de
mediados de los años 40, en nuestro país fue fabricado por varias empresas como
Erquimia (en Flix, Tarragona), Nexana (Bilbao), Insecticidas Cóndor
(Bilbao), Faes (Bilbao), Zeltia (Porriño), Cruz Verde (Barcelona) Fabricación
Nacional de Colorantes y Explosivos (Barcelona). Desde 1987 y hasta 2008,
la empresa Montecinca (en Monzón, Huesca) siguió usando el DDT como
intermediario para la fabricación del plaguicida dicofol.
No
hay duda que el DDT es un compuesto peligroso para la vida. Y su uso a día de
hoy puede parecernos desfasado y innecesario. Ahora bien, visto con perspectiva
fue muy útil en una época en que sus peligros no se contemplaban, porque habían
otros más acuciantes. Gracias al uso del DDT y otros insecticidas
organoclorados se erradicó de España el paludismo. Hasta 1948 en Ceilán se
producían dos millones y medio de enfermos de malaria al año. A partir de ese
año se inició una campaña para su control y se fueron rociando todas las casas
con DDT. Y como resultado de ello, en 1962 se registraron tan solo 31 casos de
malaria
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