lunes, 8 de abril de 2024

CURIOSIDADES y CULTURAS HUMANAS: Andalucía, lugar hoy paradigmático de los gitanos españoles. Sepamos más de este grupo humano rebosante de vida-

 



Aunque formaban un grupo menos numeroso y más difícil de localizar, por su falta de arraigo en ningún lugar, no podemos olvidarnos de ellos al hablar de los sectores no integrados en el conjunto de la sociedad sevillana del siglo XVI.

La primera indicación de gitanos españoles es un salvoconducto de enero de 1425, otorgado en Zaragoza por Alfonso V de Aragón, el Magnánimo, a favor de “Don Johan de Egipte Menor”; Tomás, supuesto conde de Egipto Menor, recibió otro salvoconducto poco tiempo después. Las crónicas indican que gitanos llegan a Barcelona en 1447, desde Francia.




En Andalucía, lugar hoy paradigmático de los gitanos españoles, el primer registro histórico es el de la llegada, de Tomás (probablemente el mismo grupo de treinta años antes) y Martín, también «Condes de Egipto Menor» -eso decían ellos-, quienes fueron recibidos en Jaén en 1462 y agasajados estupendamente por el conde Miguel Lucas de Iranzo, que ocho años después volvería a recibir, en su sede de Andújar, al Conde Jacobo de Egipto Menor y a su esposa Loysa. Cada uno de estos nómadas venía acompañado por entre 50 y 200 personas.




Desde el principio fueron numerosos los gitanos en Andalucía, atraídos quizá por la riqueza de nuestros campos. El contraste con Castilla debió producirles el mismo impacto que al viajero polaco Sobieski más de cien años después:

"... en todas partes descansa la vista en grandes extensiones, como selvas, de limoneros, olivos, cipreses, palmas datileras y viñas riquísimas... Después del desierto que acabábamos de atravesar... me pareció encontrarme en un paraíso."

Otra razón plausible de su concentración en Andalucía ha sido apuntada con agudeza por José María de Mena. La frontera con el reino de Granada era escenario de incursiones y algaradas endémicas. De 1463 a 1477 -justo desde la aparición oficial de los gitanos en Jaén- se producen las luchas señoriales entre Girones, Guzmanes y Ponces de León.




 La guerra final con Granada abarca de 1482 a 1492. En resumen, el último tercio del siglo XV representa para Andalucía un continuo movimiento bélico; y eso supone necesidad de caballerías, de herraduras, de armas y munición, sin hablar de las actividades ligadas al reposo del guerrero. Nuestras tierras son entonces una fuente de opulencia para los gitanos, a tono con su mentalidad y habilidades. No parece casual que las poblaciones serranas entre Sevilla por un lado y Cádiz y Málaga por otro -la vieja frontera- arrojen aún en el siglo XVIII una desproporcionada densidad de gitanos herreros, posible reflejo de un asentamiento masivo tres centurias antes.



En las luchas señoriales, don Rodrigo Ponce de León hizo legendaria su superior iniciativa y talento militar, gracias a los cuales pudo hacer frente a los mayores medios de don Enrique de Guzmán. Podríamos arriesgar la hipótesis de que vio en seguida las ventajas de incorporar a su bando unos auxiliares tan útiles como los gitanos. Cuando en la última década del siglo se pacificó Andalucía y casi simultáneamente comenzaron las persecuciones contra estos últimos, muchos de ellos -ligados ya a la casa de Arcos- buscarían el amparo de los Ponce viniendo a instalarse justo enfrente de su palacio, al otro lado de la plaza del Carbón. Habría un intercambio de protección por servicios: reinaba ya la paz, pero era el momento en que comenzó a revalorizarse el papel del herrero en el esquema de explotación de los latifundios.



Como hemos visto en Jaén, para ser bien recibidos, los gitanos decían ser peregrinos provenientes del Egipto Menor (región del Peloponeso-Grecia). Ellos decían que eran obligados a vagar por el mundo durante siete años, como penitencia; porque decían que habían sido perseguidos por los Sarracenos y obligados a abjurar la fé cristiana. Los reyes del momento -según lo que ellos contaban- les obligaron a presentarse delante del Papa, que les dió una penitencia y también credenciales para que fuesen bien recibidos dondequiera que ellos fuesen. Se sabe que al principio fueron bien recibidos porque el carácter misterioso de sus orígenes había dejado una impresión profunda en la sociedad medieval. Pero en el espacio de algunas décadas, la curiosidad se transformó en hostilidad por causa de su particular idiosincracia.

Aunque pocos, llamaban mucho la atención por su peculiar forma de vida, sus costumbres, su lengua -el romaní- y las actividades que solían desempeñar. Por ello, la literatura les dedicó muchas páginas. En el teatro de Lope de Vega, de Gil de Vicente y en las novelas ejemplares de Cervantes, pueden encontrarse diversos tipos de gitanos. Éste último autor no los deja bien parados en esta popular novela suya.

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