Con un rial omaní ‑algo más de dos euros- puedes decidir entre comprar
ocho litros de petróleo o cinco de agua. Tú eliges: estamos en pleno desierto y el calor en verano
es extremo. ¡Te lo advierto! Además, si eres hombre, en este Sultanato puedes
optar por tener una esposa o cuatro viviendo en la misma casa.
Tiene tela, y mucha porque los vestidos de las damas han de
llegar al tobillo y extenderse hasta la muñeca. Eso sí, si quieres tener una
familia extensa, deberás disponer de capital suficiente para abonar la “dote” y
responder sexualmente ante todas tus mujeres. Para eso está la nutritiva leche de camella.
Si al final el tema no te convence y estás agotado, el divorcio
para el hombre es muy sencillo. Por cierto alguien que vivía en Omán me dijo sin titubeos: “en este país no
existe el amor. Los matrimonios son concertados pero tampoco sale tan mal la
cosa.” Pues mira, como yo siempre digo: hay que ser positivos.
De la vida del Sultán ‑que lleva en el poder cuarenta y cinco
años- no se sabe demasiado. La gente es muy discreta al respecto: estamos ante
un monarca absoluto, eso sí, con muchas ganas de democracia y modernidad.
Buenas noticias, pues. Algunas cuestiones sí se conocen: el Rey monta a
caballo, es amante de la música clásica y goza de una refinada educación
británica. Su sucesión es un enigma porque, según parece, no tiene hijos
oficiales.
Además de la identidad del futuro soberano, también es un
secreto el color del pelo de las mujeres omaníes. Porque lo llevan tapado. Tú
también si eres una fémina y visitas una mezquita del Sultanato. Ni un
mechoncito. El rostro sin embargo, salvo en el supuesto de alguna etnia más
conservadora, puede llevarse al descubierto. Te sorprenderá en el caso de
muchas mujeres por su extraordinaria belleza, ojos imponentes y sonrisa amable.
Debe ser por el dulzor de los dátiles, la fruta estrella de la región.
Si te ha picado la curiosidad y quieres hacerte una idea de este
curioso país, cuya capital es la limpísima Mascate, y que tiene a Irán en frente y a Yemén y Arabia
Saudita por cada lado, vente en invierno, por favor. Podrás disfrutar de
preciosas mezquitas y fortalezas, una costa escarpada y agradables zocos con
olor a incienso. En enero, sus habituales veinticinco grados son más que
apacibles y te permitirán probar el gustoso café con cardamomo sin que te entre un sofoco. Si tienes paciencia y
viajas al norte de Salalah, llegarás incluso a ver la tumba del Santo Job, un profeta para los musulmanes. En verano,
olvídate de hacer las maletas para viajar a Omán salvo que tengas espíritu
beduino o quieras convertirte en un camello a la brasa. Échale 50 grados como
mínimo y peligro de monzón.
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