El
Periodo que abarco la época victoriana fue desde 1837 hasta 1901: Las
fiestas en esta época estaban a la orden del día, y como tal, había muchas
normas que seguir si se quería dar una buena impresión.
La
vestimenta en la mujer: Si eras una mujer afortunada y te
invitaban a la fiesta más exclusiva de la temporada, era muy importante la
época del año al elegir vestido: durante la primavera o verano se recomendaban
telas ligeras o de seda, por el contrario, en invierno era preferible el
terciopelo junto a la seda.
También había que tener en
cuenta la edad: las jóvenes solían llevar seda, finos encajes y pocas joyas, las
mujeres de más edad vestían con terciopelo. En cuanto a los colores, la
anfitriona debía llevar colores tenues para no eclipsar a las invitadas, y
estas tenían que elegir colores adecuándose a la hora y lugar de la fiesta,
siempre y cuando fueran acordes a su estatus social, en caso contrario sería
considerado como el mayor de los errores y una increíble falta de gusto.
La
vestimenta en el hombre: Con los caballeros todo se
simplifica: la ropa, tanto de anfitrión como de invitados, consistía en
pantalones, chaleco y chaqueta negros, corbata o pajarita, camisa y guantes
blancos.
La
conversación: Una buena conversación es la clave para
una velada perfecta, por ello era obligación de cada invitado entretener a la
persona que estaba a su lado siempre y cuando el tema no sea inapropiado ya que
podría, de algún modo, herir la sensibilidad de los invitados. Se consideraba
de mala educación hablar de temas médicos, política o religión, y se debía
evitar hablar de amistades distinguidas o viajes al extranjero para presumir o
suscitar envidia, pues se consideraba de un gusto dudoso.
La
cena: A la hora de la cena, habría que dirigirse al servicio
con una educación exquisita con expresiones como "Si/No, muchísimas
gracias" o "Por favor, ¿sería tan amable de...?". Con pequeñas
abalanzas se hacía notar a los anfitriones la deliciosa cena que se ha servido,
sin llegar a la exageración, pues podía parecer puro teatro. Jamás se debía
abandonar la mesa, a no ser que se hubiera terminado de cenar o se trate de una
gran urgencia, pues era algo de muy mala educación.
En el caso de las damas,
ellas tenían que estar atentas a todo: su imagen, sus gestos, la cantidad de
comida o bebida que se llevaban a la boca... Incluso su forma de comer estaba
sometida a examen: una dama poco elegante comiendo corría el riesgo de no ser
invitada a más fiestas. Las jóvenes solo podían tomar dos copas de vino, en
cambio, las mujeres casadas podían tomar cinco o seis sin suscitar comentarios.
Se consideraba muy descortés rechazar una copa de vino a la que te hubieran
invitado, incluso si es la tercera copa en el caso de una dama joven.
Los caballeros debían
tener las manos muy bien cuidadas: las uñas perfectamente recortadas y sin
suciedad. Debían cuidar su lenguaje en la mesa, no se podían servir si la dama
sentada junto a ellos no tenía comida en el plato y siempre tenían que prestar
atención a las damas de su lado.
La anfitriona: Era
costumbre que todo el trabajo, desde la elección del mantel hasta la temática
de la fiesta, recayese en la mujer de la casa. Ella era quien controlaba la
duración de la cena, no alargándola más de dos horas, ya que se consideraría
demasiado larga. Se debía deshacer en sonrisas con sus invitados, no dando
importancia a los problemas que puedan surgir durante la velada y siempre
comportándose amablemente.
Por ejemplo, si un
invitado rompiese la vajilla, ignoraría el problema y trataría de animar al
culpable con sonrisas mientras pide a alguien del servicio que sustituya el
plato roto, sin mostrar, por supuesto, ninguna expresión que pudiera hacer
sentir culpable al huésped. El marido en este caso pasa a un segundo plano,
siendo la mujer quien responderá ante los invitados y procurará que todo esté
perfecto. Si el matrimonio tiene hijos pequeños, los presentará al principio y
después se irán a dormir siendo vigilados por una niñera para que no molesten a
sus padres en mitad de la cena.
La anfitriona es la
responsable de controlar a sus invitados y reducir el ritmo de comer si ve que
alguno va más lento que los demás, para acabar ella la última, haciendo que el
invitado se sienta lo menos incómodo posible. También era la primera en
levantarse de la mesa para dar por concluida la cena y quien anuncia el fin de
la velada.
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