Doy las gracias a la Directora por
su acogida y a todos ustedes, por la calidez, la celebración y el afecto que me
demuestran. Mi saludo va también a todos los que trabajan en este instituto:
cuidadores, educadores, personal sanitario, personal administrativo y
voluntarios. También quiero saludar a todos los que están mirando por las
ventanas, un saludo a todos vosotros. Tenía muchas ganas de conoceros, a todos
juntos.
Para mí, entrar en una cárcel es siempre un momento importante,
porque la cárcel es un lugar de gran humanidad. Sí, es un lugar de gran
humanidad. De humanidad probada, a veces fatigada por dificultades,
culpas, juicios, incomprensiones y sufrimientos, pero al mismo tiempo llena de
fuerza, de deseo de perdón, de deseo de redención. Como ha dicho en su
discurso.
Y en esta humanidad, aquí, en todos vosotros, en todos nosotros,
está presente hoy el rostro de Cristo, el rostro del Dios de la misericordia y
del perdón. No olvidéis esto, Dios perdona todo y perdona siempre. En
esta humanidad aquí, en todos vosotros, está el sentido de mirar al Dios de la
misericordia.
Conocemos
la situación de las prisiones, a menudo superpobladas, lo que provoca tensiones
y penurias. Por eso quiero decirles que estoy cerca de ustedes, y renuevo mi
llamamiento, especialmente a quienes pueden actuar en este ámbito, para que
sigan trabajando por la mejora de la vida en las cárceles.
Una vez, una señora que trabajaba
en la cárcel, tenía una bonita relación con las mujeres, porque era una cárcel
femenina. Una madre de familia, muy humana la señora. Me dijo que ella era
devota de una santa. ¿Qué Santa? “Santa Puerta”, porque es la puerta de la
esperanza. Y todos vosotros tenéis que mirar a esta puerta de la esperanza. No
hay vida humana sin horizontes. Por favor, no perdáis los horizontes que se
verán a través de las puertas de la esperanza.
Siguiendo las crónicas de su instituto, me he enterado con pena
de que desgraciadamente aquí, recientemente, algunas personas, en un gesto
extremo, han renunciado a la vida. Se trata de un acto triste, al que sólo
pueden conducir la desesperación y el dolor insoportables.
Por eso, al unirme a las familias y a todos vosotros en la
oración, quiero instaros a no ceder a la desesperación, a mirar la puerta como
la puerta de esperanza. La vida siempre merece la pena ser vivida, y siempre
hay esperanza para el futuro, incluso cuando todo parece desvanecerse. Nuestra
existencia, la de cada uno de nosotros, es importante, es un importante, no
somos material de descarte, es un don único para nosotros y para los demás,
para todos, y especialmente para Dios, que nunca nos abandona, y que sí sabe
escuchar, alegrarse y llorar con nosotros y perdonar siempre
Con Él a nuestro lado, con el
Señor a nuestro lado, como ha dicho la directora, Dios es uno. Nuestras
culturas nos han enseñado a llamarlo con un nombre o con el otro, y a
encontrarlo de manera diferente, pero es el mismo Padre de todos nosotros. Es
uno, y todas las religiones de las culturas miran a un único Dios con
modalidades diferentes. Nunca nos abandona, con Él a nuestro lado podemos
superar la desesperación, y vivir cada momento como el momento oportuno para
volver a recomenzar, recomenzar.
Hay una bella canción piamontés que, trataré de traducir en
italiano, que dice así, la cantan los alpinos: En el arte de ascender, lo que
importa no es no caer, sino no permanecer caído. A todos vosotros, que
trabajáis en esta cárcel, también como voluntarios, familiares, a todos
vosotros, os digo una cosa: solamente es lícito mirar a una persona de arriba a
abajo, solamente una vez: para ayudarla a levantarse.
Por eso, en los peores momentos, no nos encerremos en nosotros
mismos: hablemos con Dios de nuestro dolor y ayudémonos mutuamente a
soportarlo, entre compañeros de viaje y con la gente buena a nuestro lado. No
es debilidad pedir ayuda, no, hagámoslo con humildad y confianza. Es humanidad.
Todos nos necesitamos y todos tenemos derecho a la esperanza, más allá de
cualquier historia y de cualquier error o fracaso. Es un derecho, la esperanza,
y nunca desilusiona, nunca.
Dentro de pocos meses comenzará el
Año Santo: un año de conversión, renovación y liberación para toda la Iglesia;
un año de misericordia, en el que depositar el lastre del pasado y renovar el
impulso hacia el futuro; en el que celebrar la posibilidad de cambiar, de ser
y, donde sea necesario, volver a ser verdaderamente nosotros mismos, dando lo
mejor. Que ésta sea también una señal que nos ayude a levantarnos de nuevo y a
tomar las riendas, con confianza, de nuestra vida de cada día.
Queridos amigas y amigos, gracias por este encuentro. Si os digo
la verdad, me está haciendo bien. Hoy me estáis haciendo bien, gracias. Sigamos
caminando juntos, porque el amor nos une más allá de toda distancia. Os
recuerdo en mi oración y os pido, por favor, que recéis también por mí. A
favor, no recéis por mí en contra. No lo olvidéis, en el arte de ascender, lo
que importa no es no caer, sino no permanecer caídos. Gracias.
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