Al decir de alguien que es blanco o
negro, es posible que pensemos que pertenece a una categoría biológica definida
por su color. Mucha gente cree que la pigmentación de la piel refleja la
pertenencia a una raza, entendiendo esta como la define la Real Academia
Española en su segunda acepción: “cada uno de los grupos en que se subdividen
algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por
herencia”. Y sin embargo, esa noción, en el caso de nuestra especie, carece de
sentido. Porque desde un punto de vista biológico, las razas humanas no
existen.
En la piel hay melanocitos, células
que producen y contienen pigmentos. Hay dos tipos de pigmentos, llamados
genéricamente melanina; uno es marrón parduzco (eumelanina) y el otro,
rojo amarillento (feomelanina). El color de la piel depende de la
cantidad y la proporción de ambos. Y se da la circunstancia de que ese rasgo
depende de diferentes genes; unos inciden en la cantidad de pigmento en los
melanocitos y otros sobre la proporción entre los dos tipos de melanina. Es
más, colores muy similares puede ser el resultado de diferentes combinaciones
de esos rasgos básicos y obedecer a configuraciones genéticas diferentes.
Los africanos, en general, son de
piel oscura. Los Dinka, de África oriental, la tienen muy oscura, mientras que
los San, del sur del continente, la tienen más clara. Los nativos del sur de la
India, Nueva Guinea y Australia también son de piel oscura. En el centro de
Asia y extremo oriente, así como en Europa, las pieles son, en general, claras.
Y los nativos americanos las tienen de diferente color, aunque no tan oscuras
como los africanos.
Si nos atenemos al color de la piel
escondida bajo el grueso pelaje de los chimpancés, lo más probable es que
nuestros antepasados homininos la tuviesen clara. En algún momento hace
alrededor de dos millones de años, los miembros de nuestro linaje vieron
reducido el grosor y consistencia del pelaje, hasta convertirse en una tenue
capa de vello en gran parte de la superficie corporal. Pero esa transformación
trajo consigo la exposición de la piel a la radiación solar ultravioleta, que
podía causar cáncer y, además, eliminar una sustancia de gran importancia
fisiológica, el ácido fólico. Seguramente por esa razón se seleccionaron
variantes genéticas que oscurecían la piel, porque la melanina la protege
evitando los daños citados.
Los seres humanos nos hemos expandido
y llegado así a casi todas las latitudes. Esos movimientos han expuesto la piel
de sus protagonistas a muy diferentes condiciones de radiación. Y al igual que
un exceso de radiación ultravioleta puede ser muy dañino, su defecto también lo
es, pues sin ella no se puede sintetizar vitamina D, cuyo déficit provoca
raquitismo y otros problemas de salud. Por esa razón, sin descartar otras
posibles, la piel humana se ha ido aclarando en diferentes zonas geográficas
bajo la acción de la selección natural. Además, los movimientos de población
han propiciado la mezcla de distintos linajes, cada uno con sus rasgos
genéticos y características pigmentarias, para dar lugar a múltiples
configuraciones.
El color de los seres humanos
actuales es el resultado, por tanto, de una compleja secuencia de eventos
biológicos y demográficos, y no es posible delimitar biológicamente unos grupos
y otros. Las diferencias en el color de la piel no tienen correspondencia en
innumerables otros rasgos que también varían y lo hacen según otros patrones y
por efecto de otras presiones selectivas. No hay, pues, fundamento para invocar
la existencia de razas. Como tampoco lo hay para justificar, sobre bases
inexistentes, otras diferencias.
Fuente: Juan Ignacio
Pérez, catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de
Cultura Científica de la UPV/EHU.
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