“Nos vuelve sensibles al misterio de los otros, la literatura hace que
aprendamos a tocar sus corazones” La literatura
ayuda al lector a destruir los ídolos de los lenguajes autorreferenciales,
falsamente autosuficientes, estáticamente convencionales, que a veces corren el
riesgo de contaminar también el discurso humano, aprisionando la libertad de la
Palabra.
1. Un buen libro puede ser “como
un oasis que nos aleja de otras actividades que no nos hacen bien” y que
incluso en “momentos de cansancio, de rabia, de decepción, de fracaso” puede
ayudar “a ir sobrellevando la tormenta, hasta que consigamos tener un poco más
de serenidad”.
2. En los libros, el lector “en cierta forma él reescribe la
obra, la amplía con su imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades, su
memoria, sus sueños, su propia historia llena de dramatismo y simbolismo, y de
este modo lo que resulta es una obra muy distinta de la que el autor pretendía
escribir”.
3. La literatura es “indispensable” para un creyente que desee
“sinceramente entrar en diálogo con la cultura de su tiempo, o simplemente con
la vida de personas concretas”, pues “¿cómo podemos penetrar en el corazón de
las culturas, las antiguas y las nuevas, si ignoramos, desechamos y/o
silenciamos sus símbolos, mensajes, creaciones y narraciones con los que
plasmaron y quisieron revelar y evocar sus más bellas hazañas y los ideales más
bellos, así como también sus actos violentos, miedos y pasiones más
profundos?”.
4. “El contacto con diferentes
estilos literarios y gramaticales siempre nos permitirá profundizar en la
polifonía de la Revelación, sin reducirla o empobrecerla a las propias
necesidades históricas o a las propias estructuras mentales”. Esto, destaca, lo
manifestaron santos como Basilio de Cesarea y Pablo Apóstol y su aprecio por la
literatura clásica.
5. “Una asidua frecuencia de la literatura puede hacer a los
futuros sacerdotes y a todos los agentes pastorales más sensibles aún a la
plena humanidad del Señor Jesús, en la que se expande plenamente su divinidad,
y anunciar el Evangelio de tal modo que todos, realmente todos, puedan experimentar
qué verdadero es lo que dice el Concilio Vaticano II: ‘En realidad, el misterio
del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado’”.
6. Recordando a Borges, el Papa Francisco resalta que “una
definición de literatura que me gusta mucho” es la de que permite “escuchar la
voz de alguien”: “no nos olvidemos qué peligroso es dejar de escuchar la voz de
otro que nos interpela. Caemos rápidamente en el aislamiento, entramos en una
especie de sordera ‘espiritual’, que incide negativamente también en la
relación con nosotros mismos y en la relación con Dios, más allá de cuanta
teología o psicología hayamos podido estudiar”.
7. “Recorriendo este camino, que
nos vuelve sensibles al misterio de los otros, la literatura hace que
aprendamos a tocar sus corazones”, algo importante, porque “la tarea de los
creyentes, y en particular de los sacerdotes, es precisamente ‘tocar’ el
corazón del ser humano contemporáneo para que se conmueva y se abra ante el
anuncio del Señor Jesús y, en este esfuerzo, la contribución que la literatura
y la poesía pueden ofrecer es de un valor inigualable”.
8. Ante el peligro de “caer en un eficientismo que banaliza el
discernimiento, empobrece la sensibilidad y reduce la complejidad”, el Papa
Francisco destaca como “necesario y urgente” el “contrarrestar esta inevitable
aceleración y simplificación de nuestra vida cotidiana, aprendiendo a tomar
distancia de lo inmediato, a desacelerar, a contemplar y a escuchar. Esto es
posible cuando una persona se detiene a leer un libro por el gusto de hacerlo”.
9. Con la literatura “se activa en nosotros el empático poder de
la imaginación, que es un vehículo fundamental para esa capacidad de
identificarse con el punto de vista, la condición y el sentimiento de los
demás, sin la cual no existe la solidaridad ni se comparte, no hay compasión ni
misericordia”.
10. “A medida que identificamos
rastros de nuestro mundo interior en medio de esas historias, nos volvemos más
sensibles frente a las experiencias de los demás, salimos de nosotros mismos
para entrar en lo profundo de su interior, podemos entender un poco más sus
fatigas y deseos, vemos la realidad con sus ojos y finalmente nos volvemos sus
compañeros de camino. De este modo, nos sumergimos en la existencia concreta e
interior del verdulero, de la prostituta, del niño que crece sin padres, de la
esposa del albañil, de la viejita que aún cree que encontrará su príncipe azul.
Y esto lo podemos hacer con empatía y, a veces, con tolerancia y comprensión”.
11. “Al abrir al lector a una visión amplia de la riqueza y la
miseria de la experiencia humana, la literatura educa su mirada a la lentitud
de la comprensión, a la humildad de la no simplificación y a la mansedumbre de
no pretender controlar la realidad y la condición humana a través del juicio”.
12. “La mirada de la literatura forma al lector en la
descentralización, en el sentido del límite, en la renuncia al dominio,
cognitivo y crítico, en la experiencia, enseñándole una pobreza que es fuente
de extraordinaria riqueza”.
13. La literatura
puede ayudar a educar “el corazón y la mente del pastor o del futuro pastor en
la dirección de un ejercicio libre y humilde de la propia racionalidad, de un
reconocimiento fecundo del pluralismo de los lenguajes humanos, de una
extensión de la propia sensibilidad humana y, en conclusión, de una gran
apertura espiritual para escuchar la Voz a través de tantas voces”.
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