martes, 29 de octubre de 2024

EL DATO: Pueblos fantasma como solo se veían en las películas, hoy en Argentina.

 

Unos 800 pueblos están en riesgo de extinción; en la provincia de Buenos Aires, 200; con el tiempo perdieron el tren y, sin rutas asfaltadas, también las fuentes de trabajo




En el vano de la puerta se asoma, erguida la cabeza, vigilante, el dueño de casa: un caballo. En lo que era el living retoza otro. Llevan viviendo allí, parece, mucho tiempo. La escena no tiene nada de bucólica. El edificio centenario, con su glorioso pasado de mármoles y maderas nobles, es hoy refugio de las bestias. La imagen podría ilustrar el ocaso de este pueblo del noroeste de la provincia de Buenos Aires, San Mauricio, que vivió tiempos de esplendor hasta desaparecer debajo de arenas, pastizales y el olvido.



No es un caso aislado. Hoy, ahora, un joven, una pareja o una familia están haciendo las valijas. No se van de viaje. Huyen. Dejan sus casas en algún pueblo del país que ya no los contiene y al que no volverán. Van en busca de trabajo, un médico, escuela, transporte. Futuro. Es un éxodo hormiga hacia las ciudades que comenzó hace décadas y se ha convertido, al cabo, en un monumental desplazamiento de masas.

Según el último censo, en la Argentina hay unos 2500 pueblos rurales (1,3 millones de personas, más 2,6 millones de población rural dispersa), y de esos, unos 400 sistemáticamente pierden población y podrían extinguirse. Otros 400 apenas subsisten bajo la misma amenaza. Y 90 ya no aparecieron en el censo de 2001. Como San Mauricio, se apagaron.



El éxodo del campo a las ciudades es particularmente grave por la distribución demográfica del país. En la Argentina, donde cerca del 9% de la población es rural, aproximadamente el 80% de los núcleos habitados son localidades con menos de 2000 personas, mientras que sólo 17 ciudades concentran el 60% de la población.

Donde hay pocos, se van, y donde hay exceso, llegan más.

No sólo el tren

"Es un drama, y como país no hemos sabido encontrarle una solución -dice Agustín Bastanchuri, que hasta hace dos semanas dirigía Responde, la mayor ONG dedicada a generar oportunidades en pueblos rurales-. No se ha hecho nada para frenar una corriente migratoria que no para de crecer. Hoy, el 40% de la población vive en el 0,14% del territorio. Por eso vemos a gente que se está hacinando en las periferias de los grandes centros urbanos cuando al menos en sus pueblos, incluso con dificultades de todo tipo, podría vivir en condiciones mucho más dignas. Y sin desarraigo."



Los expertos coinciden en que no hay un solo factor que explique el éxodo rural. Son muchos. En primer lugar, el cierre de ramales ferroviarios, que condenó al aislamiento a cientos de localidades para las cuales las vías eran una suerte de cordón umbilical; después, falta de trabajo (por cierre de industrias, cambios en la matriz productiva, tecnificación del campo), y además, déficits estructurales en salud, educación y caminos. "Son poblaciones que quedaron desconectadas. Si no se reinventan, no hay forma de salvarlas -dice Bastanchuri-. El despoblamiento del campo y la concentración en las ciudades es un proceso muchas veces provocado por el propio Estado y no hemos tenido políticas públicas que atendieran el problema. En algunos casos hubiese bastado con construir una ruta o asfaltar un camino."

El fenómeno abarca todo el país, pero especialmente la región pampeana. En la provincia de Buenos Aires, la más afectada, hay unos 200 pueblos que están en vías de extinción.

"Los pueblos no mueren"

Al igual que tantas localidades que atraviesan las mismas penurias, Ernestina vio cómo se iba apagando su fuego mientras esperaba la mano salvadora del Estado, que nunca llegó, y sin que desde sus mismas entrañas surgieran iniciativas para revertir el proceso. El desarrollo de un complejo de cabañas a la vera del impetuoso río Salado, que está a sólo dos kilómetros y es un paraíso para los pescadores, fue una inversión de gente de otro partido.

Nelly, la señora que cuida la iglesia desde que las monjas se fueron, en 1992, y le dejaron la llave, también mira hacia afuera a la hora de buscar una explicación: "Somos el último orejón del tarro. Nadie se acuerda de nosotros".

Encapsulados en el tiempo, detenidos y amenazados, cientos de pueblos de todo el país asisten a su declive con la esperanza de que algo o alguien llegue en su rescate. En el fondo, muy pocos creen que el destino pueda depararles el peor final: la desaparición. "Los pueblos no mueren", dijo un comerciante en una parrilla de General Villegas.

General Villegas, a 50 kilómetros de donde yacen los restos de San Mauricio.

 

 

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