En
el norte argentino abundan mitos y leyendas, entre los cuales se encuentra la
del Pitogüé o también llamado Benteveo o bichofeo. Su grito agudo y prolongado
es el que da origen a su nombre, ya que las personas que habitan en estas
regiones creen oír esas palabras.
Siempre se escucha alguna señora muy
supersticiosa cuando los ve: “¡Fuera pito güé! ¡fuera!”, con miedo
de que anuncie algún mal augurio o muchas veces embarazos en la familia.
Según cuenta la leyenda … una anciana, casi centenaria, vivía a
la orilla de un espeso monte con la única compañía de dos muchachos huérfanos
que ella había recogido y alimentado desde muy pequeños.
La anciana apenas podía comer dada su
avanzada edad y la subsistencia del grupo se basaba en el consumo de los
productos naturales que ofrecía la zona, como perdices, peces, tatúes, y frutas
que los muchachos se encargaban de recolectar.
El vicio del tabaco era lo único que
rompía la monótona existencia de aquella mujer, a quien le agradaba sobremanera
fumar el rústico pito de palo, que continuamente acariciaba con sus dedos
encorvados y rugosos.
Los muchachos se lo armaban y
encendían y así pasaba la mayor parte de sus horas, sentada en un sillón de
paja con la blanca cabellera sujeta por una sucia vincha. Cuando el tabaco
dejaba de arder, ella llamaba a los muchachos con insistencia: pitogüé,
pitogüé (¡pito apagado, pito apagado!).
Enseguida mamá, enseguida, le respondían ellos
que siempre se acercaban corriendo para no oírla rezongar ni soportar sus
insultos, que solían ser duros. Aquél llamado chillón repetido día a día
durante largos años, llegó a constituir una verdadera pesadilla para los
jóvenes muchachos, que no podían jugar ni salir libremente a cazar por el monte
bajo la luz del sol ya que debían estar pendientes de los requerimientos de la
anciana.
La búsqueda de alimento la tenían que
hacer por turno para no dejar sola a la vieja. En fin, no tenían libertad para
hacer nada sin que el grito de ¡pitogüé! viniera a interrumpirlos; ni bien se
alejaban de la casa, los detenía el grito chillón, insultante y rabioso de la
vieja y tenían que volverse resignados.
Un día uno de ellos dijo: Vámonos, y
que ella se arregle como pueda.
¡No, que Tata Dios nos va a castigar
si la dejamos! al fin y al cabo, ella nos ha criado… Nos ha criado sí, pero
ella ahora nos vuelve locos todo el día, contestó el otro.
Sin embargo, la idea de la liberación se fue
apoderando de ellos poco a poco hasta que al promediar una mañana, decididos
ya, después de comer una mulita asada y algunas frutas, decidieron marcharse
definitivamente condenando a la soledad a la vieja mujer que los había criado.
En ese momento ésta se hallaba dormitando en su sillón de paja con el pito
apagado entre sus rugosas manos.
Cuenta la leyenda que tan grande fue
la desesperación de la vieja al despertar y no recibir respuesta alguna de sus
criados que, a los gritos, prometió antes de morir que su alma reencarnaría
para perseguir a los pobres muchachos durante el resto de sus vidas y hacerles
pagar el abandono al que la habían sometido.
Así murió la anciana mujer. Entre
tanto los jóvenes seguían camino adelante. Aparentemente se sentían libres y
felices, sin querer reconocer que el llamado de su madre adoptiva los seguía
interiormente sin descanso.
A cada momento parecía resonar en sus
oídos. Pero una mañana lo oyeron tan claro y cercano que se asustaron de veras.
¿Oíste eso hermano? Es la vieja que
nos está llamando…
-Pero… ¿Vos estás loco? -No…
¡Mirá…!¡Mirá allí…!
Un pájaro extraño para ellos había
venido a posarse en una rama, precisamente sobre sus cabezas.
De él provenía el grito que los había
llenado de terror.
Con los ojos abiertos de espanto
miraban al animalito: las patas agarradas en la rama se parecían a los dedos de
la vieja apretando el pito; el pico, la nariz puntiaguda de la anciana; y la
franja que tenía en la cabeza, la vincha con que ella se sujetaba el pelo…
Los muchachos solo atinaron a correr
muertos de espanto, pero fue en vano porque el ave los perseguía con su grito
chillón y ensordecedor: ¡Pitogüé!, ¡Pitogüé!
Al fin cayeron, agotadas sus
esperanzas de libertad por la sed, el hambre, la locura y el miedo.
Cuentan por ahí, que el pájaro aquél
era verdaderamente la misma vieja que había reencarnado para perseguir hasta la
muerte a los pobres criados, que intentaban escapar de esa condena que los
tenía encarcelados.
Tanto su acostumbrado grito como la
sucia vincha que la vieja usaba para sujetar su cabello, se perpetúan en la
garganta y en la cabeza de éste pájaro, conocido también con el nombre de
Benteveo, Pitojuan, o Bichofeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario