sábado, 16 de noviembre de 2024

MOMENTO de LEYENDAS ARGENTINAS: Hoy del inocente Pitogüé, el pájaro llamado Benteveo, «bichofeo» o benteveo.

 

En el norte argentino abundan mitos y leyendas, entre los cuales se encuentra la del Pitogüé o también llamado Benteveo o bichofeo. Su grito agudo y prolongado es el que da origen a su nombre, ya que las personas que habitan en estas regiones creen oír esas palabras.



Siempre se escucha alguna señora muy supersticiosa cuando los ve: “¡Fuera pito güé! ¡fuera!”, con miedo de que anuncie algún mal augurio o muchas veces embarazos en la familia.

Según cuenta  la leyenda …  una anciana, casi centenaria, vivía a la orilla de un espeso monte con la única compañía de dos muchachos huérfanos que ella había recogido y alimentado desde muy pequeños.

La anciana apenas podía comer dada su avanzada edad y la subsistencia del grupo se basaba en el consumo de los productos naturales que ofrecía la zona, como perdices, peces, tatúes, y frutas que los muchachos se encargaban de recolectar.

El vicio del tabaco era lo único que rompía la monótona existencia de aquella mujer, a quien le agradaba sobremanera fumar el rústico pito de palo, que continuamente acariciaba con sus dedos encorvados y rugosos.



Los muchachos se lo armaban y encendían y así pasaba la mayor parte de sus horas, sentada en un sillón de paja con la blanca cabellera sujeta por una sucia vincha. Cuando el tabaco dejaba de arder, ella llamaba a los muchachos con insistencia: pitogüé, pitogüé (¡pito apagado, pito apagado!).

Enseguida mamá, enseguida, le respondían ellos que siempre se acercaban corriendo para no oírla rezongar ni soportar sus insultos, que solían ser duros. Aquél llamado chillón repetido día a día durante largos años, llegó a constituir una verdadera pesadilla para los jóvenes muchachos, que no podían jugar ni salir libremente a cazar por el monte bajo la luz del sol ya que debían estar pendientes de los requerimientos de la anciana.

La búsqueda de alimento la tenían que hacer por turno para no dejar sola a la vieja. En fin, no tenían libertad para hacer nada sin que el grito de ¡pitogüé! viniera a interrumpirlos; ni bien se alejaban de la casa, los detenía el grito chillón, insultante y rabioso de la vieja y tenían que volverse resignados.

Un día uno de ellos dijo: Vámonos, y que ella se arregle como pueda.



¡No, que Tata Dios nos va a castigar si la dejamos! al fin y al cabo, ella nos ha criado… Nos ha criado sí, pero ella ahora nos vuelve locos todo el día, contestó el otro.

Sin embargo, la idea de la liberación se fue apoderando de ellos poco a poco hasta que al promediar una mañana, decididos ya, después de comer una mulita asada y algunas frutas, decidieron marcharse definitivamente condenando a la soledad a la vieja mujer que los había criado. En ese momento ésta se hallaba dormitando en su sillón de paja con el pito apagado entre sus rugosas manos.

Cuenta la leyenda que tan grande fue la desesperación de la vieja al despertar y no recibir respuesta alguna de sus criados que, a los gritos, prometió antes de morir que su alma reencarnaría para perseguir a los pobres muchachos durante el resto de sus vidas y hacerles pagar el abandono al que la habían sometido.

Así murió la anciana mujer. Entre tanto los jóvenes seguían camino adelante. Aparentemente se sentían libres y felices, sin querer reconocer que el llamado de su madre adoptiva los seguía interiormente sin descanso.

A cada momento parecía resonar en sus oídos. Pero una mañana lo oyeron tan claro y cercano que se asustaron de veras.

¿Oíste eso hermano? Es la vieja que nos está llamando…

-Pero… ¿Vos estás loco? -No… ¡Mirá…!¡Mirá allí…!

Un pájaro extraño para ellos había venido a posarse en una rama, precisamente sobre sus cabezas.

De él provenía el grito que los había llenado de terror.

Con los ojos abiertos de espanto miraban al animalito: las patas agarradas en la rama se parecían a los dedos de la vieja apretando el pito; el pico, la nariz puntiaguda de la anciana; y la franja que tenía en la cabeza, la vincha con que ella se sujetaba el pelo…

Los muchachos solo atinaron a correr muertos de espanto, pero fue en vano porque el ave los perseguía con su grito chillón y ensordecedor: ¡Pitogüé!, ¡Pitogüé!

Al fin cayeron, agotadas sus esperanzas de libertad por la sed, el hambre, la locura y el miedo.

Cuentan por ahí, que el pájaro aquél era verdaderamente la misma vieja que había reencarnado para perseguir hasta la muerte a los pobres criados, que intentaban escapar de esa condena que los tenía encarcelados.

Tanto su acostumbrado grito como la sucia vincha que la vieja usaba para sujetar su cabello, se perpetúan en la garganta y en la cabeza de éste pájaro, conocido también con el nombre de Benteveo, Pitojuan, o Bichofeo.

 

 

 

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