Este
monje místico, semianalfabeto y mujeriego gozó de un acceso inusual a la
familia imperial rusa. El escándalo fue una de las causas de la caída de la
monarquía. Grigori
Yefímovich Rasputín (1869-1916) se presentó en San Petersburgo
alrededor de 1904. Era un campesino de una aldea en Siberia, apenas sabía leer
y escribir y tenía fama de ser un khlysty,
miembro de una secta que, entre otras cosas, organizaba orgías seguidas de
ritos de contrición y purificación.
A pesar de todo esto, su carisma, su pelo desgreñado y sus casi dos
metros de alto le daban una aureola mística que lo hizo popular entre la
aristocracia capitalina, que, por mero aburrimiento, se dejaba seducir
fácilmente por los predicadores de lo oculto y demás charlatanes.
Así se gestó
el primer encuentro con la familia imperial, cuando hizo lo que nadie había podido
hasta ese momento: aliviar los achaques del príncipe Alekséi Nikoláyevich, que
padecía una grave hemofilia.
Con esto se ganó el favor inmediato de la zarina Alexandra, que le fue
dando cada vez mayor acceso a su prole. Según la gran duquesa Xenia
Aleksándrovna, la confianza era tal que ocasionalmente acunaba a las princesas
y se permitía con ellas un trato inusualmente cercano, algo del todo
inapropiado, si se tiene en cuenta que un par de empleadas de palacio
aseguraban que las había violado.
El primer
ministro, Piotr Stolypin, puso a la policía secreta a investigar al personaje,
y avisó al zar
Nicolás II de sus pendencias en tabernas y prostíbulos, pero no
logró nada. Mientras tanto, por la calle circulaban viñetas pornográficas en
las que aparecía Rasputín intimando con las princesas, y en la Duma (la
asamblea legislativa) el diputado ultranacionalista Vladímir Purishkévich
empezaba a culpar a la zarina.
Aliado con el gran duque Dmitri Románov, el príncipe
Félix Yusúpov y otros miembros de la familia real, en 1916 Purishkévich decidió
solucionar el asunto sin permiso del zar. El 30 de diciembre convocaron a
Grigori al palacio Moika, la suntuosa residencia de los Yusúpov, y allí le
pegaron tres tiros y luego arrojaron el cadáver al río Nevá.
Según el príncipe Yusúpov, le dieron dulces y vino
envenenados, y al ver que esto no funcionaba le dispararon tres veces. Luego lo
arrojaron al río Nevá, y algunos dicen que lo que lo mató realmente fue la
hipotermia. La de su extraordinaria dureza física no es más que otra de las
leyendas que rodean al monje y a su asesinato. Lo último que se ha dicho sobre
el caso es que el servicio secreto británico estuvo involucrado, y que fue el
agente Oswald Rayner quien le dio el tiro de gracia, aunque no hay pruebas
documentales que avalen esta posibilidad.
En 2004, un urólogo ruso llamado Igor Kniazkin dijo
tener el pene de Rasputín, que mide 30 centímetros, y desde entonces se exhibe
en un museo erótico en San Petersburgo. No era la primera vez que alguien decía
haber encontrado el supuesto miembro gigante del monje, que desde su muerte es
legendario, aunque lo cierto es que la autopsia no mencionó ninguna castración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario