El Rosedal, alberga 93
especies diferentes de rosas que crecen dentro de un jardín diseñado por el
paisajista y agrónomo Benito Carrasco. Pocos espectáculos son tan bellos como el florecimiento de
las casi 8.000 rosas de 93 especies diferentes que crecen en el Rosedal. Este
jardín de casi 4 hectáreas, de acceso libre y gratuito, está
ubicado sobre la . Todos los días, atrae a turistas extranjeros y vecinos de
la Ciudad, quienes recorren sus senderos, caminando entre los rosales de
distintas tonalidades, para luego cruzar el lago a través del famoso puente
blanco.
Sus atractivos
El Rosedal es,
quizás, el espacio más visitado del Parque 3 de febrero. Su
popularidad no es injustificada: este jardín, cuidadosamente diseñado, fue
premiado, en el 2012, con el Garden Excellence Award, otorgado por
la Federación Mundial de las Sociedades de Rosas (WFRS). Las
especies más comunes son la rosa sevillana, de color rojo brillante, la Johan
Strauss, la Charles Aznavour y la Frederic Mistral (las tres de tonalidades
rosadas) y la Elina, de color amarillo claro.
Entre los rosales se
levantan bustos de poetas famosos, a quienes se rinde homenaje en
el Jardín de los Poetas. Allí conviven Dante Alighieri con Jorge
Luis Borges, Antonio Machado y Federico García Lorca con Alfonsina Storni,
entre otros.
Muy cerca está el Patio
Andaluz, construido en 1929 y obsequiado por la ciudad de Sevilla a la ciudad
de Buenos Aires. En la fuente, ubicada en el centro del patio, se puede leer la
dedicatoria que acompaña al regalo: “A la caballerosa y opulenta ciudad de
Buenos Aires en testimonio de comunicación espiritual, Sevilla ofrece esta
muestra de la industria de Triana, el barrio de los laboriosos alfareros y los
intrépidos navegantes”. Los adornos de mayólica decoran los bancos, escalones y
pisos del patio, que está rodeado por ejemplares de glicinas.
Construido para cruzar el
Lago del Rosedal, el Puente Blanco es también conocido como Puente Helénico o
Puente Griego, debido a sus rasgos arquitectónicos.
El
Rosedal es un emblema del diseño paisajístico y regala una imagen privilegiada
dentro de la Ciudad: su particular encanto, resultado
del trabajo de una de las grandes figuras del urbanismo porteño, le otorga una
identidad propia. Conocer el Rosedal es una de las tantas buenas excusas para
visitar el Parque 3 de febrero.
Un poco de historia:
Era 1914 cuando Benito
Carrasco, que por entonces tenía 37 años, se hizo cargo de la Dirección
de Paseos de la Ciudad. Desde 1900 venía trabajando en aquella dependencia.
Ni bien asumió, concluyó la obra del Rosedal, junto con el famoso puente
helénico, el templete y la pérgola. Así, su gestión se iniciaba con una obra
que, a lo largo de cien años, no dejaría de resultar emblemática para el Parque
3 de febrero y para la Ciudad.
Durante su labor en la
Dirección de Paseos de la Ciudad, Benito Carrasco trabajó bajo las directivas
del célebre arquitecto y paisajista francés, Carlos Thays, a quien ya conocía:
Thays fue el director de la tesis con la que Carrasco se graduó, a los 23 años,
como ingeniero agrónomo en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la
Universidad de Buenos Aires.
De esta manera, Benito
Carrasco se convirtió en el discípulo más notable de Thays y, cuando éste dejó
la Dirección de Paseos de la Ciudad en 1913 (después de 22 años de gestión),
ocupó el cargo de su maestro. El Rosedal fue una gran manera de darle
continuidad a la serie de notables obras encaradas por Thays, entre las cuales
se encuentran el diseño del Jardín Botánico, del Parque Avellaneda, del Parque Lezama y la reforma del
mismo Parque 3 de febrero, entre otras.
Durante 4 años, Carrasco
se mantuvo al frente de la Dirección de Paseos, impulsando obras como el diseño
del paseo de la Costanera Sur y de la Escuela de Jardineros (hoy “Escuela
Técnica de Jardinería Cristóbal M. Hicken”). Al finalizar su gestión, se dedicó
a trabajos en el ámbito privado y también a la docencia universitaria, desde
donde llevó a cabo una importante labor formativa a través de su cátedra de
Parques y Jardines en la UBA.
En 1958, Benito Carrasco
falleció, pero su obra lo sobrevive. A casi cien años de su construcción, el
Rosedal todavía transmite la pasión y el cariño de quién dedicó su vida a
trabajar para que todos los ciudadanos y visitantes de Buenos Aires puedan
disfrutar del verde dentro de la Ciudad.
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