En esta vigilia de oración por la paz: la
dirigida a Pedro en el huerto de los olivos: «Envaina tu espada» (Jn 18, 11). Desarma la mano y, antes aún, el corazón. Como ya he
mencionado en otras ocasiones, la paz es desarmada y desarmante. No es
disuasión, sino fraternidad; no es ultimátum, sino diálogo. No llegará como
fruto de victorias sobre el enemigo, sino como el resultado de sembrar justicia
e intrépido perdón.
El Papa León XIV ha presidido este 11 de
octubre en la Plaza de San Pedro el rezo del Santo Rosario por la paz, en el
marco de la vigilia de oración por el Jubileo de la Espiritualidad Mariana y de
la Jornada de Oración por la Paz convocada por el Pontífice el 24 de septiembre.”
No nos cansamos de interceder por la paz, don de Dios que debe convertirse en
nuestra conquista y nuestro compromiso.
En este Jubileo de la espiritualidad mariana,
nuestra mirada como creyentes busca en la Virgen María la guía de nuestra
peregrinación en la esperanza, contemplando sus «virtudes humanas y
evangélicas, cuya imitación constituye la más auténtica devoción mariana» (Cf.
CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen Gentium, 65.67). Como ella, la primera creyente, queremos ser un
seno que acoja al Altísimo, «humilde tienda del Verbo, movida sólo por el
viento del Espíritu» (S. JUAN PABLO II, Angelus, 15 agosto 1988).
Como ella, la primera discípula, supliquemos el
don de un corazón que escucha y se vuelve fragmento de un cosmos que acoge. A
través de ella, Mujer dolorosa, fuerte y fiel, pidamos que nos alcance el don
de la compasión hacia todo hermano y hermana que sufre, y hacia todas las
criaturas.
Contemplemos a la Madre de Jesús y al pequeño
grupo de mujeres valientes al pie de la Cruz, para aprender también nosotros a
permanecer, como ellas, junto a las cruces infinitas del mundo, donde Cristo
sigue crucificado en sus hermanos, para llevarles consuelo, comunión y ayuda.
En ella, hermana de humanidad, nos reconocemos, y con las palabras de un poema
le decimos:
En el Jubileo de la espiritualidad
mariana, nuestra esperanza se ilumina con la luz suave y perseverante de las
palabras de María que nos refiere el Evangelio. Y de entre todas ellas, son
valiosas las últimas pronunciadas en las Bodas de Caná, cuando, señalando a Jesús.
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