Tras el cierre de los Museos Vaticanos, justo
después de que se marchara el último de los 20.000 visitantes diarios, un grupo
de periodistas tuvo el privilegio de asistir a la presentación de la nueva
iluminación y el nuevo sistema de climatización de la Capilla
Sixtina, esa “caja mágica” –en palabras de Antonio Paolucci,
director de los museos—donde Miguel Ángel, Botticcelli, Pinturicchio, Perugino
o Signorelli crearon el espacio artístico más importante de la historia y donde
tiene lugar el Cónclave para elegir al Papa.
La primera impresión, tras tres
años de trabajos y no pocas polémicas por el daño que la gran afluencia
de turistas pudiera estar causando a los frescos, es la de una iluminación
mucho más homogénea, que elimina las zonas de sombra que se producían hasta
ahora. “Se trata”, dijo Paolucci, “de una luz no elocuente, que permite admirar
la Capilla Sixtina
en toda su belleza”.
Pero incluso más que la iluminación instalada por
Osram, que incluye 7.000 puntos de luz basados en lámparas led que permiten un
gran ahorro energético y la mitad del calor que antes, lo que la Capilla Sixtina necesitaba desde hace tiempo era
un sistema de climatización que ayudara a contrarrestar “la excesiva presión
humana” que, como el propio director de los Museos Vaticanos denunció en 2010,
estaba poniendo en peligro los frescos de los siglos XV y XVI. El anterior
sistema de ventilación, instalado en 1993, ya no daba abasto para proteger las
obras de arte de los residuos de todo tipo –polvo, aliento, sudor, cabello,
caspa, hilos de lana, fibras sintéticas— dejado por los turistas.
De hecho,
durante el verano de 2010, 30 restauradores emplearon 20 noches en retirar
“cantidades ingentes de materia y polvo” y constataron algunas señales de
deterioro. Ahora, según aseguró Paolucci y los técnicos de la multinacional
estadounidense Carrier responsables del proyecto, el nuevo sistema garantiza
que, siempre que no se rebase la cifra de 1.500 visitantes al mismo tiempo,
ninguna partícula de polvo se deposite en los 2.500 metros cuadrados
que ocupan los frescos y que se controlen también los niveles adecuados de
anhídrido de carbono.
Pero todo esto no llamó a sorpresa porque ya se
había anunciado, como también que la Unión Europea ha sufragado parte de los tres
millones de euros que ha costado la nueva luz y el nuevo aire de la Capilla Sixtina.
Lo que, aunque sea un hecho incuestionable, sigue sorprendiendo cada vez es la
belleza apabullante de la
Capilla Sixtina. Mientras hablaba Paolucci, gustándose en la
solemnidad del momento y en su habilidad para construir frases redondas, los
periodistas que asistieron al encuentro hacían esfuerzos por prestar atención a
las palabras del director de los Museos Vaticanos o de los responsables de
Osram o Carrier. Allí mismo, como si no hubieran pasado cinco siglos, seguía
celebrándose el Juicio Final.
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