lunes, 27 de mayo de 2019

Las adolescentes misioneras se convirtieron en fábricas de bebés que alimentan a médicos, abogados y jueces.


En la Argentina nadie puede impedir que el crimen organizado -que incluye a funcionarios- se ocupe de lo que no se ocupa el Estado. Los chicos son transformados en mercancía y el sujeto de derecho pasa a ser un objeto de intercambio comercial.

Lorena vive en Misiones. Su casa es de madera y está construida sobre ladrillos para evitar las inundaciones frecuentes de la Mesopotamia. Vive con su otra hija de tres años que anda descalza y con sus pies teñidos de rojo como la tierra de la zona. 
No tienen cloacas y el agua potable la sacan de un canilla conectada a una manguera de más de diez metros que le provee el vecino y hace charcos en la tierra de los que se sirven varios perros flacos que habitan la casa.

 El baño está en el fondo: es una letrina tapada con algunas bolsas negras y pedazos de madera. El terreno en donde viven es amplio y lo que abunda son montículos de desechos que sirven de alimentos para los cerdos y las gallinas. 
No faltan árboles y en el fondo hay una higuera que los "salva" cuando la temperatura supera los 40 grados. La vivienda está al costado de la ruta 12. Ella está embarazada de tres meses y fue encontrada por una buscadora de panzas que amablemente le ofreció mercadería para "cuidar su gestación" y luego unos pesos para quedarse con el bebé. Lorena aceptó al principio y luego se arrepintió al dar a luz a Santi. Hoy quiere recuperarlo. En este caso, el matrimonio adoptante viajó desde Córdoba y le pagó 10 mil pesos a la buscadora. 

A Lorena la llevaron hasta Córdoba y Santi nació en un hospital de esa provincia. En ese momento llegó la policía, detuvo al matrimonio y la Justicia se quedó con el bebé que quedó "en guarda" en un hogar de tránsito.
Un abordaje para entender bien la cuestión de la identidad empieza con el embarazo y la búsqueda de bebés. Allí comienza todo, cuando la gestación es el primer paso para los niños como mercancía o commodities: mamás que por distintas razones alojan en sus vientres a los hijos de otros. Esto es lo que pasa en la ciudad de Oberá, capital de la inmigración en la Argentina, en la provincia de Misiones, bien al norte del país y en el límite con Paraguay y Brasil; ciudad a la que un ex funcionario público denominó "un depósito de panzas". 

Oberá es la segunda ciudad de Misiones después de Posadas y está rodeada de vegetación, arroyos, cascadas y serranías. También es un muestrario de razas en donde se mezclan alemanes, polacos, húngaros y criollos. Por eso es conocida como la Capital Nacional del Inmigrante. Oberá esconde un secreto: el alquiler de vientres y los buscadores de panzas.
La idea de la compra de bebés es una práctica bien argentina. Dicen que está "incrustada" en nuestra cultura. Grupos ilegales que se aprovechan del sistema burocrático que impide adoptar y una mafia a medida que hace su propio negocio. En el medio quedan los hijos, las vidas, la supresión de miles de identidades. Es un negocio de miles de dólares. 
Los bebés son ofrecidos como mercancía desde su gestación. El aumento del embarazo adolescente, o de las niñas madres, y la burocracia en los trámites para adoptar han generado un negocio para los buscadores de panzas. Si se trata de un chico rubio y de ojos claros, cuyo embarazo estuvo bien cuidado, la cotización puede ir desde 5 mil hasta 20 mil dólares. Las llamadas punteras, también conocidas como líderes lugareñas o incluso dirigentes sociales o políticos, les indican a los buscadores el lugar de un bebé en gestación. 
Las adolescentes misioneras se convirtieron en fábricas de bebés que alimentan a médicos, abogados y jueces que se dedican a los trámites de adopción e, incluso, de sustracción y supresión de identidad en los casos en los que los padres se llevan al chico ya inscripto a su nombre.


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