domingo, 7 de abril de 2024

ARGENTINA, conozcamos más de los glaciares áridos de San Juan.

 



Son pocos los rincones de nuestro sorprendente planeta en donde la desnudez de la piedra, que resulta de la extrema aridez y la blancura de los hielos glaciares, se funden en un mismo paisaje. Solamente en los lejanos, Tien Shan, el impresionante Karakorum, los gélidos Valles Secos de la Antártida y los míticos Andes Áridos ocurren estas raras uniones entre el hielo y el desierto. Justamente en la intersección de los Andes Áridos, el eje de la diagonal árida sudamericana, que divide climáticamente nuestro continente en dos, se halla San Juan con sus elevadas cumbres andinas de hielos eternos.

 



San Juan, conocida mundialmente por sus recursos minerales, debe en parte su prosperidad fruti-hortícola, vitivinícola y sus grandes oasis por riego controlado, al mineral sanjuanino más importante: el hielo. Sin duda este mineral, cuya estructura cristalina es a veces visible en los delicados copos de nieve, ha hecho posible el milagro sanjuanino: la vida en el desierto. Sin agua no hay vida y eso es indiscutible.



Este mineral tan bien diseñado por la madre naturaleza, que queda atesorado en nuestras montañas durante el invierno, estación en la que el eco-universo verde duerme,  comienza a transformarse en el líquido vital: el agua, cuando el reino vegetal sanjuanino comienza a despertar en la primavera. Esta sincronía milagrosa entre la fusión de nieves y glaciares para la producción creciente de agua y las necesidades crecientes del reino vegetal, es permitida por las grandes arterias de la provincia de San Juan: los Ríos Jáchal y San Juan.



 Luego vienen incontables kilómetros de canales y acequias, las que finalmente calman la sed de millares de hectáreas sedientas y ansiosas por florecer y de árboles por crecer. Así, San Juan, en una combinación de sabia naturaleza, modulada por el ingenio del hombre, convierte el desierto en un oasis, permitiendo una capacidad productiva vegetal donde ésta no hubiera sido posible sin la mano del hombre. A diferencia de otras regiones en donde el hombre tala selvas, destruye bosques y arruina ecosistemas, en San Juan, es el hombre el que se encarga de llevar la vida, en forma de agua, a lugares en donde no hubiera crecido nada.



Es así, que  hoy hay viñedos en dunas de arena o en abanicos aluviales de bloques, que nunca hubieran podido sostener  tamaña capacidad. En San Juan, el hombre es el artífice de la vida, ya que es una de las pocas regiones donde se foresta y planta en gran escala, sumando voluntades individuales, siendo así una efectiva sociedad en el gran desafío de la neutralización de anhídrido carbónico. Este libro es entonces una contribución al conocimiento de los caminos del agua en la región, especialmente sobre la manera en que el  agua, que vemos correr en nuestras acequias, ha llegado hasta el lugar donde vivimos.

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