Son
pocos los rincones de nuestro sorprendente planeta en donde la desnudez de la
piedra, que resulta de la extrema aridez y la blancura de los hielos glaciares,
se funden en un mismo paisaje. Solamente en los lejanos, Tien Shan, el
impresionante Karakorum, los gélidos Valles Secos de la Antártida y los míticos
Andes Áridos ocurren estas raras uniones entre el hielo y el desierto.
Justamente en la intersección de los Andes Áridos, el eje de la diagonal árida
sudamericana, que divide climáticamente nuestro continente en dos, se halla San
Juan con sus elevadas cumbres andinas de hielos eternos.
San
Juan, conocida mundialmente por sus recursos minerales, debe en parte su
prosperidad fruti-hortícola, vitivinícola y sus grandes oasis por riego
controlado, al mineral sanjuanino más importante: el hielo. Sin duda este
mineral, cuya estructura cristalina es a veces visible en los delicados copos
de nieve, ha hecho posible el milagro sanjuanino: la vida en el desierto. Sin
agua no hay vida y eso es indiscutible.
Este
mineral tan bien diseñado por la madre naturaleza, que queda atesorado en
nuestras montañas durante el invierno, estación en la que el eco-universo verde
duerme, comienza a transformarse en el líquido vital: el agua, cuando el
reino vegetal sanjuanino comienza a despertar en la primavera. Esta sincronía
milagrosa entre la fusión de nieves y glaciares para la producción creciente de
agua y las necesidades crecientes del reino vegetal, es permitida por las
grandes arterias de la provincia de San Juan: los Ríos Jáchal y San Juan.
Luego vienen incontables kilómetros de canales
y acequias, las que finalmente calman la sed de millares de hectáreas sedientas
y ansiosas por florecer y de árboles por crecer. Así, San Juan, en una
combinación de sabia naturaleza, modulada por el ingenio del hombre, convierte
el desierto en un oasis, permitiendo una capacidad productiva vegetal donde
ésta no hubiera sido posible sin la mano del hombre. A diferencia de otras
regiones en donde el hombre tala selvas, destruye bosques y arruina
ecosistemas, en San Juan, es el hombre el que se encarga de llevar la vida, en
forma de agua, a lugares en donde no hubiera crecido nada.
Es
así, que hoy hay viñedos en dunas de arena o en abanicos aluviales de
bloques, que nunca hubieran podido sostener tamaña capacidad. En San
Juan, el hombre es el artífice de la vida, ya que es una de las pocas regiones
donde se foresta y planta en gran escala, sumando voluntades individuales,
siendo así una efectiva sociedad en el gran desafío de la neutralización de
anhídrido carbónico. Este libro es entonces una contribución al conocimiento de
los caminos del agua en la región, especialmente sobre la manera en que el
agua, que vemos correr en nuestras acequias, ha llegado hasta el lugar
donde vivimos.
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