Un día sin comer no es un drama. Pero alargarlo
activa los mecanismos de emergencia del organismo para conseguir energía. A
partir de la sexta hora sin ingerir nada el cuerpo entra en estado de cetosis:
las reservas de glucógeno (azúcares) se han acabado y entonces el metabolismo
busca energía en los depósitos de grasa.
“Seguiremos realizando
nuestras funciones vitales, pero en forma de ‘servicios mínimos’”, afirma Rosa
Maria Espinosa, dietista-nutricionista de Menja Sa. Tras agotar la provisión de
grasa (unos tres días sin comer), el organismo escarba en las proteínas de la
masa muscular, una acción que “da lugar a residuos y sustancias tóxicas
como los cuerpos cetónicos, provenientes de las grasas, y el amoníaco,
procedente de las proteínas”.
El hígado tiene más trabajo para
eliminar estas sustancias y el cerebro reclama energía para funcionar. A medida
que se alargan los días sin comer te sientes decaído, empieza el mal humor, te faltan
vitaminas y minerales, el sistema inmunitario se debilita y los huesos
comienzan a perder densidad. Además, el apetito sexual disminuye y, en las
mujeres, el ciclo menstrual puede desaparecer.
“En personas con un peso
normal un ayuno prolongado podría ser contraproducente”, asegura Gemma Sismilo.
“La mayoría de estudios sobre la restricción calórica intermitente son de corta
duración y la mayoría consiguen reducciones de peso similares a las
conseguidas con una restricción calórica continuada” (una dieta adecuada
al estilo de vida), añade.
“El ayuno prolongado podría generar un
mensaje de ahorro energético en el hipotálamo y no resultar necesariamente en
una pérdida de peso”, sostiene. ¿El hipotálamo? Sí, el cerebro gestiona el
consumo de energía. No es solo una tarea del metabolismo, reducida a la
matemática de cuántas calorías entran y cuántas salen.
“El hipotálamo es el centro
del cerebro que regula el gasto energético. Se encarga de mantener más o menos
constantes los depósitos de grasa y rige cuántas veces al día comemos, cómo
distribuimos los nutrientes, si comemos mucho de noche, qué nutrientes comemos
y combinamos... Todo determina si acumulamos o gastamos más o menos peso”.
A este funcionamiento del cerebro se le considera
responsable, en parte, de la dificultad que tiene la gente de perder peso
cuando lo intenta.
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