“EL SABER nos HARA LIBRES y sin TEMORES” En los
últimos años se ha hecho muy popular el culto a la Santa Muerte, originario de México. Sin embargo, los medios de
comunicación de otros países iberoamericanos hablan de extraños ritos a “San La
Muerte”, algunos de los cuales han llegado al sacrificio de seres humanos. ¿De
qué se trata? ¿Son lo mismo la Santa Muerte y San La Muerte?
Un “santo”… que no existió:
El
origen de este culto no cristiano está en el noreste de Argentina
(concretamente las provincias de Corrientes, Chaco, Misiones y Formosa) y
Paraguay. En él se da un sincretismo de la fe católica llevada por los
misioneros jesuitas con las creencias tradicionales guaraníes, además de una
posible aportación de los esclavos africanos, según algunos estudiosos.
Sería
un “santo” pagano, no canonizado por la Iglesia, sino considerado como tal por
las clases populares… pero no se basa en ningún personaje histórico. En su
libro Una voz extraña, los
investigadores María Julia Carozzi y Daniel Míguez aseguran que el primer
registro de esa imagen data de 1735. Y explican que los rituales a la imagen de
la muerte son múltiples, como atarlo y tenerlo amenazado hasta que cumpla lo
pedido y colgarlo boca abajo en caso de que no lo haga.
La
primera mención documental no la encontramos hasta 1917, en el relato de un
viaje a Misiones en el que se habla de un “payé” o amuleto de plomo con forma
de esqueleto, que sería San La Muerte. También se hacían de hueso humano,
siempre de tamaño reducido (los más pequeños se incrustaban en el pecho o la
espalda de sus devotos).
La figura del esqueleto se reproduce en cárceles y
cementerios, porque a San La Muerte se le considera protector de los que viven
en riesgo, como policías o delincuentes. Es una suerte de “espíritu” que
veneraban los pueblos de habla guaraní originarios del Litoral, similar a los
cultos a la Santa Muerte (México) y al Rey Pascual (Guatemala).
Su culto popular:
Según
explicaba un antropólogo en los años 70, “San La Muerte está ubicado en el
lugar más oscuro de la casa, donde no llegan todas las personas, el lugar
secreto, el lugar sagrado”. Este carácter oculto se debe a la creencia en que
sus poderes son inversamente proporcionales a su visibilidad.
Los devotos le rezan o se tatúan su imagen con la esperanza de que los libre de
la muerte y se la provoque a los enemigos.
Así dice una oración a San La
Muerte: “Para aquel que en amor me engaña, pido que lo hagas volver a mí, y si
desoye tu voz extraña, buen espíritu de la muerte, hazle sentir el poder de tu
guadaña, en el juego y en los negocios; mi abogado te nombro como el mejor, y
todo aquel que contra mí se viene, hazlo perdedor”.
Una especie de declaración de creencias que se
puede leer en Facebook afirma: “Sólo queremos lo mejor para nosotros:
prosperidad y salud sobre todas las cosas. […] ¡Nuestro señor San La Muerte es
justo! ¡Su poder es infinito! ¡Y todo aquel que lo desprecie o se vuelva contra
él tendrá su castigo!”.
Es
significativa su popularidad entre la juventud, pues “su imagen algo
amenazante, vinculada a la muerte y a la violencia, representa la relación de
oposición que muchos de estos jóvenes establecen con la sociedad convencional,
al tiempo que expresa la permanente cercanía con la muerte que experimentan en sus
vidas”, escriben Carozzi y Míguez.
Actualidad de San La Muerte:
Su
visibilidad comenzó sobre todo en los primeros años del siglo XXI, de forma
paralela a la de la devoción al Gauchito Gil, en un contexto de mayor interés
de los medios de comunicación por los “santos populares” y por los crímenes
rituales. Además, se ha dado una progresiva institucionalización,
configurándose santuarios que aglutinan a los devotos (ya en 2012 se contaban
al menos 50 en toda Argentina).
En su proceso de difusión se han dado diversos
fenómenos de sincretismo con otras creencias mágicas y esotéricas populares.
Una de ellas es la devoción al Gauchito Gil ya citada: según el sociólogo
Alejandro Frigerio “las devociones se han interrelacionado tanto que ambos
santos parecen ser casi dos caras de la misma moneda. La cara más pública y
grata es la del Gauchito y la más privada y amenazante, San La Muerte”, a quien
se acude más en busca de protección.
Otro
culto con el que se ha mezclado en algunos lugares es el quimbanda, una
creencia afroamericana. Hay casos de identificación (San La Muerte sería el
espíritu João Caveira, representado por un esqueleto y que mora en los
cementerios) y de cohabitación (presencia más discreta de San La Muerte en
altares quimbanda).
Y
aunque se trata de una creencia diferente a la de la Santa Muerte mexicana,
como ya se indicó al comienzo, sí es cierto que ha habido una influencia a
través de Internet y las redes sociales, que se ve sobre todo en las imágenes
empleadas. Se ha dado una mayor “personalización” del que antes sólo era un
esqueleto con guadaña, y ahora sus expresiones “auguran protección para sus
devotos y castigos para quienes los molestan”, según Frigerio.
Su lado más oscuro: la
criminalidad
En
2013 se celebró en Corrientes (Argentina) el II Congreso Nacional de la Red
Infancia Robada. En él, José Miceli afirmó que los rituales mágicos y sectarios
explicarían alrededor del 25 % de los crímenes en esta provincia. Gran parte de
ellos en torno al culto a San La Muerte, muy implantado en la zona.
Este
antropólogo se fijaba entonces en algunos crímenes de niños y jóvenes que
habían sobresaltado a la población: el de Ramoncito, el de Romina Gutiérrez y
el de dos chicos de la localidad de Empedrado. A pesar de la apariencia de ser
sucesos aislados, respondían a una realidad subyacente de cultos sincretistas.
Miceli
afirmó entonces: “en los últimos años han proliferado crímenes rituales a manos
de grupos sectarios y de líderes unipersonales que utilizan fundamentos
mágico-religiosos, esotéricos y que enmarcan su accionar en rituales”. Además,
achacaba el aumento a otro factor importante: la ausencia de equipos policiales
y judiciales que investiguen esta criminalidad esotérica.
¿Venerar a la muerte?
Como han recordado repetidas veces los obispos
mexicanos al hablar sobre el culto a la Santa Muerte, no se trata de un ser
personal al que se pueda venerar o adorar. La muerte es un hecho que le
acontece al hombre y a todo ser vivo. Su personificación, cuando va más allá de
la representación icónica, no es otra cosa que superstición e idolatría, desde
el punto de vista cristiano.
En la oración de la Iglesia se habla de tener una
“santa muerte”, lo que significa una vivencia de este acontecimiento
fundamental en la vida del creyente estando reconciliado con Dios y con los
demás, dispuesto para el encuentro con el Padre y para vivir la eternidad. Por
eso no es posible, para un católico, que cree en el Dios de la vida, venerar a
San La Muerte.
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