Aunque formaban un grupo menos numeroso y
más difícil de localizar, por su falta de arraigo en ningún lugar, no podemos
olvidarnos de ellos al hablar de los sectores no integrados en el conjunto de
la sociedad sevillana del siglo XVI.
La
primera indicación de gitanos españoles es un salvoconducto de enero de 1425, otorgado en
Zaragoza por Alfonso V de Aragón, el Magnánimo, a favor de “Don Johan de
Egipte Menor”; Tomás, supuesto conde de Egipto Menor, recibió otro
salvoconducto poco tiempo después. Las crónicas indican que gitanos llegan a
Barcelona en 1447, desde Francia.
En Andalucía,
lugar hoy paradigmático de los gitanos españoles, el primer registro histórico
es el de la llegada, de Tomás (probablemente el mismo grupo de treinta años
antes) y Martín, también «Condes de Egipto Menor» -eso decían ellos-, quienes fueron
recibidos en Jaén en 1462 y agasajados estupendamente por el
conde Miguel Lucas de Iranzo, que ocho años después volvería a recibir, en su
sede de Andújar, al Conde Jacobo de Egipto Menor y a su esposa Loysa. Cada uno
de estos nómadas venía acompañado por entre 50 y 200 personas.
Desde
el principio fueron numerosos los gitanos en Andalucía, atraídos quizá por la
riqueza de nuestros campos. El contraste con Castilla debió producirles el
mismo impacto que al viajero polaco Sobieski más de cien años después:
"...
en todas partes descansa la vista en grandes extensiones, como selvas, de
limoneros, olivos, cipreses, palmas datileras y viñas riquísimas... Después del
desierto que acabábamos de atravesar... me pareció encontrarme en un
paraíso."
Otra razón plausible de su concentración en Andalucía ha sido apuntada con agudeza por José María de Mena. La frontera con el reino de Granada era escenario de incursiones y algaradas endémicas. De 1463 a 1477 -justo desde la aparición oficial de los gitanos en Jaén- se producen las luchas señoriales entre Girones, Guzmanes y Ponces de León.
La guerra final con Granada abarca de 1482
a 1492. En resumen, el último tercio del siglo XV representa para Andalucía un
continuo movimiento bélico; y eso supone necesidad de caballerías, de
herraduras, de armas y munición, sin hablar de las actividades ligadas al
reposo del guerrero. Nuestras tierras son entonces una fuente de opulencia para
los gitanos, a tono con su mentalidad y habilidades. No parece casual que las
poblaciones serranas entre Sevilla por un lado y Cádiz y Málaga por otro -la
vieja frontera- arrojen aún en el siglo XVIII una desproporcionada densidad de
gitanos herreros, posible reflejo de un asentamiento masivo tres centurias
antes.
En
las luchas señoriales, don Rodrigo Ponce de León hizo legendaria su superior
iniciativa y talento militar, gracias a los cuales pudo hacer frente a los
mayores medios de don Enrique de Guzmán. Podríamos arriesgar la hipótesis de
que vio en seguida las ventajas de incorporar a su bando unos auxiliares tan
útiles como los gitanos. Cuando en la última década del siglo se pacificó
Andalucía y casi simultáneamente comenzaron las persecuciones contra estos
últimos, muchos de ellos -ligados ya a la casa de Arcos- buscarían el amparo de
los Ponce viniendo a instalarse justo enfrente de su palacio, al otro lado de
la plaza del Carbón. Habría un intercambio de protección por servicios: reinaba
ya la paz, pero era el momento en que comenzó a revalorizarse el papel del
herrero en el esquema de explotación de los latifundios.
Como
hemos visto en Jaén, para ser bien recibidos, los gitanos decían ser peregrinos
provenientes del Egipto Menor (región del Peloponeso-Grecia).
Ellos decían que eran obligados a vagar por el mundo durante siete años, como penitencia;
porque decían que habían sido perseguidos por los Sarracenos y obligados a
abjurar la fé cristiana. Los reyes del momento -según lo que ellos contaban-
les obligaron a presentarse delante del Papa, que les dió una penitencia y
también credenciales para que fuesen bien recibidos dondequiera que ellos
fuesen. Se sabe que al principio fueron bien recibidos porque el carácter
misterioso de sus orígenes había dejado una impresión profunda en la sociedad
medieval. Pero en el espacio de algunas décadas, la curiosidad se transformó en
hostilidad por causa de su particular idiosincracia.
Aunque
pocos, llamaban mucho la atención por su peculiar forma de vida, sus
costumbres, su lengua -el romaní- y las actividades que solían
desempeñar. Por ello, la literatura les dedicó muchas páginas. En el teatro de
Lope de Vega, de Gil de Vicente y en las novelas ejemplares de Cervantes,
pueden encontrarse diversos tipos de gitanos. Éste último autor no los deja
bien parados en esta popular novela suya.
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