A las nueve de la mañana del 22 de mayo, de los 450 hombres invitados al debate, se hicieron presentes 250, quienes debatieron durante más de cuatro horas sobre la continuidad, o no, de Cisneros en el cargo, en el contexto de una España debilitada por la ocupación de casi la totalidad de la península ibérica por las fuerzas de Napoleón Bonaparte. Además, la Junta de Sevilla, quién había nombrado virrey a Cisneros, se había disuelto, poniendo en cuestión la legitimidad de su mandato.
En el debate del Cabildo Abierto había dos posiciones enfrentadas. Por un lado, la de los conservadores que se pronunciaron a favor de la continuidad de Cisneros en el mando. Y por el otro, los que exigían la renuncia del virrey, teniendo en cuenta que había caducado la autoridad que lo había nombrado para el ejercicio del gobierno, por lo tanto, el poder debía recaer en los representantes actuales del pueblo para que estos se diesen un nuevo gobierno. Esta era la posición sostenida por los revolucionarios, que desde hacía semanas se juntaban a escondidas en la jabonería de Vieytes a debatir y planificar los posibles destinos del Virreinato.
Las voces más destacadas del debate las
tuvieron, por el lado de los conservadores, el obispo de Buenos Aires Benito
Lué. Y por el lado de los revolucionarios, Juan José Antonio Castelli y Juan
José Paso. Después de una votación, se resolvió que el virrey debía ser
reemplazado por una Junta de Gobierno.
Sin embargo, Cisneros realizó una maniobra para
presidir esa Junta. Él conservabaría la comandancia de las armas y debía
ejercer el poder junto con dos españoles moderados (Solá e Inchaurregui) y dos
criollos revolucionarios (Saavedra y Castelli). Los criollos se manifestaron en
contra y se organizaron para conformar una nueva junta.
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