«Cuando
las generaciones futuras de historiadores del arte reconstruyan estos años, que
no se olviden de Fernand Pelez»
Estas palabras fueron
pronunciadas por el ilustre historiador de arte americano Robert Rosenblum, quien
casi un siglo más tarde, sobre 1980, sacó del más absoluto ostracismo a un
pintor que, sin embargo, tuvo
éxito en los famosos salones de arte del París de finales del XIX y principios
del XX, donde exhibían sus obras artistas de todo el
mundo.
Triunfar
en esas exposiciones, generalmente controladas por los academicistas y que, en
general, marginaron
a impresionistas o post impresionistas, se
convirtió poco más tarde, en plena explosión de esos dos movimientos, en
sinónimo de pintor irrelevante durante casi todo el siglo pasado.
Lo
cierto es que la irrupción del realismo impulsado por Courbet a
mitad del XIX no pudo ser más transgresor, y a éste le siguieron otra
importante cantidad de seguidores, que entraron en colisión directa con los
impresionistas. Los realistas del XIX, cuya huella se remonta a Caravaggio y Ribera dos
siglos y medio antes, fueron así tachados y rebajados como «fotorrealistas» ya
desde 1890, en plena explosión de la fotografía.
Algunos
de estos naturalistas se dedicaron a plasmar escenas costumbristas, retratos,
desnudos, paisajes, etc. Pero los que más lejos llegaron
fueron los que usaron la plasmación real del entorno en el que vivían para
denunciar las gravísimas diferencias económicas existentes, dando así origen al realismo
social.
Fernand Emmanuel Pelez de Cordoba d’Aguilar, conocido
como Fernand
Pelez fue hijo de un ilustrador y caricaturista nacido en
Córdoba llamado Raymond
Pelez —que desarrolló su carrera en París—, por tanto, con
orígenes andaluces. Se inició en el academicismo historicista reinante de la
segunda mitad del siglo XIX, en Francia, siendo discípulo de Alexandre Cabanel, uno
de los máximos exponentes de esta corriente.
Pero,
a pesar de su éxito inicial en el academicismo, en la década de 1880 tuvo la
valentía de evolucionar hacia una plasmación
de la dura realidad que padecía buena parte de la sociedad,
de la miseria pura y dura, en especial, de los niños. Se convierte así, dos
siglos después, en un versionador de las imágenes costumbristas y alegres de
los niños callejeros de Murillo, pero
dotados de un dolorosísimo halo de tragedia en estado puro.
Sus
impactantes imágenes, plasmación pictórica de lo que escribían ilustres
literatos como Dickens,
Andersen o su amigo Zola, crearon mucha polémica
en una sociedad
que sólo entonces empezaba a despertar de lo que significaba la tragedia de los
niños indigentes.
Tras
asentarse como el
pintor de la miseria, y ser por igual rechazado y alabado
en los salones de París, en 1896 presenta su obra más ambiciosa y
monumental, L’Humanite! (de
la que hoy solo queda registro fotográfico), que no logra cosechar el éxito que
él esperaba, lo que le causa una profunda decepción. A partir de ese
momento, Pelez nunca
vendió ni exhibió otro cuadro, pasó a una vida solitaria y contemplativa. Cuando
algún marchante preguntaba por él, respondía: Yo no soy
el tapicero de los burgueses; tal vez algún día pinte la miseria de los ricos,
y será terrible.
Murió en su estudio en 1913.
La
pintura a contracorriente de Fernand
Pelez y su aislamiento no le impidió ser miembro del
jurado del Salón de los artistas franceses entre 1894 y 1912. También, poco
antes de morir fue nombrado Oficial de la Legión de Honor francesa.
Vivió
en el barrio de Montmartre, cuna de impresionistas y postimpresionistas, donde
coincidiría con pintores supuestamente más revolucionarios y radicales, como Degas, Toulouse-Lautrec o Signac. Su
trayectoria aúna
el academicismo y la bohemia innovadora, no tanto en su
técnica como en su temática, aspectos ambos que se suelen considerar
incompatibles y opuestos.
A
su muerte, se publicó un emotivo homenaje, en el que se decía: Al llamarlo pintor de vagabundos, marginados,
desafortunados, el mundo no lo bautiza correctamente. Era un místico, les
otorgó a los mendigos la ejecución pictórica más pura y fina que los sueños
puedan concebir. Su pincel ha enjugado las lágrimas de dolor injusto del rostro
de los infelices.
[1]
Poco
tiempo más tarde, pasó al olvido durante casi un siglo. En España, sigue
prácticamente inédito, a pesar de sus orígenes.
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